“Nunca más la guerra”

Tras 1945, el mundo entró en una era marcada por la tensión entre bloques ideológicos, la proliferación nuclear y numerosos conflictos regionales. Frente a ese escenario de confrontación, los Papas de la segunda mitad del siglo XX –especialmente Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo IIreforzaron el compromiso de la Iglesia con la paz mundial, defendiendo los derechos humanos y el diálogo como caminos para resolver las disputas.

En este contexto, Pablo VI (1963–1978) se convirtió en el primer Papa en proyectar el mensaje de la paz de la Iglesia a escala verdaderamente global. Su liderazgo marcó una nueva etapa en la diplomacia pontificia, llevando la voz de la Iglesia hasta los foros multilaterales y convirtiendo el Magisterio social en instrumento para la resolución de conflictos.

Un discurso histórico en las Naciones Unidas: “¡Nunca más la guerra!”

El 4 de octubre de 1965, Pablo VI se convirtió en el primer Papa en hablar ante la Asamblea General de la ONU, en Nueva York. Fue un hecho sin precedentes: un líder espiritual de alcance global interpelaba a las naciones del mundo desde su propia casa común.

Su intervención, que él mismo calificó como el “discurso de la paz”, resonó en el plenario con fuerza moral extraordinaria. Allí lanzó una exhortación inolvidable:

¡No más la guerra, nunca jamás la guerra!”.

Y añadió:

La paz, la paz debe guiar el destino de los pueblos… No más la guerra, ¡nunca más la guerra!”.

Frente a la carrera armamentista, el Papa instó a los líderes a renunciar a la violencia como forma de resolver diferencias y a recordar las lecciones trágicas de los conflictos del siglo XX. Su mensaje no era solo emotivo, sino político, ético y evangélico.

Apoyo al derecho internacional y al multilateralismo

En el mismo discurso, Pablo VI respaldó plenamente los principios de la Carta de las Naciones Unidas, subrayando que la Iglesia se reconocía en los esfuerzos del derecho internacional por construir la paz. En sus palabras:

Vosotros sancionáis el gran principio de que las relaciones entre las naciones deben estar regidas por la justicia, la ley, la negociación, y no por la fuerza, la violencia o la guerra”.

Con esta afirmación, la Santa Sede abrazaba el lenguaje del derecho moderno y la legalidad internacional, reforzando su compromiso con un orden mundial basado no en el miedo, sino en la razón y la confianza. Pablo VI agradeció también a la ONU por su labor concreta de mediación y prevención de conflictos, reconociendo sus logros:

Vosotros habéis evitado guerras y resuelto disputas; os expresamos la gratitud en nombre del mundo”.

Diplomacia pontificia: mediación en conflictos y diálogo con los regímenes comunistas

Durante su pontificado, Pablo VI consolidó la diplomacia vaticana como instrumento de paz. Envió delegados papales a zonas de conflicto, entre ellas:

  • Vietnam
  • Oriente Medio
  • Biafra

En cada caso, ofreció la mediación de la Santa Sede, buscando salidas pacíficas, respeto a las poblaciones civiles y soluciones negociadas.

Además, impulsó la Ostpolitik vaticana, un diálogo prudente con los regímenes comunistas de Europa del Este. Esta política buscaba aliviar la persecución contra la Iglesia, garantizar espacios mínimos de libertad religiosa y disminuir tensiones entre el bloque soviético y el mundo occidental.

La paz como deber universal: la Jornada Mundial y el desarrollo

En 1968, Pablo VI instituyó una Jornada Mundial de la Paz que se celebra cada 1 de enero. Este gesto fue más que simbólico: puso a la Iglesia universal a reflexionar anualmente sobre la paz, conectando liturgia, pastoral y política internacional.

En su encíclica Populorum Progressio (1967), introdujo una idea que marcaría la doctrina social hasta hoy:

El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”.

Este concepto vinculó la justicia social, la erradicación de la pobreza y el desarrollo humano integral con la construcción de la paz duradera. Pablo VI comprendía que la violencia nace de la exclusión, y que ningún orden mundial puede ser estable mientras millones vivan en la miseria.

Condena clara a la violencia, la tortura y los conflictos coloniales

Pablo VI no guardó silencio ante los conflictos armados emergentes en América Latina y África, muchos de ellos derivados de la descolonización. Condenó abiertamente la violencia, la tortura y los abusos contra civiles, y pidió constantemente soluciones negociadas y respeto a los derechos básicos de toda persona.

Uno de los momentos más simbólicos ocurrió en 1972, tras la masacre de Múnich durante los Juegos Olímpicos. Profundamente conmovido, Pablo VI repitió las palabras que años antes pronunciara Pío XII:

¡Nada se pierde con la paz, todo puede perderse con la guerra!”.

Con esta frase, el Papa retomaba el hilo moral del magisterio pontificio del siglo XX: la guerra no es victoria para nadie, sino una derrota de la humanidad entera.

El pontificado de Pablo VI fue decisivo para proyectar el mensaje de paz de la Iglesia más allá de sus fronteras internas. Desde la ONU hasta las zonas de conflicto, su voz, su diplomacia y sus escritos consolidaron a la Santa Sede como un actor moral global, defensor de la paz fundada en la justicia, el derecho y la dignidad humana.

Su legado es una advertencia aún válida: la paz no es retórica ni buena voluntad abstracta. Es tarea política, espiritual y concreta. Y la Iglesia, bajo su guía, se comprometió con ella sin ambigüedad.

 

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