Desde un comedor en Tijuana hasta un hospital en Calcuta, la caridad sigue siendo el lenguaje universal de la fe
Hay documentos que enseñan y otros que conmueven. Dilexi Te, la primera exhortación apostólica del papa León XIV, logra ambas cosas. En sus páginas, el Pontífice no teoriza sobre la pobreza: la mira a los ojos. “El amor cristiano —escribe— no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo hombres y mujeres a los que amar” (Dilexi Te, n. 120*).
Pero esa frase no es poesía; es una invitación a la acción. El amor que propone León XIV tiene manos, nombres y rostros. Se encarna cada día en quienes sirven a los pobres con alegría silenciosa: voluntarios, médicos, religiosas, jóvenes, madres, ancianos.
Ellos son el otro Evangelio que se escribe con gestos.
En el barrio de Santa María la Ribera, en Ciudad de México, Rosa Hernández, de 58 años, ha convertido su pequeña fonda en un espacio de esperanza. Cada tarde, después del cierre, prepara un guiso extra y lo coloca en la banqueta, con un letrero que dice: “Si tienes hambre, aquí hay comida. No preguntes, solo come.”
Rosa cuenta que todo comenzó tras perder a su hijo durante la pandemia. “Me hundí en la tristeza, hasta que una noche, al ver a un hombre buscando en la basura, entendí que tenía que moverme. Él me miró con miedo y me pidió disculpas. Yo solo le dije: no pidas perdón, siéntate. Desde ese día, cocino para quien lo necesite.”
Lo que ella hace resume el espíritu de Dilexi Te: “El contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia” (Dilexi Te, n. 5*).
Rosa no lo sabe, pero su cocina es una parábola viva del Evangelio.
En Calcuta, India, sor Anjali, misionera de la Caridad, lleva 18 años atendiendo un hospital para moribundos. La conocimos en los pasillos del antiguo hogar fundado por Santa Teresa de Calcuta. Mientras cambia las sábanas de un anciano, dice con serenidad: “Aquí todos llegan rotos, pero Dios los recompone con caricias.”
León XIV dedica una parte de Dilexi Te a quienes “tocan la carne sufriente de Cristo” (Dilexi Te, n. 49*). Sor Anjali lo hace cada día, sin cámaras ni reconocimientos. “Cuando limpio una herida —dice— no pienso en el dolor, pienso en que estoy tocando a Cristo. Él está aquí, escondido en cada piel lastimada.”
Su historia encarna una frase del Papa que parece escrita para ella: “El amor cristiano es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible” (Dilexi Te, n. 120*).
En Tapachula, Chiapas, Frida Camacho, joven de 24 años, acompaña a mujeres migrantes en un albergue fronterizo. Estudia psicología y dedica sus fines de semana a escuchar historias de dolor y esperanza.
“Al principio me costaba —confiesa—. No sabía qué decirles. Una madre me contó que había perdido a su hijo en el río Suchiate. Solo la abracé y lloramos juntas. Ese día entendí que mi vocación no era curar, sino acompañar.”
El papa León XIV explica en Dilexi Te que “los pobres no son un problema, sino parte del pueblo que construye historia” (Dilexi Te, n. 81*).
Frida lo vive a diario. “Ellas me enseñan más de lo que yo les doy. Me enseñan a no rendirme, a creer en la bondad. Cuando escucho sus historias, siento que toco un pedazo del cielo.”
Raúl tiene 37 años y pasó siete en prisión por robo. Allí conoció a los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria, que le ofrecieron estudiar. Aprendió a leer con la Biblia y hoy coordina un taller de carpintería para exreclusos en Buenos Aires.
“El día que entendí que Dios me amaba a pesar de todo, empecé a cambiar”, dice. “Nadie me había dicho que también yo era hijo de Dios.”
Dilexi Te recuerda que la Iglesia ha sido, desde sus orígenes, “madre de los pobres, lugar de acogida y de justicia” (Dilexi Te, n. 39*). Raúl lo comprobó detrás de los barrotes: “Allí dentro descubrí que la verdadera libertad no es salir, sino perdonar.”
En Puno, Perú, un grupo de jóvenes catequistas camina horas entre cerros para llevar alimentos y formación a comunidades campesinas. Cada visita es una fiesta. “No llevamos solo comida, llevamos compañía —dice Lucero, una de las voluntarias—. Queremos que sepan que no están solos.”
León XIV, que fue misionero en Perú antes de llegar a Roma, conoce esas montañas. En Dilexi Te escribe: “Los pobres nos evangelizan. En ellos aprendemos la sabiduría que sólo nace del sufrimiento vivido con fe” (Dilexi Te, n. 102*).
Por eso, cuando los jóvenes reparten pan y risas, están haciendo teología con los pies descalzos.
Una red de amor que no se detiene
En todos los continentes, el mensaje de Dilexi Te se está volviendo acción. Cáritas Internacional ha documentado más de 162,000 proyectos activos de ayuda directa a comunidades vulnerables en 2025, desde asistencia alimentaria hasta microcréditos solidarios.
Pero León XIV va más allá de las estadísticas. Dice: “El cristiano no puede considerar a los pobres sólo como un problema social; son de los nuestros” (Dilexi Te, n. 104*).
Esa es la clave de la nueva etapa que vive la Iglesia: pasar del “ellos” al “nosotros”.
El milagro cotidiano
En todos estos testimonios se repite un mismo hilo invisible: la ternura.
Esa fuerza silenciosa que, según León XIV, “sostiene al mundo más que las ideologías y los poderes” (Dilexi Te, n. 120*).
Ternura no como debilidad, sino como resistencia.
Porque en tiempos de violencia y prisa, cuidar se vuelve un acto revolucionario.
Cada persona que sirve a los pobres —una madre que cocina, un voluntario que escucha, un médico que cura sin mirar el reloj— hace presente el corazón de Cristo en la historia.
Y ese es, en palabras del Papa, el verdadero rostro de la Iglesia: “Una Iglesia pobre y para los pobres” (Dilexi Te, n. 35*).
Conclusión: amar hasta que duela
Dilexi Te no es solo un documento pontificio, es un espejo. Nos recuerda que el amor no se demuestra en los altares, sino en las banquetas, en los hospitales, en los centros de detención, en los caminos donde el mundo deja a los que sobran.
Amar a los pobres —enseña León XIV— no es una opción piadosa, sino una exigencia del Evangelio. Es permitir que Dios vuelva a pasar por las calles, con nuestras manos y nuestra voz.
“Yo te he amado” (Ap 3,9). Esa es la frase que atraviesa todo el texto y que hoy resuena en la vida de miles de personas anónimas que siguen creyendo que la compasión todavía puede cambiar el mundo.
Facebook: Yo Influyo
comentarios@yoinfluyo.com






