“Soy un hijo de San Agustín… ‘Con ustedes soy cristiano y para ustedes, obispo’”, dijo León XIV en su primer mensaje al mundo. Estas palabras no fueron un gesto retórico: resumen toda una identidad espiritual y eclesial. Su lema episcopal —“In illo uno unum”, es decir, “en Aquel Uno, uno solo”— revela la visión agustiniana que lo ha formado desde su ingreso a la Orden en 1977. Esta espiritualidad no solo le dio su vocación sacerdotal y misionera, sino que ahora perfila su pontificado: un servicio radical a la unidad en la diversidad, en una Iglesia herida por polarizaciones.
La raíz de su lema: el Cristo de San Agustín
El lema In illo uno unum remite a la intuición fundante de San Agustín: que solo en Cristo —la Verdad, el Amor, la Comunión plena— pueden unificarse los corazones divididos. Como dice la Regla agustiniana, los hermanos deben vivir “una sola alma y un solo corazón hacia Dios” (anima una et cor unum in Deum). Esta comunión no nace de uniformidad, sino de una profunda interioridad compartida. Agustín la describe como una búsqueda incesante del Bien supremo desde lo profundo del alma, un camino de conversión constante: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
León XIV encarna este espíritu. En su primera homilía con los cardenales electores, citó a San Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, y afirmó que esta confesión es la que debe sostener hoy a la Iglesia frente a un mundo que desprecia la fe o la reduce a mera simpatía moral.
Unidad en medio de la tensión: su papel como mediador
La elección de un agustino como sucesor de Pedro en un momento de tensiones internas no es casual. León XIV —Robert Prevost— ha demostrado durante décadas una capacidad poco común para el discernimiento y la mediación. En Perú, lideró procesos de reconciliación y reforma durante la crisis del grupo Sodalicio. Ya en el Vaticano, como prefecto del Dicasterio para los Obispos, ha sido una figura clave en la promoción de una Iglesia sinodal, donde los nombramientos reflejan sensibilidad pastoral y equilibrio entre corrientes doctrinales.
Este perfil resulta especialmente necesario en un contexto eclesial donde, como él mismo advirtió, la fe es despreciada por algunos y reducida por otros a un simple humanismo moral. Para él, el reto del Papa no es inclinarse ante uno u otro sector ideológico, sino “desaparecer para que permanezca Cristo”.
Espiritualidad agustiniana: interioridad, comunidad y caridad
El carisma agustiniano se concreta en tres pilares: la interioridad, la comunidad y la caridad. Estos ejes configuran una visión pastoral profundamente humana: buscar a Dios en el corazón, vivir la fraternidad auténtica y servir a los más necesitados. La experiencia de Agustín —marcada por la conversión, el pensamiento y la acción— se traduce en un liderazgo eclesial que escucha, discierne y acompaña.
León XIV, desde sus primeras palabras, mostró esta actitud: “Ayudémonos los unos a los otros a construir puentes con el diálogo, el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo, siempre en paz”. Y añadió un gesto de humildad profunda: “Sin miedo, unidos, mano a mano con Dios y entre nosotros, andemos adelante”.
Como afirmaba el propio San Agustín, “la paz verdadera no es la ausencia de conflicto, sino la presencia del amor”. Esta frase puede convertirse en hoja de ruta de un pontificado que busca sanar las heridas abiertas entre conservadores y progresistas, entre norte y sur, entre Roma y las periferias.
Un testimonio agustiniano para la Iglesia universal
El perfil de León XIV como un Papa de escucha y mediación no es teórico: su biografía lo respalda. Desde su formación en Derecho Canónico hasta su experiencia misionera en Latinoamérica, pasando por su liderazgo como obispo de Chiclayo y como prefecto en Roma, se ha mostrado como un puente entre culturas, sensibilidades y realidades. Según sus colaboradores, “es un hombre que escucha más de lo que habla, que construye sin polarizar, y que cree que la verdad se revela en el amor vivido en comunidad”.
La fuerza de la espiritualidad agustiniana es esta: no busca ganar debates, sino transformar corazones. Como señalaba el documento de su orden: “Trabajamos al servicio del pueblo de Dios, participando en la obra de evangelización desde la fraternidad”.
Conclusión: el reto de hacer Iglesia como comunión
León XIV no llega con recetas. Llega con una herencia espiritual que ha probado su eficacia en contextos complejos. En su propia diócesis —Chiclayo— dejó el recuerdo de un pastor cercano. En Roma, ha sido el artífice de nombramientos que han equilibrado tradición y renovación. Su desafío ahora es mucho mayor: ayudar a que el Colegio Cardenalicio y toda la Iglesia vivan “una sola alma y un solo corazón hacia Dios”, en medio de un mundo que exige respuestas nuevas a desafíos antiguos.
Tal vez por eso, sus primeras palabras no fueron programáticas, sino profundamente evangélicas: “La paz esté con ustedes. Dios nos ama a todos. El mal no prevalecerá”.
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