Recapitulando, los aspectos más propios y satisfactorios en el ámbito familiar son: el cuidado de cada miembro de esa familia, la educación más adecuada e incisiva y el tesoro de dignificarse de un modo espontáneo y trascendente al compartir las creencias practicando con espontaneidad distintos hábitos de piedad.
Las tres convicciones para el padre y la madre que forman su hogar se resume en tres palabras que el Papa León XIV ha recordado: total, fiel y prolífica. Esto nos da idea de la enorme responsabilidad, y también del profundo desorden y consecuencias cuando alguna de estas características falta en alguno de los dos o en los dos. Por supuesto ese ejemplo afecta la educación.
La educación que se espera en el ámbito familiar ya vimos que incide en lo más profundo de los hijos y es muy importante la capacidad del padre y la madre para vivir con mucha responsabilidad esa tarea. Nunca pueden decir que ya son expertos porque cada hijo es irrepetible, aunque es verdad que no es lo mismo recibir al primero que a los demás. La experiencia previa ayuda.
La totalidad y la fidelidad consiste en adecuarse a la realidad de vivir uno para el otro. Desde el noviazgo deben aparecer acciones concretas que tienen la fuerza de la entrega mutua por amor. Esos preámbulos les capacitan para recorrer un camino juntos, desconocido, con sorpresas inesperadas, pero que se superan al palpar el apoyo y la decisión de afrontar lo que venga.
Estas dos características podrían interpretarse como obstáculos para la libertad, pero es falso si la totalidad y la fidelidad son elecciones conscientes. La verdadera libertad no es la ausencia de lazos, sino la capacidad de decidir, como es cada uno -imperfecto y frágil-, circunstancias que se minimiza con la colaboración conyugal. Por eso, cuando se casan lo primero es él para ella y ella para él. Y luego los hijos. Sus padres o cualquier otra persona pasan a otro lugar.
Esto lo advierten los hijos y aprenden el modo de superar obstáculos con la ayuda de otra persona. Aprenden a cubrirse las espaldas, a asumir los resultados sin culpar al otro de los inevitables errores, y a la fortaleza de rectificar y emprender nuevas formas de colaboración hasta conseguir las metas. Definitivamente la fidelidad y la colaboración se capta e imita.
También los hijos observan que no es posible conseguirlo todo, entienden que hay prioridades y ven que no siempre es posible buscar lo más atractivo sino lo más conveniente. Así palpan el hecho de renunciar. Este aspecto es mucho más necesario para liberarse de las presiones de nuestro entorno que ofrece infinitas opciones y posibilidades. Son testigos de que la libertad también incluye la renuncia.
Este modo de apoyarse es un buen ejemplo para los hijos y a la vez se acercan con más confianza a sus padres porque los ven unidos. A su vez, esta experiencia lógicamente impulsará al padre y a la madre a evaluar y a apoyarse mejor. Todo ello benefcia la relación de pareja, la hace más sólida y les produce felicidad. Construyen una retroalimentación virtuosa. Mejora la totalidad de la entrega.
También este bienestar en las relaciones familiares se derrama en el trabajo externo. El protagonismo de los cónyuges dentro de la familia, sin que ellos se lo propongan, les hace mejorar su protagonismo fuera y a su vez es un tema que compartirán. Esto es un modo de construir un círculo virtuoso.
Además de los aspectos anteriores, la fidelidad conyugal incluye a la prole. Cuando hay amor verdadero, es lógico y natural el deseo de traer al mundo personas que se parezcan al padre o a la madre. Vivir la sexualidad incluye responsabilizarse por la otra persona. Este es el nivel más profundo e íntimo entre dos personas. Por eso es lógico que se viva en un matrimonio fiel. Con la misma persona.
La procreación es un instinto natural que desgraciadamente en la actualidad se encuentra obstaculizado debido a múltiples intereses que impone el rumbo de la sociedad: acceder a otros estudios o trabajos y múltiples entretenimientos que los hijos imposibilitarían. Y además por retrasar el matrimonio se han propagado las relaciones extramatrimoniales y al facilitar la promiscuidad cada uno se deteriora, su cuerpo, su intimidad queda expuesta, es canjeable y obviamente se produce una herida física y moral.
Es muy urgente replantearse con seriedad el aspecto de la procreación natural, a la luz de los siguientes hechos evidentes: la mujer cuenta con un tiempo concreto de fertilidad que no es equiparable a la fecundación artificial, la vida se ha prolongado, los sistemas laborales son más flexibles. Además, es alarmante el aumento de los países sin remplazo generacional.
La conclusión más sensata corresponde a los jóvenes, precisamente por lo altamente demandante de la procreación, por el lapso de fertilidad de la mujer y por la adecuada atención al desarrollo en la niñez, no conviene retrasar el matrimonio, y la carrera extrafamiliar puede impulsarse mejor cuando los hijos ya han dejado la infancia.
Sin embargo, para que los jóvenes sean capaces de afrontar este planteamiento, los matrimonios actuales han de rectificar, y aceptar que deben mejorar sus relaciones conyugales para dar buen ejemplo a los hijos. La fractura de las relaciones conyugales, la poca dedicación a la familia, o el divorcio y el acceso a otra unión, evidentemente son una lesión tremenda en el desarrollo de la prole.
Ellos no querrán provocar lo mismo, por eso no quieren matrimonio ni hijos. Pero evitar los compromisos tampoco es el camino para llevar una vida medianamente feliz.
Para enderezar estas decisiones es necesario recuperar el testimonio de la responsabilidad compartida del padre y la madre en la crianza y en la educación de los hijos. Y también recuperar la práctica del tesoro de las creencias y explicarles que eso es la herencia más importante para fortalecerlos en el bien.
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