¡Cuidado! Comer demasiada azúcar y grasa afectan tu memoria

Durante años, la preocupación por el impacto de las dietas hipercalóricas se ha centrado en el aumento de peso, la obesidad y enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2. Sin embargo, investigaciones recientes realizadas en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), particularmente desde su Unidad Lerma, advierten que las consecuencias podrían ir mucho más allá del metabolismo. Las alteraciones provocadas por una alimentación rica en grasa o azúcar no solo se reflejan en la báscula, sino en la mente.

La doctora Kioko Rubí Guzmán Ramos, neurocientífica y profesora-investigadora de la UAM, lidera una serie de estudios que documentan cómo este tipo de dietas afectan funciones cognitivas esenciales como la memoria, la atención y el aprendizaje. “Tener obesidad o diabetes tipo 2 —o incluso ambas— representa un factor de riesgo para desarrollar deterioro cognitivo”, afirma la especialista. Su advertencia se respalda con evidencia científica y un llamado urgente: lo que comemos podría estar moldeando, silenciosa y peligrosamente, la salud de nuestro cerebro.

Un daño que inicia sin ruido

En un país donde el 36 por ciento de los adultos vive con obesidad y casi 14 por ciento con diabetes tipo 2, los hallazgos de Guzmán Ramos adquieren una dimensión crítica. Su investigación, que incluye modelos animales y próximamente evaluaciones clínicas en pacientes humanos, demuestra que la exposición prolongada a regímenes alimenticios desequilibrados no solo genera intolerancia a la glucosa o aumento de peso. También modifica profundamente la actividad neuroquímica y la plasticidad sináptica en regiones como el hipocampo y la amígdala, estructuras clave en la formación de recuerdos y el procesamiento emocional.

Estos cambios impactan funciones que pasan desapercibidas en la vida cotidiana. La dificultad para recordar nombres, ubicar objetos o verbalizar una palabra pueden parecer detalles menores, pero podrían ser los primeros signos de un deterioro cognitivo leve, una condición subestimada que, de no atenderse, puede escalar a padecimientos neurodegenerativos como el Alzheimer.

“La dopamina es muy importante dentro de estas primeras desregulaciones”, advierte Guzmán Ramos. Y no es necesario que haya muerte neuronal para que la persona experimente síntomas. Las alteraciones en la comunicación entre neuronas, particularmente en sistemas como el dopaminérgico y el noradrenérgico, responsables de la motivación, la atención y el estado de alerta, ya son suficientes para afectar la calidad de vida.

Uno de los experimentos liderados por el grupo de Guzmán Ramos mostró que animales alimentados con una dieta alta en grasa desde etapas tempranas desarrollaron una consolidación inusualmente fuerte de memorias aversivas. Es decir, recordaban con mayor intensidad experiencias negativas, lo que se relaciona con una liberación anómala de glutamato y noradrenalina durante tareas de aprendizaje emocional. En otros casos, dietas ricas en sacarosa generaron deterioro en la memoria espacial y en la llamada “potenciación a largo plazo”, proceso clave para consolidar aprendizajes.

Lo más revelador es que estos daños no son necesariamente irreversibles. “Nosotros logramos, en animales, revertir el daño cognitivo a través de incrementar los niveles de dopamina”, explica. Esta reversibilidad sugiere que no todo está perdido y que hay márgenes de acción, tanto desde la farmacología como desde estrategias no farmacológicas como el ejercicio o la estimulación mental.

Rescatar el cerebro

El estudio titulado Análisis genómico del enriquecimiento ambiental como estrategia no farmacológica para el rescate de la disfunción cognitiva inducida por el consumo de dietas hipercalóricas, que actualmente desarrolla Guzmán Ramos, busca precisamente explorar estos caminos alternativos. El enfoque va más allá de los fármacos: apuesta por el entorno, por el movimiento, por la actividad mental.

El llamado “enriquecimiento ambiental” incluye actividades tan simples como leer, resolver acertijos, aprender nuevas rutas sin depender de aplicaciones de navegación o mantener interacción social frecuente. En modelos animales, este tipo de estimulación ha mostrado efectos positivos en la regulación de neurotransmisores afectados por la dieta, como la dopamina y la norepinefrina.

En humanos, las implicaciones podrían ser revolucionarias. Si ciertos niveles de deterioro pueden revertirse antes de que se consoliden como patologías neurodegenerativas, la prevención y la intervención temprana se vuelven cruciales.

Aunque el deterioro cognitivo suele asociarse con el envejecimiento, los datos del equipo de la UAM apuntan a una realidad más preocupante: la disfunción metabólica puede acelerar ese proceso y provocar síntomas cognitivos en edades mucho más tempranas. Con una prevalencia creciente de obesidad infantil y diagnósticos de diabetes tipo 2 en adolescentes, México enfrenta un riesgo generacional.

“Lo que nosotros hemos visto es que estas condiciones pueden generar un deterioro cognitivo leve, incluso sin que haya una enfermedad grave como el Alzheimer”, explica Guzmán Ramos. Son señales sutiles, fácilmente atribuibles al estrés o al cansancio, pero que esconden una alteración funcional del cerebro que ya está en marcha.

La solución, aunque compleja, no es inalcanzable. La actividad física regular —incluso tan básica como caminar, subir escaleras o hacer el quehacer— puede ayudar a contrarrestar los efectos de una mala alimentación. Lo mismo ocurre con la estimulación cognitiva constante, que fortalece las redes neuronales y mejora la resiliencia del cerebro ante el daño.

Frente a un sistema de salud que suele llegar tarde a los padecimientos neurológicos, estas estrategias preventivas se vuelven vitales. Más aún si, como sugiere la doctora Guzmán Ramos, podemos identificar marcadores en sangre que indiquen daño cerebral en fases tempranas y actuar antes de que el daño sea irreversible.

El cerebro no es ajeno a lo que pasa en el cuerpo. Comer en exceso, mal y con frecuencia no sólo impacta el metabolismo, sino que reconfigura la mente, entorpece la memoria y distorsiona las emociones. Las dietas hipercalóricas no son solo un riesgo para el corazón o el páncreas, también lo son para los pensamientos, los recuerdos y la identidad misma.

Los hallazgos de la doctora Guzmán Ramos y su equipo abren una nueva línea de pensamiento sobre la salud pública: aquella que no separa al cuerpo de la mente, ni al estilo de vida del funcionamiento cerebral. En tiempos donde el deterioro cognitivo avanza silencioso, quizá el primer paso para defender el cerebro sea tan cotidiano como revisar el plato.

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