El pasado 28 de abril del presente año, la península ibérica conformada por países como España, Portugal, Andorra y el sur de Francia, vivieron un histórico acontecimiento al sufrir un apagón de electricidad por más de 12 horas. Y lo que resaltan son 2 puntos importantes, y no me refiero precisamente al caos social que pudimos observar claramente en redes sociales, sino a que un precedente de esta magnitud no se vivía desde el apagón de 2003 en Italia, y algo que aún sigue causando dudas a casi un mes del suceso, ¿realmente qué lo derivó?
Alrededor de las 12:33 pm hora de España (4:00 am hora local), la red de energía sufrió la caída repentina de más de 15 gigavatios, el equivalente al 60% de la electricidad que se consumía en ese momento, y como resultado, toda la red española colapsó.
Inmediatamente, desde Portugal, el gobierno de Marcelo Rebelo de Sousa, indicó que el apagón que también estaba teniendo impactó en su país surgió desde la planta situada en su país vecino, y que se habían comenzado conversaciones para determinar la causa y actuar sobre ella.
Otra de las zonas de la península Ibérica que se vieron afectadas fue Francia, aunque no en su totalidad, únicamente el sur. Ante esto, el gobierno de Emmanuel Macron negó que el apagón se debiera a algún incendio en territorio francés.
Además de las afectaciones en servicios de transporte, como trenes, transporte subterráneo y semáforos, así como en comercio e industrias, el corte en el servicio, la operación de algunos servicios financieros quedaron paralizados. Sin embargo, la Bolsa española y otros servicios de mercado de valores continuaron operando con normalidad.
Pero, ¿qué efectos tiene este apagón? Primero que nada demos una sumergida en la historia y recordemos el apagón masivo e histórico de Italia 2003, lo que más ha asemejado con este suceso.
La Notte Oscura – Italia 2003
El 28 de septiembre de 2003, 57 millones de italianos quedaron sin electricidad en el mayor apagón de su historia. Todo comenzó a las 3:01 a. m., cuando una rama de árbol impactó una línea de alta tensión en el paso de Lukmanier (Suiza), provocando un cortocircuito. Italia, con alta demanda energética y dependencia de electricidad importada, sufrió un efecto dominó: otra línea clave (San Bernardino) también falló, y a las 3:28 a. m. todo el país quedó a oscuras.
El colapso activó automáticamente sistemas de protección, y aunque ocurrió en plena madrugada de un domingo, afectó servicios críticos: metros, trenes, hospitales, tráfico y telecomunicaciones. En Roma, coincidió con la “Notte Bianca”, dejando eventos y miles de personas en la oscuridad.
La recuperación fue lenta y compleja, ya que las plantas necesitaban energía externa para arrancar y sincronizarse. El restablecimiento tomó entre 4 y 18 horas, según la región. Este apagón mostró la vulnerabilidad de las redes eléctricas interconectadas y cómo un incidente menor — como lo fue un árbol — puede desencadenar una crisis nacional grave.
Un día normal, versión apocalipsis
Mientras las autoridades hacían todo lo posible por restablecer el servicio eléctrico, en las redes sociales se libraba otra batalla: el espectáculo digital. Miles de usuarios publicaron cómo vivían el apagón, y no precisamente para informar, sino para convertirse en protagonistas de una catástrofe que no requería estrellas.
Desde la persona indignada porque su cerveza no estaba a la temperatura ideal, hasta usuarios envueltos en banderas gritando al cielo en la Puerta del Sol como si fueran los últimos sobrevivientes del planeta, todo quedó documentado. Incluso hubo reportes oficiales de autoridades que confirmaron incidentes graves, incluyendo intentos de suicidio.
Lo preocupante no es solo la desinformación — que corrió más rápido que cualquier periodista o medio —, sino la tendencia a sobreactuar, viralizar y construir relatos personales con una necesidad obsesiva de protagonismo. No faltaron los influencers que, con tono dramático, grabaron su “último mensaje” como si de un hundimiento de barco se tratará. En vez de usar las plataformas para compartir datos útiles, muchos las utilizarón para inflar el caos, rayando en la exageración y convirtiéndose en el espectáculo en los ojos del mundo.
Mientras tanto, usuarios de Latinoamérica aprovecharon para burlarse con frases como “estamos a salvo”, ironizando el dramatismo con que se vivió el apagón en España.
¿Coincidencia, ataque, apocalipsis? Qué sucedió en realidad.
A casi un mes del suceso, aún no existe una versión 100% confirmada sobre qué causó el apagón. Las explicaciones iniciales hablaron de “oscilaciones anómalas” y “vibración atmosférica inducida”, provocadas por variaciones térmicas. Sin embargo, hay elementos que han llevado a algunos expertos a considerar otras hipótesis más delicadas.
Una posibilidad es la de un ciberataque, ya que las infraestructuras eléctricas modernas — interconectadas, digitalizadas y dependientes de software — se han convertido en objetivos potenciales en contextos de tensión internacional. La guerra entre Rusia y Ucrania, que ha incluido ataques cibernéticos documentados contra sistemas energéticos en Europa del Este, plantea una preocupación legítima sobre la vulnerabilidad de las redes occidentales.
Asimismo, algunos analistas han vinculado estos episodios con el clima geopolítico posterior a la llegada de Donald Trump al poder en EE.UU., cuyo gobierno tuvo una política energética y de seguridad digital distinta a la de sus antecesores. Durante su mandato se debilitó la cooperación transatlántica en ciberseguridad, lo que pudo dejar ciertos flancos descubiertos.
Aunque por ahora no hay pruebas concluyentes, y la desconfianza de la población es más que inminente sobre todo con gobiernos como el de Pedro Sánchez, el hecho de que el apagón no haya sido precedido por condiciones meteorológicas adversas, incendios o fallos técnicos reconocibles, mantiene viva la sospecha de una interferencia externa.
Uno de los comunicados oficiales emitidos por la REN (Redes Energéticas Nacionais), la institución portuguesa explicó que la interrupción se originó por “oscilaciones anómalas en las líneas de muy alta tensión (400 kV)”, atribuidas a un raro fenómeno conocido como “vibración atmosférica inducida”. Estas alteraciones habrían sido provocadas por bruscas variaciones de temperatura en el interior peninsular.
No fue solo energía: fue desconexión colectiva
El apagón del 28 de abril no solo dejó a oscuras a millones de personas en la península ibérica, también iluminó — paradójicamente — las profundas grietas de las infraestructuras colectivas y regionales, la dependencia energética de la que somos parte en nuestro día a día, y en la cultura digital en la convivimos. Más allá de las explicaciones técnicas, que van desde vibraciones atmosféricas hasta posibles ciberataques, el suceso expuso que incluso en pleno siglo XXI, una red eléctrica puede colapsar de forma abrupta y dejar en pausa sociedades enteras.
La comparación inevitable con el caso italiano de 2003 deja claro que, dos décadas después, seguimos siendo vulnerables a factores que van desde el cambio climático hasta el desequilibrio geopolítico. Si bien las autoridades portuguesas ofrecieron una explicación científica, la falta de transparencia, las respuestas imprecisas y el contexto internacional actual alimentan teorías más inquietantes. ¿Estamos ante una falla aislada o ante una advertencia de algo mayor?
Al mismo tiempo, la forma en que las redes sociales distorsionaron la percepción del evento revela otro tipo de fragilidad: la emocional y cultural. Ante el caos, buena parte de la sociedad no buscó comprensión ni información, sino visibilidad. En vez de conectar soluciones, las plataformas se convirtieron en teatros donde cada quien quiso interpretar su propio apocalipsis. Y eso, quizás, es aún más preocupante que el apagón mismo.
Y ahora sabiendo esto, tú influye en la conversación, y aporta la verdad en un mundo disruptivo y lleno de información errónea o incompleta. ¡A influir!
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