En cada discurso político, en cada plan de gobierno, el “trabajo decente” aparece como una promesa de justicia y bienestar. Pero ¿qué significa realmente? Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), no basta con tener empleo: el trabajo decente implica seguridad, dignidad, protección social, igualdad de oportunidades y conciliación entre la vida laboral y familiar. Y aquí surge la gran verdad incómoda: sin un sistema nacional de cuidados, el trabajo decente es una ilusión para millones de personas, especialmente para las mujeres.
¿Qué es el trabajo decente según la OIT?
Desde el año 1999, la OIT definió el trabajo decente como aquel que:
● Es productivo y proporciona una remuneración justa.
● Se realiza en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humana.
● Asegura protección social, estabilidad y posibilidad de desarrollo personal.
● Garantiza igualdad de oportunidades y trato entre hombres y mujeres.
● Permite conciliar vida laboral y vida familiar.
Este concepto se convirtió en el eje transversal del Objetivo 8 de la Agenda 2030: “Promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos”.
¿Dónde entra el cuidado?
El cuidado no es un “complemento” del trabajo decente. Es una condición estructural para que el trabajo sea posible y digno. La OIT ha identificado tres formas en que los sistemas de cuidados se vinculan directamente con el trabajo decente:
1. Condición para el acceso al empleo – Sin servicios de cuidado accesibles y de calidad, millones de personas —en su mayoría mujeres— no pueden trabajar, estudiar ni emprender.
2. Condición para la permanencia laboral – Sin licencias, redes comunitarias o políticas flexibles, quienes cuidan terminan renunciando o precarizándose.
3. Fuente de trabajo decente – Los sistemas nacionales de cuidados son fuente de empleo masivo: educadoras, enfermeras, cuidadoras de personas mayores o con discapacidad. Pero deben estar regulados, bien pagados y reconocidos como trabajos esenciales.
La situación global
● En el mundo, 16,400 millones de horas diarias son dedicadas al trabajo de cuidados no remunerado —tres cuartas partes por mujeres (OIT, 2018).
● Países con sistemas de cuidado robustos (Suecia, Noruega, Francia, Canadá) tienen mayor participación laboral femenina, menor pobreza infantil y mejores indicadores de bienestar.
● En contraste, países sin redes de cuidado amplias reproducen la desigualdad de género, fomentan la informalidad y precarizan a quienes cuidan.
México enfrenta una triple crisis en el tema de cuidados y trabajo decente:
1. Carga desproporcionada para las mujeres – El 76% del trabajo de cuidados en el país es no remunerado. Esto explica por qué solo el 45% de las mujeres en edad laboral participa en el mercado formal, frente al 75% de los hombres.
2. Ausencia de un sistema nacional – No existe en México un sistema de cuidados universal, articulado y con financiamiento suficiente. La dispersión institucional impide que el cuidado sea una política de Estado.
3. Precariedad del trabajo de cuidados – La gran mayoría de las trabajadoras del hogar, cuidadoras de adultos mayores o personal de estancias infantiles labora sin seguridad social, con bajos salarios y sin formación profesional reconocida.
¿Qué exige la OIT a los Estados?
La OIT ha planteado directrices claras para garantizar trabajo decente mediante políticas de cuidados:
● Crear servicios universales, públicos o subsidiados de cuidado infantil, geriátrico y a personas con discapacidad.
● Profesionalizar el trabajo de cuidados, con certificación, derechos laborales y seguridad social.
● Adoptar leyes de corresponsabilidad: licencias parentales compartidas, horarios flexibles, incentivos a las empresas.
● Desarrollar sistemas nacionales de cuidados, con rectoría estatal, normatividad y presupuesto multianual.
El cuidado es trabajo, el trabajo exige cuidados
No puede haber trabajo decente si las personas que cuidan están excluidas, agotadas o invisibilizadas. Tampoco puede haber equidad de género mientras el cuidado siga siendo una tarea “privada” o “natural” de las mujeres.
Cuidar también es trabajar. Y para trabajar con dignidad, alguien debe cuidar.
La promesa de un sistema nacional de cuidados es más que una política social: es la condición estructural para que el trabajo decente deje de ser una aspiración abstracta. Si el gobierno de Claudia Sheinbaum quiere cumplir los compromisos con la OIT, la igualdad de género y la Agenda 2030, debe iniciar con una ley general de cuidados, un organismo rector y una visión integral.
Porque sin cuidados, el trabajo es desigual. Y sin justicia en el trabajo, no hay justicia social.
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