El pasado viernes, el Inegi sorprendió a analistas y medios al reportar un crecimiento espectacular en el componente de edificación dentro del sector construcción durante mayo de 2025. Según los datos desestacionalizados, se trató de un aumento del 5% respecto al mes anterior y del mismo tamaño en comparación con mayo de 2024. Este repunte es el más alto en la historia reciente y se presenta como un dato positivo en medio de una tendencia general de contracción.
Pero lo curioso —y preocupante— es que ese mismo mes, el empleo formal en el sector construcción cayó drásticamente. De acuerdo con el IMSS, se perdieron 14,545 empleos, una disminución de 0.8%, la más alta en lo que va del año. ¿Cómo puede crecer la inversión si se están perdiendo empleos? La lógica económica y la experiencia histórica sugieren que esto no debería ocurrir.
¿Una burbuja repetida?
El comportamiento observado no es nuevo. En 2023 ya se había registrado un comportamiento similar en los datos del Inegi para el mes de mayo, con un repunte repentino en la inversión en edificación, que luego fue seguido por una caída. En ese entonces, algunos especialistas como Jonathan Heath, subgobernador del Banco de México, señalaron que podría tratarse de distorsiones derivadas del reporte tardío y opaco de datos por parte del Ejército, que ha estado a cargo de muchas obras públicas emblemáticas.
Sin embargo, en este 2025, esa explicación parece insuficiente. No hay reportes nuevos de entregas masivas por parte de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), y la inversión pública, lejos de aumentar, tuvo una contracción severa ese mismo mes. “No hay explicación lógica para que haya crecido el valor agregado de la construcción si no hay obra pública nueva y el empleo se redujo”, afirma el economista Ernesto O’Farrill, presidente de Bursamétrica.
Un país sin brújula de inversión
La inversión fija bruta en México, medida por el Inegi, incluye tres componentes principales: maquinaria y equipo nacional (20%), maquinaria y equipo importado (27%) y construcción (54%). De ahí que un salto en la edificación pueda alterar significativamente el total, incluso si los demás componentes están cayendo.
Y eso es justo lo que está ocurriendo. La inversión en maquinaria y equipo —tanto nacional como importado— presenta una tendencia a la baja desde mediados de 2023. El último dato disponible, correspondiente a abril de 2025, muestra una caída preocupante, especialmente en el componente nacional que había repuntado ligeramente durante 2024.
Estos retrocesos son importantes porque la inversión en maquinaria es la que más está asociada al aumento de productividad. “Sin maquinaria, sin equipo, sin instalaciones, no puede haber producción eficiente ni generación de empleos de calidad”, señala Gabriela Siller, directora de Análisis Económico de Banco BASE.
¿Más inversión con menos trabajo?
El crecimiento económico sostenible requiere inversión, pero también empleo. Históricamente, existe una alta correlación entre el aumento de inversión fija bruta y la creación de empleos formales. Como lo muestra la comparación entre los datos del Inegi y del IMSS, la caída de la inversión suele ir acompañada de una caída en el empleo. Sin embargo, los datos actuales rompen esa correlación.
“Se está generando una desconexión entre los números y la realidad”, advierte Mariana Campos, directora de México Evalúa. “Este tipo de distorsiones impiden tomar decisiones informadas y generan desconfianza en la estadística pública”.
Al observar la serie de inversión en edificación frente al empleo formal en construcción, se ve claramente que ambos indicadores se movían de forma paralela hasta mayo de 2025. A partir de ese mes, la línea de inversión se dispara mientras la del empleo cae, una separación que no puede explicarse sin manipulación o errores metodológicos.
Entre la incredulidad y la resignación
Mientras las inconsistencias en los datos aumentan, la confianza empresarial y de los inversionistas sigue disminuyendo. En mayo también se reportó una fuerte caída en la inversión pública, debido al recorte del gasto del gobierno federal ante los compromisos fiscales del segundo semestre del año.
A esto se suman los factores externos. La amenaza del expresidente Donald Trump, quien anunció un arancel del 30% a las importaciones mexicanas si regresa al poder, generó pánico en los mercados. Aunque aún no es oficial, el simple anuncio ha comenzado a deteriorar las expectativas de inversión, en particular en sectores como autopartes, maquinaria y manufactura de exportación.
Según el Observatorio de Confianza Empresarial del IMCO, la proporción de empresarios que consideran que “no es buen momento para invertir” subió de 47% en abril a 53% en junio, reflejando el ambiente de escepticismo y precaución.
Carlos Jiménez, ingeniero civil de 44 años con más de dos décadas en la industria, comenta que este año ha sido especialmente difícil. “Desde enero estamos viendo menos licitaciones, más proyectos parados y pagos retrasados. El dato de mayo me pareció una burla. ¿Dónde están esas obras que dicen que crecieron tanto? Yo veo lo contrario: desempleo, despidos y más incertidumbre”.
Este testimonio coincide con lo reportado por la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción (CMIC), que advierte que más del 60% de las pequeñas constructoras han visto disminuir sus ingresos en más del 30% durante el primer semestre de 2025.
¿Crecimiento estadístico o desarrollo real?
Los datos del INEGI deben ser una brújula para el diseño de políticas públicas. Si están distorsionados o reflejan realidades incompletas, el riesgo no es solo técnico: es político, social y económico. Generar confianza en las estadísticas es tan crucial como generar condiciones reales para la inversión y el empleo.
El crecimiento no puede medirse solo en papel. La edificación sin trabajadores no construye un país. La inversión sin productividad no genera bienestar. Y las burbujas sin sustento acaban estallando. La prioridad del gobierno y del sector privado debe ser reconstruir una agenda de inversión sólida, transparente y orientada al bien común, como lo propone la Doctrina Social de la Iglesia: una economía con rostro humano, al servicio del desarrollo integral de todos.
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