Más de 700 millones de personas padecen hambre en el mundo

A pesar de avances tecnológicos que mejoran la producción de alimentos y de compromisos multilaterales repetidos una y otra vez, más de 700 millones de personas en el mundo no tienen qué comer con regularidad, lo que de acuerdo al Programa Mundial de Alimentos (PMA) es “la mayor crisis alimentaria en la historia moderna”. Las cifras lo confirman, pero detrás de cada número hay un cuerpo debilitado, una infancia truncada, una comunidad desplazada.

Según el informe de 2024 del Global Report on Food Crises (GRFC), 295 millones de personas en 53 países enfrentaron inseguridad alimentaria aguda, un aumento de casi 14 millones respecto a un año antes. De esa población, más de 36 millones vivieron en condiciones clasificadas en fase 4 del sistema de Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (IPC): es decir, con necesidad urgente de asistencia alimentaria para sobrevivir. En los casos más extremos que se presentan en países como Sudán, Gaza y Haití, ya entraron en fase 5, la antesala de la hambruna.

De esta tragedia, los niños son las principales víctimas. UNICEF estima que 45 millones de menores sufren desnutrición aguda a nivel mundial. De ellos, 13.6 millones enfrentan la forma más grave: emaciación severa. En países como Somalia, Yemen y la República Democrática del Congo, esta condición es causa directa de mortalidad infantil.

Las raíces de la crisis alimentaria son múltiples y, en muchos casos, simultáneas. La más evidente es la guerra. El 65 por ciento de las personas que enfrentan hambre aguda viven en contextos de conflicto armado, donde la violencia impide sembrar, cosechar, distribuir o incluso recibir ayuda. Sudán es el ejemplo más reciente: tras más de un año de guerra civil, casi 18 millones de personas –más de un tercio del país– necesitan asistencia alimentaria urgente. En Gaza, el bloqueo humanitario ha dejado a 1.1 millones de personas al borde de la inanición.

Asimismo, el cambio climático también está cobrando su factura. Sequías prolongadas en el Cuerno de África, inundaciones en Pakistán y ciclones en Mozambique arrasaron cosechas y desplazaron a millones. Solo El Niño, activo durante 2023 y parte de 2024, afectó cultivos en más de 20 países.

A esto se suman crisis económicas agravadas por la pandemia y conflictos como la guerra en Ucrania, que dispararon los precios internacionales del trigo, el maíz y los fertilizantes. El Banco Mundial estima que 349 millones de personas viven hoy bajo inseguridad alimentaria aguda por impactos económicos directos, sin conflicto o desastre natural de por medio.

Máximo Torero, economista jefe de la FAO, señaló que “el hambre ya no solo es un problema de guerra o pobreza extrema. Está en países de ingreso medio, en zonas urbanas, y se agrava por la inflación y el desempleo”.

La crisis no solo se mide en estómagos vacíos. La desnutrición crónica daña el desarrollo físico y cognitivo, sobre todo en la infancia. Se calcula que uno de cada cinco niños menores de cinco años presenta retraso en el crecimiento por carencia de nutrientes. Esto impacta directamente en el rendimiento escolar, la productividad futura y el desarrollo social. Es una pérdida de capital humano a escala global.

Además, el hambre está generando nuevos flujos migratorios. En zonas rurales de Honduras, Guatemala o Haití ya reportan migración por inseguridad alimentaria, lo mismo que sucede en otras partes del mundo.

El PMA, principal agencia de asistencia alimentaria de la ONU, destacó que sólo ha recibido el 60 por ciento del presupuesto requerido para 2025. Las raciones han sido reducidas en campos de refugiados de Kenia, Bangladesh y Siria. “Estamos priorizando a quienes literalmente morirían sin comida”, reconoció Cindy McCain, directora ejecutiva del organismo.

Otras respuestas incluyen programas de transferencia monetaria directa, cocinas comunitarias en zonas de conflicto -como las desplegadas por World Central Kitchen en Ucrania, Gaza y Haití-, y planes de fortificación de alimentos básicos con micronutrientes.

A nivel político, más de 80 países firmaron en noviembre de 2024 la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, una plataforma para coordinar acciones internacionales. También han surgido iniciativas regionales, como “Grain from Ukraine”, que ha enviado más de 170 mil toneladas de trigo a África Oriental desde 2023.

Pero los desafíos persisten. La ayuda humanitaria no es suficiente si no se transforman los sistemas agroalimentarios. La FAO propone aumentar la inversión en agricultura sostenible, reducir las pérdidas poscosecha y priorizar el acceso de mujeres y jóvenes a la tierra y al crédito.

La crisis alimentaria no es un fenómeno lejano. Está ocurriendo ahora, en múltiples continentes, y afecta no solo a los más pobres, sino a la estabilidad global. La ONU advierte que sin un cambio de rumbo, el Objetivo de Desarrollo Sostenible de Hambre Cero para 2030 será imposible de cumplir.

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