Un tema que no es totalmente nuevo. En realidad, viene de hace un par de décadas o más. Pero el asunto de la inteligencia artificial está teniendo un crecimiento exponencial. Algo de lo que se hablaba muy poco hace tres años y solamente en ambientes muy sofisticados, ahora está incorporado en muchos dispositivos y paquetería de cómputo. A veces, sin preguntar al usuario si lo desea o no.
Promete una gran mejora en las actividades humanas, pero al mismo tiempo, amenaza de quedar obsoleto a quien no lo adopta rápidamente. “Tenemos que estar ahí”, dicen empresarios, sociólogos, investigadores y hasta políticos. Lo cual tiene ventajas y desventajas. El problema es que no se cuestionan los resultados emanados de estos sistemas, sino que se aceptan como si fueran verdad incontestable. Sustituyen el sentido común. Genera una uniformidad de pensamiento, que daña la riqueza de diversidad que nos caracteriza como seres humanos. Es un tema muy complejo, así que me centraré, someramente, en sus impactos en lo sociopolítico.
Sus ventajas, claramente, son muchas. Por ejemplo, apoya a muchas actividades, mejorando su eficiencia. Es una solución al invierno demográfico, con menos personas en edad productiva, y una gran cantidad de individuos en etapa de jubilación. Es un remedio al demérito constante de la educación, que se ve en muchos países y que se refleja muchas veces en la fuga de talentos.
Desventajas, por supuesto, son la pérdida de empleo para personal poco capacitado, con labores repetitivas. Cómo ocurrió en la industria cinematográfica, donde se sustituyeron a los extras, personas poco capacitadas, por figuras generadas por inteligencia artificial o por imágenes de los extras, las cuales después se incorporan en otras películas sin su consentimiento.
Su uso generalizado minimiza la diversidad porque sus resultados buscan las coincidencias de opiniones en distintas áreas, imponen prioridades y valores, que son los de los diseñadores de los algoritmos para tomar decisiones. Mismas que van, muchas veces, a contrapelo de los valores y las prioridades de los pueblos y naciones.
Existe un problema más profundo: la pérdida de capacidad de decisión, sobre todo en problemas mediana o altamente complejos, donde llegaríamos a tener una elite de tomadores de decisiones mucho más capacitados que la mayoría y que sustituirían a una gran cantidad de personas, pero que, además, limitarían la capacitación y acceso de personas de buen nivel, a esos procesos de decisión.
Nos estamos acostumbrando a no cuestionar los resultados de la inteligencia artificial. Se ha vuelto un argumento para decidir si algo es verdad o no. “Esta decisión procede de la inteligencia artificial”, se dice, y esa es para algunos la última palabra. Es importante cuestionar esos resultados. Conocer los algoritmos y las jerarquías de valores de quienes diseñan estos sistemas de inteligencia artificial. Deberíamos tratar sus resultados como si fueran opiniones humanas, de un modo más exigente, incluso, de lo que haríamos si estuviéramos cuestionando decisiones de las personas.
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