Reducir la jornada laboral sin frenar al país

La discusión sobre la reducción de la jornada laboral no es nueva, pero ha cobrado renovada fuerza en México ante la propuesta de reforma constitucional para disminuir la semana laboral de 48 a 40 horas. A nivel internacional, los países han transitado diversas rutas hacia jornadas más humanas, apostando por el equilibrio vida-trabajo y la salud mental de sus ciudadanos. ¿Está México listo para dar este paso? ¿Qué consecuencias tendría hacerlo de golpe en un país con amplias desigualdades laborales y baja productividad? El desafío está en encontrar un modelo que respete los derechos sin colapsar la viabilidad económica.

¿Cuántas horas trabaja el mundo?

Según el informe más reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2023), la jornada laboral promedio semanal a nivel mundial es de 43.9 horas. No obstante, existen grandes contrastes regionales:

  • México es uno de los países con mayor número de horas trabajadas, con un promedio de 2,226 horas anuales por trabajador según la OCDE, lo que equivale a más de 47 horas semanales.
  • En Alemania, el promedio es de 1,349 horas anuales, es decir, cerca de 26 horas semanales efectivas.
  • En países como Francia, Dinamarca y Países Bajos, las jornadas rondan entre 35 y 38 horas semanales.

El caso mexicano es emblemático: pese a ser uno de los países donde más se trabaja, su productividad está por debajo del promedio de la OCDE. Esto plantea una contradicción que la reducción de jornada puede ayudar a corregir, si se hace con estrategia.

¿Qué implica pasar de 48 a 40 horas sin escalonamiento?

Una reducción abrupta de la jornada, sin transición, puede tener efectos adversos, especialmente en pequeñas y medianas empresas (PyMEs) que representan el 99% de las unidades económicas del país. De acuerdo con el Consejo Coordinador Empresarial (CCE), “la medida, aunque deseable en el largo plazo, debe considerar realidades sectoriales y acompañarse de incentivos o apoyos para evitar despidos o recortes de ingresos”.

Consecuencias posibles de una reducción inmediata:

  • Aumento de costos laborales sin un incremento paralelo de productividad.
  • Frenos a la contratación, especialmente en sectores intensivos en mano de obra.
  • Mayor informalidad, al intentar las empresas sortear el cumplimiento legal.
  • Desigualdad regional, ya que estados con menor dinamismo económico enfrentarían mayores dificultades para adaptarse.

La Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) ha propuesto un modelo de implementación gradual, basado en diálogo social, ajustes sectoriales y evaluación constante del impacto en productividad y empleo.

El camino intermedio: una implementación gradual

Inspirarse en modelos de países que han logrado avanzar hacia jornadas más humanas puede ser una vía para México. En Francia, por ejemplo, la transición a las 35 horas semanales en 2000 fue paulatina, con exenciones para ciertos sectores. En Chile, una ley de reducción progresiva a 40 horas se aprobó en 2023, pero entrará en vigor de manera escalonada hasta 2027.

Una propuesta viable para México podría incluir:

  • Reducción inicial a 44 horas semanales, con evaluación anual.
  • Aplicación diferenciada por sectores y regiones, priorizando sectores de alto riesgo laboral y bajo salario.
  • Creación de un Observatorio Nacional de Productividad y Jornada Laboral, con participación de sindicatos, académicos y empresarios.
  • Incentivos fiscales o subsidios para PyMEs que adopten la nueva jornada sin reducir salarios.

Según datos del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), los sectores más intensivos en horas (como comercio, servicios y construcción) también son los menos productivos, por lo que la reforma debe ir acompañada de programas de capacitación, digitalización y formalización.

Reducción de jornada y productividad: ¿enemigos o aliados?

Contrario a la intuición, reducir la jornada laboral puede aumentar la productividad, siempre que se rediseñen los procesos laborales. El ejemplo más citado es Islandia, donde entre 2015 y 2019 se implementaron programas piloto de reducción a 35-36 horas semanales en el sector público. Los resultados: se mantuvo o incluso mejoró la productividad y aumentó la satisfacción y salud mental de los empleados.

En México, el reto es doble: por un lado, mejorar las condiciones de vida de los trabajadores; por otro, transformar el modelo laboral para hacerlo más eficiente y equitativo. El Banco Mundial ha señalado que invertir en salud y bienestar laboral puede aumentar hasta un 20% la productividad en economías emergentes.

Como advierte la investigadora Viridiana Ríos, “una reforma laboral no puede evaluarse solo por su impacto inmediato en costos. Tiene que pensarse en términos de desarrollo humano, justicia y sostenibilidad”.

Juan Carlos, operador de montacargas en una maquiladora de Monterrey, relata: “Yo empiezo a las 7 de la mañana y salgo después de las 6. Son más de 50 horas a la semana y apenas veo a mis hijos. No me quejo del trabajo, pero sí de que no haya tiempo para la vida. Si bajaran la jornada y me pagaran igual, podría hasta estudiar algo o pasar más tiempo en casa”.

Como Juan Carlos, millones de mexicanos trabajan más horas de lo que marca la ley y en condiciones que afectan su salud física, emocional y familiar. El debate sobre la jornada laboral no es solo económico: es profundamente humano.

Una oportunidad para repensar el trabajo

Reducir la jornada laboral en México no es un capricho ideológico ni una amenaza al crecimiento. Es una oportunidad histórica para avanzar hacia un país más justo, saludable y competitivo. Pero para lograrlo se requiere visión de Estado, compromiso empresarial, corresponsabilidad sindical y una hoja de ruta realista.

Como recordó recientemente la OIT en su Declaración sobre el Futuro del Trabajo: “La reducción del tiempo de trabajo es una herramienta clave para mejorar el equilibrio entre la vida laboral y personal, fomentar la igualdad y preparar a las sociedades para los desafíos del siglo XXI”.

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