En México, un número reducido pero significativo de personas recibe cada año un diagnóstico que les cambia la vida: sarcoma. Se trata de un cáncer poco frecuente, responsable de alrededor del uno por ciento de los tumores en adultos, pero que en la infancia representa hasta el 15 por ciento de los casos oncológicos. Su rareza es, paradójicamente, uno de sus mayores riesgos: al no ser común, suele pasar desapercibido, y cuando se detecta, en muchos casos ya ha avanzado. Según estimaciones recientes, cada año se suman cerca de 10 mil nuevos pacientes en el país.
En 2024, los registros del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) documentaron 32 mil 701 consultas –de primera vez y subsecuentes– por sarcomas y osteosarcomas. Entre octubre de ese año y mayo de 2025, se confirmaron 600 casos nuevos en su Registro Institucional del Cáncer. Aunque las cifras puedan parecer modestas en comparación con cánceres como el de mama o próstata, el impacto en quienes lo padecen y sus familias es profundo: el sarcoma puede aparecer prácticamente en cualquier parte del cuerpo, desde las extremidades hasta el abdomen, desde los nervios hasta los vasos sanguíneos, y en los huesos de brazos o piernas.
La doctora María de la Luz García Tinoco, coordinadora de Programas Médicos en la División de Atención Oncológica en Adultos del IMSS, lo explica con claridad: la Organización Mundial de la Salud reconoce más de 100 tipos de sarcomas, divididos en dos grandes grupos. Los de tejidos blandos –músculos, piel, vasos sanguíneos, nervios– y los derivados de hueso o tejido óseo. Su comportamiento es diverso, pero comparten una amenaza: si no se detectan y tratan a tiempo, pueden diseminarse a otros órganos.
La historia de un sarcoma puede empezar de forma insospechada. Un niño que juega futbol y, tras un golpe leve, nota que su rodilla se hincha. Los padres piensan en una lesión deportiva, pero los días pasan, el dolor aumenta, la articulación no mejora. Un estudio revela que el hueso está fracturado por dentro: no por el golpe, sino por un osteosarcoma que lo ha debilitado hasta romperlo. Casos así son más comunes de lo que se cree y muestran la importancia de escuchar las señales del cuerpo.
En adultos, los sarcomas óseos afectan con frecuencia las extremidades, el tronco, el cuello o la cabeza. También pueden crecer en el retroperitoneo, una zona profunda del abdomen, donde pasan inadvertidos hasta provocar dolor intenso, anemia o compresión de nervios. Algunos tumores alojados en intestinos generan sangrados internos; otros, como el angiosarcoma, están relacionados con linfedemas crónicos, consecuencia de cirugías previas por cáncer de mama o de extremidades pélvicas. Incluso infecciones virales, como el herpes 8, han sido vinculadas con el sarcoma de Kaposi.
El riesgo aumenta en personas con síndromes hereditarios por mutaciones genéticas y en quienes recibieron radioterapia en etapas tempranas de la vida, pues la radiación puede alterar el ADN de las células y desencadenar el cáncer décadas después. También la exposición a ciertos herbicidas se ha asociado con un mayor riesgo de desarrollar estos tumores.
El diagnóstico, sin embargo, no es sencillo. Un bulto o hinchazón puede confundirse con una lesión muscular, un quiste o un lipoma benigno. Por eso, la doctora García Tinoco insistió en que la evaluación debe estar en manos de un equipo experto en oncología. La biopsia –clave para confirmar el tipo de tumor– debe ser realizada por un cirujano oncólogo y analizada por patólogos con experiencia en sarcomas. Solo así es posible determinar el subtipo y decidir el tratamiento más adecuado.
El IMSS ha desarrollado una red de referencia que integra oncólogos médicos, pediátricos, radio-oncólogos, ortopedistas, médicos de rehabilitación y otros especialistas. Este trabajo conjunto permite ofrecer tratamientos individualizados que van desde la cirugía –en muchos casos curativa– hasta la quimioterapia o la radioterapia, dependiendo del tipo y la etapa del tumor. Los pacientes suelen recibir entre 10 y 15 consultas al año, aunque quienes atraviesan fases intensivas de tratamiento pueden acudir con mayor frecuencia.
La importancia de un diagnóstico temprano no es un simple lema. Detectar un sarcoma cuando aún está localizado puede significar la diferencia entre extirparlo con éxito o enfrentar un cáncer que se ha diseminado. En un país donde el acceso rápido a la atención especializada no siempre es fácil, redes como la del IMSS representan una esperanza para cientos de familias.
A pesar de su rareza, el sarcoma merece un lugar visible en la conversación sobre cáncer en México. Los tumores más conocidos –mama, próstata, colon– concentran campañas, recursos y atención, mientras que enfermedades como esta quedan relegadas. Sin embargo, para quienes reciben el diagnóstico, la estadística deja de importar: cada caso es una batalla única, marcada por la urgencia de actuar a tiempo.
El mensaje es claro: no ignorar las señales del cuerpo. Una hinchazón que no desaparece, un dolor persistente, una fractura sin causa aparente… todos son motivos para buscar atención médica especializada. El sarcoma puede ser silencioso, pero no invisible si sabemos mirarlo. En la detección temprana, en el trabajo de un equipo multidisciplinario y en la atención humana que acompaña el tratamiento, está la clave para cambiar su historia.
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