Organos electorales

Amenaza el autoritarismo y los héroes están cansados

“La democracia es una planta que hay que regar a diario”, nos decía un maestro de teoría política en la universidad. He recordado en estos días esa frase con nostalgia, pero especialmente con alarma y preocupación. 


 


En México, cuando la transición democrática se hizo ya un proceso irreversible y, especialmente, al darse la alternancia en el año 2000, los actores políticos fueron abandonando el cuidado de la planta de la democracia; peor aún, algunos, deliberadamente, se dedicaron a vulnerarla, a dañarla para intentar marchitarla. ¿De qué otra forma puede calificarse al campo minado de desconfianzas y de insidias que López Obrador y sus seguidores sembraron en los procesos electorales en que éste fue candidato presidencial, o a la actitud del PRI al perder el gobierno federal, tratando de apoderarse por cualquier medio de los Congresos, de los organismos autónomos y de la prensa en los estados donde gobernaba? ¿Y todos los partidos, cada vez reformando las leyes electorales a modo para dificultar las alternancias y convertirse en agencias captadoras y repartidoras de dinero?

Sin embargo, había una idea en el ambiente político de que ciertos límites no podían rebasarse. O de que, si se rebasaban, estaría en peligro el sistema democrático que tanto nos estaba costando construir. A veces veíamos esas regresiones como las piedras y los abismos que existen en toda ruta evolutiva, pero que con el tiempo se habrían de superar. Desafortunadamente esto ya no es así. Las acciones del gobierno federal nos están mostrando que esos límites están siendo rebasados, y que las regresiones que estamos atestiguando no son piedras en el camino, sino verdaderos intentos de demoler la endeble democracia que poseemos. 

Los órganos electorales que se crearon y le dieron prestigio al país (INE, TRIFE) están totalmente debilitados, carentes de prestigio ante el público y de fuerza moral ante la autoridad y los partidos; la Comisión Nacional de los Derechos Humanos es un triste remedo de lo que llegó a ser; la Suprema Corte, politizada e infiltrada por el gobierno y por poderes fácticos deja de ser referente fiable y el Sistema Nacional Anticorrupción está secuestrado en las cámaras. El gobierno priísta quiebra el sistema de contrapesos, da un golpe de mano para controlar el senado, violando acuerdos de alternancia vigentes desde el 97; trata de imponer un Fiscal de la Nación subordinado para que lo encubra 9 años, como lo intentaron hacer en sus estados los gobernadores que ahora están prófugos o detenidos; destituye en pleno proceso electoral al Fiscal de Delitos Electorales; torpedea y calumnia con innumerables filtraciones en los medios de comunicación a sus adversarios políticos, usando información del Estado. Alinea a los medios y a los opinólogos de prestigio en función de sus intereses, forzando incluso al despido de quienes no acaten esa “línea”; comete fraudes electorales con métodos que creíamos que no volveríamos a ver, como la alteración de paquetes electorales en Coahuila y el derroche abierto de recursos federales en el Edo. Mex. El PRI-gobierno inserta agentes de su nomenclatura en instituciones tan prestigiadas como el IFAI y el INEGI, donde incluso modifica las formas de medir la pobreza a su conveniencia; además, bloquea sin ambages la investigación del caso Odebrecht y pone en entredicho la invaluable autonomía del Banco de México al convertir al que iba a ser su próximo director en candidato a la Presidencia. 

Esto es sólo un apresurado resumen reciente de lo que en realidad ha sido una deliberada y persistente labor para entorpecer y debilitar a las instituciones democráticas, que, desde hace años, viene realizando el PRI a nivel estatal y federal, y que se ha acelerado desde que obtuvo la presidencia de la República.

El Partido de la Revolución, desde su fundación, fue una confederación de cacicazgos, mafias y corporaciones –incluyendo las delincuenciales– con las que supo negociar cuotas de poder, territorios y rentas extraídas del dinero público. A eso acostumbró al país, a los empresarios, a los sindicatos, a los militares, a los intelectuales, a los opositores legales e ilegales, a la prensa, e incluso a los gobiernos extranjeros; todos ellos se adaptaron a esa manera de gobernar, justificándolo por una supuesta capacidad de control eficaz en todo el país y del mantenimiento de la estabilidad política y económica. Los dos motores fundamentales que hacían funcionar ese sistema eran: la corrupción y la aplicación discrecional de la ley, es decir, la ausencia de un verdadero Estado de Derecho. Cuando fue evidente que esa estabilidad ya no existía, inició nuestro proceso de transición a la democracia.

El fracaso de nuestra transición –porque, desafortunadamente ya podemos hablar de su fracaso—radica en la terquedad del PRI por no cambiar, no sólo eso, en restituirse en función de sus peores raíces. El grupo Atlacomulco que logró otra vez unificar al priísmo para regresar a Los Pinos, es de los más reaccionarios y premodernos de ese partido; forjado en torno, no a ideales, sino a la relación de la política con los negocios. Pero el otro gran responsable de este fracaso es la oposición, de izquierda y de derecha, que no logró, o no quiso, desmontar las estructuras mafiosas de poder edificadas por el priísmo y prefirió adaptarse a ellas, jugar con esas mismas reglas, en función de sus agendas (o ganancias) personales.

Nuestro panorama actual es decepcionante porque la coyuntura se está alineando para que el PRI continúe en el poder, y no sólo eso, para que la gente concluya que ese es el “mal menor”, asumiendo que el triunfo de MORENA sería el “mal mayor”. Pero no hay que engañarnos, aquí hay dos males mayores. La postulación de un candidato con rostro amable que no prevenga de las cañerías de la política priísta es sólo una fachada, ¡no caigamos en esa farsa!, las cañerías siguen ahí. Si el mesianismo de AMLO es un peligro que nos puede poner en ruta hacia Venezuela, el triunfo del PRI es abrirle la puerta de nuevo al autoritarismo, a una dictadura, no sé si “perfecta”, pero sí sostenida por mafias y cacicazgos. El mal menor hasta ahora es la incierta consolidación del Frente (PAN-PRD-MC), con todas sus indefiniciones, contradicciones y la cuestionable trayectoria de algunos de sus miembros; o la aparición de una candidatura independiente, cuya postulación inesperadamente tome fuerza, como para competirle a los partidos. Ojalá así suceda y surja algo nuevo o esperanzador, y entonces podamos decir que en México “los héroes no están cansados”.  

 

 

@yoinfluyo

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

 

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