A lo largo de más de un siglo, México y Estados Unidos han tejido una compleja trama social definida por la migración. Según el Migration Policy Institute (migrationpolicy.org), actualmente hay alrededor de 11 millones de mexicanos nacidos en México viviendo en Estados Unidos, representando aproximadamente el 23% de la población inmigrante total del país norteamericano.
El fenómeno migratorio entre México y Estados Unidos tiene raíces profundas que se remontan al inicio del siglo XX, impulsado por la demanda estadounidense de mano de obra y por las condiciones económicas y políticas en México durante la Revolución Mexicana. De acuerdo con el Censo estadounidense de 1930, aproximadamente 600,000 personas nacidas en México vivían ya en EUA.
La Segunda Guerra Mundial aceleró este proceso migratorio con el establecimiento del Programa Bracero (1942-1964), durante el cual se emitieron más de 4.5 millones de contratos de trabajo temporales según datos del Council on Foreign Relations (cfr.org). A pesar de su importancia económica, el programa enfrentó críticas por las condiciones laborales precarias y abusos hacia los trabajadores.
Antonio López, originario de Guanajuato y nieto de braceros, comenta sobre esta época: “Mi abuelo trabajó duro, pero era un sacrificio necesario para sostener a la familia. Sin embargo, muchos no recibieron sus ahorros prometidos”.
El fin del Programa Bracero en 1964 no frenó la migración; al contrario, incrementó el número de migrantes indocumentados. Según Pew Research Center, para 1980 había cerca de 2 millones de mexicanos en Estados Unidos entre documentados e indocumentados.
La Ley de Reforma y Control de Inmigración (IRCA) de 1986, promulgada por Ronald Reagan, marcó un punto de inflexión. Esta ley permitió la regularización de alrededor de 2.7 millones de migrantes, de los cuales cerca de 2 millones eran mexicanos. María González, residente en Los Ángeles desde 1980, afirma: “La amnistía nos dio estabilidad y derechos; cambió nuestras vidas”.
La década de los 90 y principios del siglo XXI representó un auge migratorio debido a crisis como la del peso mexicano en 1994 y al impacto mixto del TLCAN. Según cifras del Migration Policy Institute, la población mexicana en EE.UU. alcanzó un pico histórico de 11.7 millones en 2010.
Sin embargo, tras la crisis financiera global de 2008, la tendencia cambió radicalmente. Pew Research documenta que, entre 2005 y 2014, más mexicanos regresaron a México de los que emigraron hacia Estados Unidos, influenciados por las deportaciones récord durante la administración de Barack Obama y la relativa mejora económica en México.
En términos socioeconómicos, el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (cemla.org) destaca que las remesas enviadas desde EE.UU. alcanzaron 58 mil millones de dólares en 2022, siendo cruciales para millones de familias mexicanas, aunque dejaron pueblos prácticamente abandonados por la emigración masiva de jóvenes.
La integración cultural también es evidente: más de 38 millones de estadounidenses se identifican con raíces mexicanas, representando aproximadamente el 60% de la población latina en EE.UU. Ciudades como Los Ángeles y Chicago tienen más de un millón de residentes de origen mexicano, de acuerdo con datos del censo estadounidense.
Paralelamente, existe un fenómeno creciente de estadounidenses emigrando hacia México, con más de un millón residiendo actualmente, según el Departamento de Estado de EE.UU. Ciudades como San Miguel de Allende o Ajijic son claros ejemplos de esta dinámica.
La cooperación educativa y en salud también es destacable. El Foro Bilateral sobre Educación Superior, Innovación e Investigación (FOBESII) ha promovido el intercambio estudiantil. Durante la pandemia de COVID-19, EE.UU. donó más de 11 millones de dosis de vacunas a México, según el Council on Foreign Relations.
La migración regional irregular es otro reto actual: más de 130,000 solicitudes de refugio recibió México en 2021, provenientes principalmente de Centroamérica y Haití, según datos del Servicio de Investigación del Congreso de EE.UU. (sgp.fas.org). La cooperación para manejar estos flujos incluye programas conjuntos de “parole humanitario” y políticas regionales conjuntas para mitigar la migración irregular.
En 2025, obispos estadounidenses recordaron la importancia del trato digno a migrantes, mientras desde México líderes religiosos insisten en reconocer el valor social y económico de los migrantes indocumentados (news.diocesetucson.org, texascatholic.com).
Finalmente, expertos coinciden en que urge una reforma migratoria integral en EE.UU. que beneficie a alrededor de 5 millones de mexicanos indocumentados (Migration Policy Institute). Igualmente, México necesita fortalecer su desarrollo social y económico interno para ofrecer alternativas reales que reduzcan la presión migratoria.
La relación migratoria entre México y EUA es dinámica, compleja y profundamente humana, con grandes retos pero también oportunidades únicas para fortalecer una integración social respetuosa y fructífera.
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