Lo que afecta tu salud mental más allá de ti

La salud mental no se reduce a “pensar positivo” ni a “echarle ganas”. Esta simplificación es no solo errónea, sino peligrosa. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido clara al respecto: el bienestar psicológico es el resultado de una interacción constante entre factores individuales, sociales, económicos, políticos y ambientales que actúan desde la infancia y durante toda la vida. Es decir, todos vivimos en contextos que moldean nuestras emociones, decisiones, relaciones y respuestas ante la adversidad.

El modelo más actual considera dos grandes categorías: los factores de riesgo, que aumentan la vulnerabilidad a trastornos mentales, y los factores de protección, que refuerzan la resiliencia emocional. “No se puede entender la salud mental fuera del entorno de la persona”, afirma la psicóloga mexicana Laura Ortiz, especialista en salud comunitaria. “Un niño criado entre gritos, pobreza, violencia o abandono difícilmente llegará intacto emocionalmente a la adultez, salvo que haya habido adultos protectores, vínculos sanadores y oportunidades para sanar”.

Los hilos invisibles: biología, personalidad y emociones

Aunque no todo depende del contexto, tampoco todo recae en la voluntad individual. Existen predisposiciones genéticas que hacen a ciertas personas más vulnerables a padecimientos como la depresión, ansiedad, esquizofrenia o bipolaridad. La evidencia científica ha identificado patrones de heredabilidad en estos trastornos, aunque aclara que tener una predisposición no implica necesariamente que el trastorno se desarrolle.

“La genética predispone, pero no determina”, explica la psiquiatra Mariana López Portillo, del Instituto Nacional de Psiquiatría. “El entorno es el que activa o amortigua esa vulnerabilidad”.

En paralelo, el desarrollo emocional temprano y la personalidad juegan un rol clave. Una autoestima fracturada, el perfeccionismo extremo o un pensamiento catastrofista pueden volverse enemigos internos crónicos. “Uno de los factores más comunes que desencadenan ansiedad o depresión es el diálogo interno negativo sobre uno mismo”, afirma Daniela Labra, especialista en educación emocional. La voz interior que repite “no sirvo para nada”, “todo me saldrá mal” puede convertirse en un factor debilitante y silencioso.

Las cicatrices tempranas: traumas que pesan

Las experiencias adversas en la infancia (ACE, por sus siglas en inglés) son quizás uno de los factores más poderosos y documentados que afectan la salud mental. Estas incluyen abuso físico o sexual, negligencia emocional, maltrato psicológico, abandono o exposición constante a violencia familiar. Según datos del informe “Adverse Childhood Experiences” de los CDC en EE.UU., quienes vivieron cuatro o más eventos adversos en la niñez tienen más del doble de riesgo de depresión crónica, intentos de suicidio y adicciones en la adultez.

En México, la Encuesta Nacional de Niñas, Niños y Mujeres (ENDINNA) reveló en 2023 que el 63% de los menores entre 1 y 14 años han experimentado algún tipo de disciplina violenta en el hogar. “Tenemos que entender que el castigo físico, los gritos o el abandono emocional no solo ‘se les olvida’ a los niños, sino que marcan su cerebro en desarrollo”, enfatiza la neuropsicóloga Leticia Peña, de la UNAM.

A esto se suma el bullying escolar, el acoso digital y la discriminación, que en jóvenes con discapacidad, por ejemplo, agravan los riesgos de ansiedad, depresión o conductas suicidas.

Drogas, alcohol y ansiedad: una relación bidireccional

El consumo de sustancias no puede verse solo como una causa moral. Muchas personas comienzan a beber, fumar marihuana o consumir ansiolíticos sin receta como forma de escape o “automedicación” frente a emociones que no saben manejar. Es un círculo vicioso: las drogas alteran la química cerebral, pero también son usadas por quienes ya presentan trastornos.

“El abuso de alcohol es una epidemia silenciosa entre varones en América Latina”, advierte la Red de Salud Mental Comunitaria de Chile. Se asocia con violencia doméstica, accidentes, suicidios y abandono familiar. En México, según CONADIC, el 36% de los adolescentes entre 12 y 17 años ha consumido alcohol, y muchos inician antes de los 15.

Factores protectores: no todo es tragedia

Afortunadamente, también hay elementos que amortiguan el impacto de las adversidades. La presencia de al menos un adulto afectuoso y confiable en la infancia, el acceso a educación socioemocional, una red de apoyo estable, y actividades con sentido (deporte, arte, espiritualidad, voluntariado) se consideran factores protectores esenciales.

La resiliencia no es un rasgo estático: se construye. La capacidad de reconocer las propias emociones, pedir ayuda, poner límites o regular la ansiedad no nace con nosotros, se enseña y se aprende. “Las escuelas no pueden enfocarse solo en matemáticas y español”, insiste Laura Rojas, maestra de secundaria en Ciudad Nezahualcóyotl. “Nuestros alumnos necesitan espacios para hablar de lo que sienten, aprender a identificar emociones, y saber que no están solos”.

Además, la conexión espiritual o el sentido de propósito, aunque no sustituyen el tratamiento profesional, se han vinculado con mayor bienestar subjetivo. Un estudio publicado en la revista Frontiers in Psychology (2021) reveló que personas con una dimensión espiritual activa tienden a reportar mayor esperanza, mejor manejo del estrés y menor sintomatología depresiva.

Karen, de 24 años, cuenta que sufrió abuso emocional por parte de su madre durante toda la adolescencia. “Me decía que era una carga, que debía agradecer que no me dejaba en la calle”, relata. Nadie en su entorno parecía notarlo. A los 16, intentó suicidarse. “Lo que me salvó no fue una pastilla mágica ni terapia de lujo. Fue que una maestra me escuchó, me creyó, me acompañó a buscar ayuda. Me miró como persona. Eso cambió todo”. Hoy, Karen estudia Psicología. “Yo quiero ser esa persona que no tuve de niña”, afirma con fuerza.

El principio de dignidad de la persona humana como base de toda vida social. Esto implica que todo ser humano tiene derecho a un desarrollo integral – físico, emocional, espiritual – sin importar su origen o condición.

“La salud mental también es una cuestión de justicia social”, explica el padre Manuel Corral, secretario de relaciones institucionales de la CEM. “No podemos seguir viendo los trastornos emocionales como algo privado, cuando en realidad son reflejo de heridas sociales: pobreza, violencia, abandono, exclusión”.

En este sentido, promover ambientes familiares saludables, acceso a atención psicológica, acompañamiento espiritual y comunidades que acojan sin juzgar es un imperativo moral.

Construir entornos que cuidan

La salud mental no es una carrera individual. Es un proyecto colectivo. Las soluciones no están solo en más psicólogos, sino en mejores políticas públicas, más redes de apoyo, comunidades más humanas. Desde la familia, la escuela, la empresa o la parroquia, todos podemos construir condiciones que sanen en vez de herir.

Como sociedad mexicana, tenemos una enorme deuda en este tema. Pero también una gran oportunidad: la de romper los silencios, mirar las heridas y acompañarnos sin miedo.

Porque cuidar la salud mental no es un lujo. Es una forma de amar.

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