«¡Pobre México! Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Esta frase, atribuida a Porfirio Díaz, sintetiza el vértigo de una relación única: histórica, compleja y contradictoria. Hoy, con más de 3,100 kilómetros de frontera compartida, miles de millones de dólares en comercio cruzado y millones de familias binacionales, México y Estados Unidos no sólo son vecinos: son actores inseparables en la configuración del siglo XXI. ¿Cómo se construyó esta relación? ¿Qué valores la sostienen o la erosionan?
De la revolución al realismo: los orígenes de la relación moderna
El siglo XX abrió una nueva etapa. Tras la Revolución Mexicana, EE. UU. veía con recelo los movimientos populares que amenazaban sus intereses en América Latina. La expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas en 1938 tensó los lazos. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial transformó la dinámica: México apoyó a los Aliados, incluso enviando al Escuadrón 201, mientras EE. UU. abrió las puertas a trabajadores agrícolas bajo el programa Bracero (1942–1964). Fue el inicio de una interdependencia basada en conveniencia, pero también en cooperación.
Durante la Guerra Fría, México jugó un papel moderado, tratando de mantener su soberanía frente a la presión estadounidense. No obstante, la cercanía geográfica y la fuerza económica de EE. UU. se impusieron como elementos estructurales inevitables.
Cooperación y conflicto: seguridad y crimen organizado
En décadas recientes, la colaboración ha girado en torno a la seguridad. El Plan Mérida (2008) marcó un hito en la lucha contra el narcotráfico con apoyo financiero, capacitación e inteligencia militar de EE. UU. Pero no todo ha sido cooperación armónica: distintos informes revelan violaciones de derechos humanos por parte de fuerzas mexicanas involucradas, así como críticas sobre la estrategia de militarización.
“Mientras haya consumo de drogas en EE. UU., México será su corredor”, señalaba en 2017 el analista Alejandro Hope. El crimen organizado ha penetrado ambos lados de la frontera, exigiendo respuestas más allá del enfoque punitivo, hacia una visión ética de corresponsabilidad internacional.
Intercambio millonario: comercio y economía entrelazadas
A partir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994 y su renovación como T-MEC en 2020, la relación económica ha sido el pilar de la integración regional. En 2022, el comercio bilateral alcanzó los 779 mil millones de dólares, convirtiendo a EE. UU. en el principal socio comercial de México (y viceversa).
“México es vulnerable a las caídas de EE. UU., pero también se beneficia de su crecimiento”, explica Alfredo Coutiño, economista de Moody’s Analytics. Sectores como la automotriz, aeroespacial y agrícola dependen ya de cadenas de suministro integradas, al punto que una disrupción fronteriza tendría consecuencias inmediatas para ambas naciones.
Migración: la historia de millones
México ha sido, por décadas, el país con más emigrantes en EE. UU.: 23% de los nacidos en el extranjero en ese país son mexicanos (MigrationPolicy.org). Aunque las remesas familiares alcanzaron un récord de 63,300 millones de dólares en 2023, no pueden ocultar el dolor humano tras la migración forzada.
María Guadalupe, madre de dos niños nacida en Michoacán, hoy vive indocumentada en Houston: “Actualmente me siento con miedo… mi esposo sale a trabajar cada día y… el pensamiento de que pueda ser detenido causa mucha angustia”. Su voz pone rostro a una cifra y nos recuerda que la dignidad humana no conoce fronteras.
Los cambios en las leyes migratorias, las redadas del ICE, la militarización de la frontera y el drama de los menores no acompañados (más de 130,000 en 2022) exigen soluciones estructurales, basadas en legalidad, respeto a los derechos humanos y justicia binacional.
Cultura sin muros: arte, lengua e identidad
Aunque la política divida, la cultura une. Desde la música tex-mex hasta los muralistas mexicanos en California, y desde el boom de la comida mexicana en EE. UU. hasta la influencia de Netflix en México, la frontera se ha convertido en un canal de ida y vuelta.
Hoy, más de 37 millones de personas de origen mexicano viven en EE. UU., haciendo del español la segunda lengua más hablada. Mientras tanto, la tecnología, la moda y el cine estadounidense marcan tendencias en la vida urbana mexicana. Esta interpenetración ha creado una “zona híbrida” donde las identidades se mezclan, enriquecen y evolucionan.
Valores compartidos y desafíos éticos
Bajo la superficie económica y diplomática, hay una capa moral que sostiene o fractura esta relación. La Doctrina Social de la Iglesia invita a considerar principios como la dignidad humana, la solidaridad, la legalidad y la subsidiariedad. Estos valores son especialmente relevantes en temas como el trato a migrantes, la cooperación contra el crimen o las políticas laborales transfronterizas.
El respeto a la soberanía nacional, la búsqueda del bien común y el reconocimiento mutuo de la diferencia son indispensables para avanzar hacia una relación más justa y equitativa. Como bien dijo el papa Francisco: “Ningún pueblo es una isla. Todos estamos llamados a la fraternidad”.
Un destino compartido
A 100 años del inicio de su relación moderna, México y Estados Unidos han pasado de la desconfianza a la corresponsabilidad. Aunque subsisten desigualdades estructurales, hay avances indiscutibles: cooperación comercial, puentes culturales, políticas compartidas.
Sin embargo, la vecindad exige algo más profundo que tratados o estadísticas: una mirada ética que ponga a la persona en el centro. Porque más allá de las cifras y los acuerdos, lo que une a ambas naciones son las historias de millones de personas que cruzan, viven y sueñan entre dos banderas.
Como escribió Octavio Paz: “La frontera no nos separa, nos refleja”. Entender esa reflexión es, quizás, el primer paso para construir el futuro que ambos pueblos merecen.
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