Dignidad “intacta”…

Ahora bien, el mayor puesto que hay en el universo conocido -no debemos olvidarlo- es el de ser persona humana. Esta es una verdad reconocida por todos en el mundo, sin distinción de religión o formación escolar.


Imagen de Ebrrd


De regreso de su entrevista con el vicepresidente Pence y el secretario de Estado Pompeo, Marcelo Ebrard orondo presumió ante el pueblo mexicano que la delegación mexicana encabezada por él había logrado evitar que Donald Trump castigara injustamente las exportaciones mexicanas. Y añadió –quizá porque en el fondo él sabía que en esa entrevista lo que había estado en juego había sido mucho más que la aplicación o no aplicación de unos aranceles irracionales– que la dignidad de México había salido intacta del lance. Contrario, sin embargo, a lo que yo vaticiné que sucedería, esta última parte de la declaración de Ebrard no suscitó mayor revuelo mediático en nuestro país. Puede ser que siendo lo de las tarifas arancelarias el asunto de mayor urgencia, lo de la dignidad no mereció tanta atención. Puede también ser que la naturaleza medio abstracta de la dignidad haya desanimado a los formadores de opinión de meterse por esos vericuetos, poco atractivos periodísticamente. No obstante, opino que de todos modos merece la pena debatir si realmente México sufrió o no sufrió menoscabo en su dignidad, y lo que eso significaría para el país frente a sí mismo y frente al resto del mundo.

El tema de la dignidad no es algo menor. Basta recordar que, por lo menos a partir de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” en 1948, ese concepto es hoy por hoy uno de los pilares que fundamentan cualquier reflexión sobre el derecho, tanto en su aplicación a la persona individual como a las naciones. Conviene por tanto dedicarle cierta atención. Y vale la pena empezar por definir qué significa “dignidad”, pues aunque todo mundo habla de ella, definirla o describirla no parece ser algo sencillo y mucho menos universal.

Para empezar, es fácil observar que la dignidad siempre va asociada en nuestra mente con dos conceptos: importancia y respeto. Va asociada también frecuentemente, precisamente por su relación con la importancia, con el concepto de autoridad. Se habla así de la dignidad real, presidencial, episcopal, etcétera. Y sabemos que el respeto especial que la sociedad tributa a quienes ocupan esos cargos es debido a la importancia de los mismos y no al mérito personal que esas personas pudieran tener. A mayor importancia del puesto, mayor es la dignidad del mismo y mayor el respeto que se tributa a quien lo ejerce. Podemos intentar una definición de dignidad diciendo que es la cualidad que hace a una persona merecedora del respeto de los demás como consecuencia del lugar que ella ocupa en la sociedad o en el mundo en general. Ese lugar, obviamente, no es uno que deba estar en los organigramas de las diversas instituciones humanas, pues, por ejemplo, el lugar del benjamín de una familia tendrá una importancia enorme para esta y merecerá de ella un respeto supremo, a pesar de no figurar entre los puestos claves de un gobierno.

Ahora bien, el mayor puesto que hay en el universo conocido –no debemos olvidarlo– es el de ser persona humana. Esta es una verdad reconocida por todos en el mundo, sin distinción de religión o formación escolar. Es algo que hasta los grupos humanos más secularizados pueden afirmar sin desdoro de su laicidad o desafiliación religiosa. No hay ser en el mundo que sea más importante que el hombre; éste es el punto al que se dirigen todos los esfuerzos humanos y al mismo tiempo es quien es responsable de que esos esfuerzos logren su fin. Todos los demás seres están al servicio y a las órdenes del hombre. La Sagrada Escritura, si lo vemos desde el prisma de la fe, también destaca esa realidad, describiéndola como fruto de un acto creador, libérrimo, de Dios. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Lo hiciste señor de las obras de tus manos. Todo lo pusiste a sus pies. Lo hiciste poco menor que los ángeles. Lo has llenado de gloria y dignidad”, canta el salmo 8. Dios colocó al hombre en el centro mismo de la creación y es de ahí de donde le viene al hombre su dignidad suprema; dignidad inherente a todo ser humano, por el simple hecho de serlo.

Nada ni nadie puede arrebatarle a la persona ese puesto, ni negarle la cualidad –dignidad– que viene con él. Todos estamos conscientes, desgraciadamente, que con demasiada frecuencia les negamos a otras personas el respeto que esa cualidad les merece. Las vemos como ocupando posiciones inferiores a nosotros mismos, como menos merecedores de respeto. Se dice entonces que les damos un trato indigno o que rebajamos su dignidad. Las personas más débiles –por su pobreza, raza, creencias, etc.– son las víctimas más comunes de ese desprecio a su dignidad. Lamentablemente, por la constatación de su propia debilidad, real o percibida, estas personas frecuentemente se consideran así mismas como ubicadas en los márgenes, en la periferia, de la dignidad humana, lo cual sólo las hace más vulnerables ante la violencia ajena. La historia humana se ha construido a partir de la lucha de unos por demandar de otros ese respeto y del esfuerzo de estos últimos por negarse a otorgarlo. Una forma excelente de expresar el respeto mutuo –el reconocimiento mutuo de la dignidad– es a través de la solidaridad y la subsidiariedad.

Y lo que se dice de los individuos se aplica igualmente a los diversos organismos que los individuos han creado para vivir y salvaguardar su dignidad.

Evidentemente que no todas las entidades creadas por los humanos tienen la misma importancia; su trascendencia social y sus efectos en los individuos varían dependiendo del grado de consonancia de cada una de ellas con la dignidad central: la de la persona. Sería absurdo querer comparar la importancia y la trascendencia de la familia con la de un club deportivo, para mencionar un ejemplo. Algunas entidades llegan incluso a constituirse como auténticas aberraciones al ser creadas para fines totalmente contrarios a la dignidad de la persona humana. Ejemplo de ello son las bandas criminales. Las naciones, en este contexto, merecen un respeto especial por la trascendencia del puesto que ocupan en la vida humana: nutriéndola, educándola, permitiendo su desarrollo y plenitud a través de la ley, la cultura, la lengua, la política, etc. La nacionalidad constituye un factor importantísimo en la personalidad individual.

Nadie ignora la enorme influencia que en su vida ejerce su nacionalidad y todo lo que ésta implica. De ahí que es perfectamente válido hablar de dignidad nacional y del respeto que cada nación merece por parte de las demás naciones. Pero, ay, al igual que las personas débiles, también las naciones débiles en lo económico o político se comportan como si no merecieran el respeto ajeno.

Habida cuenta de lo anterior podemos intentar determinar si la dignidad nacional de México fue o no respetada en el caso de las negociaciones en torno a los aranceles de Trump. Si consideramos que nada ni nadie puede afectar la dignidad de la persona o nación, porque nada ni nadie puede modificar el lugar que ocupa en el universo, claro que la dignidad mexicana no sufrió merma alguna. México es y será México, del mismo modo que yo soy yo y nadie puede tomar mi lugar en el mundo ni en la historia. Quedan por verse, claro, dos cuestiones. La primera es la que concierne al respeto que mereció México de parte del gobierno yanqui. Y creo que no hay duda que a los ojos del gobierno de Donald Trump México merece poco o nada. A juzgar por el comportamiento que el presidente de Estados Unidos ha mostrado desde el día en que inició su campaña en 2016, es difícil no pensar que a su modo de ver formamos parte del grupo de los “shithole countries” a los que él abierta y desvergonzadamente desprecia y denigra. La forma misma de relacionarse con México demuestra que Trump, fiel a sus métodos de “negociación”, a nuestro país lo ve como algo que debe ser aplastado. Por confesión propia, él sólo “negocia” con quien accede a sus condiciones; a quienes no puede, o no necesita, persuadir de aceptar sus condiciones los destroza. Es claro que no puede destrozar a quien él percibe como superior a él. ¿Respeto a la dignidad mexicana en las negociaciones sobre aranceles? Definitivamente no.

De parte de nuestro gobierno tampoco hubo respeto a la dignidad nacional. AMLO y sus negociadores fueron al encuentro con el equipo de la Casa Blanca sintiéndose débiles, en la periferia de la dignidad. Si es que Ebrard y su equipo llevaron alguna contrapropuesta para negociar con Pence y Pompeo, no hay signos de que haya sido tomada en cuenta. Lo más seguro es que la delegación mexicana no se sentó a la mesa de negociación sintiéndose al mismo nivel que los americanos; no sentía que podía enfrentar a Trump y prefirió agachar la cabeza. Y lo que lograron es testimonio de ello. Se trataba de evitar la imposición de los aranceles anunciados por Trump, sin importar el costo para México. No fue un diálogo entre iguales.

Cuando habla Marcelo Ebrard de “dignidad intacta” a ¿qué se referirá? ¿Cómo se verá en adelante México a sí mismo, luego de que el vecino del Norte manifiestamente nos vio como menos dignos? ¿Esta percepción de Trump es compartida por el resto de los estadounidenses, y por el resto de la comunidad internacional? ¿Cómo nos percibimos a nosotros mismos en realidad?

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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