El precio de ser latino

En un momento político crucial para Estados Unidos, la tensión con su comunidad latina —y particularmente con los mexicanos— se ha intensificado en diversas capas: desde las políticas migratorias hasta la vida cotidiana. Lejos de ser un fenómeno nuevo, la fricción se enmarca en un contexto histórico complejo, aunque hoy se vive con una carga emocional, social y política especialmente densa.

Una historia de vínculos ambivalentes

La relación entre México y Estados Unidos ha estado marcada por la interdependencia económica, la movilidad humana y, a la vez, el recelo mutuo. Desde la guerra de 1846-1848 que resultó en la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano, hasta el Tratado de Libre Comercio (TLCAN) en 1994 y su sucesor el T-MEC, ambos países han compartido vínculos profundos, pero también heridas no cerradas.

En años recientes, sin embargo, el tono ha cambiado: el endurecimiento de las políticas migratorias, el discurso político antiinmigrante y los actos de discriminación han erosionado la confianza y la convivencia, haciendo cada vez más palpable la tensión entre el gobierno estadounidense y su población de origen latino.

Factores que alimentan el conflicto

a. Políticas migratorias cada vez más duras

Desde la administración Trump hasta medidas heredadas por la administración Biden, la política migratoria ha sido una fuente de preocupación constante. Las deportaciones masivas, la separación de familias en la frontera, el uso del Título 42 para expulsiones rápidas y la militarización de la frontera han generado un clima de hostilidad.

Según el Migration Policy Institute, en 2023 más de 350,000 personas fueron deportadas, una cifra que incluye a muchos mexicanos, incluso con años de residencia en EE.UU. “Mi esposo fue detenido camino al trabajo, pese a tener más de 15 años viviendo aquí. Nos quitaron nuestra estabilidad”, comparte Laura Méndez, residente de Dallas, Texas.

b. Retórica antiinmigrante y estigmatización

El lenguaje usado en campañas políticas ha contribuido significativamente al deterioro del ambiente social. La acusación de que los migrantes “traen drogas, crimen y son violadores”, pronunciada por Donald Trump en 2015, marcó un antes y un después. A pesar del cambio de administración, estas ideas siguen presentes en sectores del Congreso y de la opinión pública.

“El problema no es solo legal, es cultural: se ha instalado la idea de que los latinos somos una amenaza, no una contribución”, explica Elena Rojas, académica del Center for American Progress.

c. Incidentes de discriminación y violencia

La violencia hacia latinos ha crecido en paralelo a la retórica hostil. El ataque de El Paso en 2019, donde un tirador confesó querer matar “mexicanos invasores”, dejó 23 muertos. No fue un hecho aislado: según el FBI, los crímenes de odio contra latinos crecieron un 30% en los últimos cinco años.

Casos como el de Luis Armando Vázquez, golpeado por la policía en Arizona sin motivo aparente, o las amenazas recibidas por familias mexicanas en escuelas de Georgia y Florida, reflejan el clima de vulnerabilidad.

Consecuencias profundas para la comunidad

La comunidad latina —más de 63 millones de personas, de los cuales aproximadamente 38 millones tienen raíces mexicanas— vive entre la contribución social y económica que representan y la constante sospecha.

Los efectos psicológicos no son menores. “Mis hijos ya no quieren hablar español en público, tienen miedo”, relata María del Carmen López, madre de tres adolescentes en San Diego. Según el Pew Research Center, el 42% de los latinos reportan haber sufrido alguna forma de discriminación en el último año.

Económicamente, el miedo también impacta. Muchos latinos evitan acudir a servicios médicos o denunciar abusos laborales por temor a ser deportados o discriminados.

Respuestas políticas y comunitarias

Pese a todo, la comunidad latina no ha permanecido pasiva. Organizaciones como UnidosUS, RAICES o Movimiento Cosecha han reforzado su activismo, ofreciendo asesoría legal, movilización electoral y campañas de visibilización.

En el plano político, algunos congresistas latinos han alzado la voz. “No podemos tolerar que se siga utilizando a nuestra gente como chivo expiatorio electoral”, declaró el senador Alex Padilla, de California.

Desde México se ha ha insistido en el respeto a los derechos de los connacionales, aunque con respuestas más diplomáticas que firmes.

La reforma migratoria sigue pendiente desde hace décadas. Mientras tanto, el sistema se sostiene con parches, como el programa DACA, constantemente amenazado, o los TPS temporales.

El reto para ambos países no es solo técnico o diplomático, sino profundamente humano. La tensión entre Estados Unidos y su comunidad latina, especialmente los mexicanos, no se resolverá con muros ni discursos de campaña. Requiere valentía política, empatía social y una voluntad genuina de reconciliación.

Como afirmó el activista Joaquín Castro, “la historia de América es una historia de migrantes. Olvidarlo no solo es injusto, es negar su propia identidad”.

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