Repensar la educación V

Para que la educación sea efectiva, el educando ha de tener buenas disposiciones para escuchar, asimilar y practicar las recomendaciones y así poner medios para garantizar buenos resultados. Tal vez esto no era necesario antes pero ahora sí. Hay muchos recursos accesibles que parecen educativos y en general los prefieren pues son “divertidos”.

En definitiva, el educando e incluso sus padres han de revalorar el esfuerzo personal para aprender, la secuencia de los contenidos para adquirir orden mental, la importancia de conocer los elementos de todos los saberes, la convivencia con otros escolares para detectar las distintas habilidades y otros modos de aprender y, lo más importante: adquirir virtudes. De ese modo forjarse como personas sólidas y con carácter.

La tarea es ardua pues es imprescindible detener el ritmo de vida instalado en los hogares y en las instituciones educativas. Los adultos: padres y maestros, han de afrontar el influjo del ambiente y descubrir la huella contrapuesta a sus funciones como educadores. También aprovechar lo aprovechable para la educación. Rectificar si se han dejado llevar por la comodidad y han delegado la tarea educativa en el campo que les compete.

El resultado es la ausencia de educadores. El padre y la madre evaden esa tarea y la dejan en cualquier escuela sin conocer a fondo su ideario. Los maestros suplen su labor cediéndola a los recursos tecnológicos y descuidan el papel tan difícil pero indispensable del trato humano necesario para conocer y sobre todo para impulsar o corregir. Y estar dispuestos a contrarrestar la resistencia de los educandos a las exigencias que han de superar. 

Además, la mal orientada protección de las personas admitiendo todo tipo de denuncias, resulta un arma poderosa para dejar hacer, dejar pasar y evitar problemas. Tras todos estos actos no aparece el sustento de la veracidad, de la posibilidad de poner límites, de la investigación radical para comprobar el modo de encausar a la mejora, por medio de recursos educativos sólidamente probados como lo son las sanciones justas, las metas educativas y mucho más. Todo esto provoca la anarquía divorciada de la moralidad.  

El problema contemporáneo de fondo se debe a la falta de reflexión debido a la profusión de recursos tecnológicos al alcance de todas las personas. Los contenidos son entretenidos, simples, variados, en el mejor de los casos superficiales, pero la realidad es que en el fondo hay mensajes que buscan enganchar a las personas con un comportamiento al garete.

Los mensajes son adictivos y buscan seguidores para aficionarlos a sus productos. El trasfondo es totalmente economicista. Las personas no se ven como educandos sino como clientes. El fin buscado no es la mejora de la persona sino un adicto que consuma los productos que se les ofrecen. Las relaciones se vuelven mercantiles. Importa el consumismo no las relaciones perfectivas.  

Se desdibuja la figura del maestro como persona ejemplar que va por delante y con su experiencia advierte el modo de sortear obstáculos externos e internos. Y enseña a valorar la constancia. Por eso se ha perdido la capacidad de admirar, y esto entierra el respeto y la búsqueda del consejo. Con lo cual lo que queda es la indiferencia en el mejor de los casos y en la mayoría el desprecio a la superación. 

Así se explica la poca valoración de la vida humana, del esfuerzo, de la constancia, de los lazos familiares, y lo peor es la incapacidad de sacrificarse por los demás. Todo ello inhabilita para amar y por consiguiente para crear lazos estables requeridos por la valoración de la dignidad humana, se desdibujan la estabilidad de la familia y todo tipo de relaciones. De ahí la imposibilidad de entender y defender a la familia.

Sin embargo, poner en práctica medidas para recuperar la sensatez lo exige el ADN de todo ser humano, de allí el convencimiento del éxito, aunque sea a largo plazo y con muchísima paciencia y constancia. Lo inmediato es cultivar la virtud de la fortaleza, para ello se sugieren algunos consejos. Estos seguramente llevarán a otros más adecuados para cada circunstancia.

Como vemos el ambiente es hostil y es necesario saber decir que no a lo indebido a costa de ir en sentido contrario a lo acostumbrado por los demás y afrontar rechazos e incomprensiones sin debilitarse. Algunos modos para lograrlo se exponen enseguida:

Los adultos -padres y educadores- con su modo de vivir han de dar ejemplo de todo lo que aconsejan. Los hijos y los educandos necesitan coherencia y observan todo para adquirir seguridad. 

Los casados han de ser más responsables de la buena marcha de su matrimonio y mostrar el cariño entre ellos y el de ellos por cada hijo. Esto desarrolla la seguridad de las personas y revive la importancia de la familia.

Los padres y los educadores han de mostrar su agrado por las tareas educativas y también por las demás actividades que realizan, de ese modo los niños y los jóvenes aprenden a valorar lo que les corresponde.

Conocer a los hijos en la casa y a los educandos en la escuela. Promover actividades donde se explayen los niños y los jóvenes para saber sus preferencias y sus temores. En la casa pueden ser oportunas las horas de comida o el comentario de un libro o de algún evento. En la escuela algo semejante aprovechando algún suceso nacional o internacional. Abordar temas que faciliten conocer sus sentimientos y el modo de expresarlos. También sus proyectos, logros o fracasos.

La sobreprotección es fatal pues se atrofian. Si se trata de evitarles sufrir no aprenderán a superar fracasos o dificultades. Si es por desconfiar de sus habilidades es la oportunidad de comprobarlas y trabajar las que no poseen. Ellos mismos se conocerán mejor y actuarán con más seguridad.

Siempre mostrarles afecto por lo que son y por lo que emprenden más que por los resultados. Esto no excluye la alabanza cuando superen dificultades o la corrección cuando su desempeño sea precario. 

La sobriedad es una virtud derivada de la fortaleza muy poco fomentada en la actualidad debido a la facilidad para adquirir satisfactores, la mayoría de las veces innecesarios. Practicar la sobriedad llevará a contar con personas capaces de aprovechar al máximo los recursos y eliminar el consumismo que además produce muchos desperdicios. La pregunta clave: ¿es necesario? 

Otro aspecto de la fortaleza consiste en practicar con seguridad los principios y las propias convicciones, aunque no las valoren los demás o el ambiente sea adverso.

Todo esto no es nuevo, pero urge recuperarlo tomando en cuenta los beneficios al alcance o alertando ante lo degradante. 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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