Clonación: avance o amenaza

En el otoño de 1993, la comunidad científica mundial recibió una noticia que abrió, de par en par, la puerta a un debate mayúsculo sobre genética, medicina y humanidad. Los investigadores del George Washington University (GWU) anunciaron que habían logrado clonar células humanas a partir de embriones, un experimento que, más allá de su escala limitada, marcó un antes y un después en la genética moderna. 

El valor de ese adelanto radica en que se sitúa justo en el cruce entre dos fuerzas poderosas: por un lado, el acelerado desarrollo de la ingeniería genética y la medicina personalizada; por otro, la obligación de respetar la dignidad humana, la legalidad y los valores fundamentales, como lo exige la Doctrina Social de la Iglesia y los valores compartidos entre la generación millennial y centennial. Esta nota busca explorar con profundidad los antecedentes de esa experiencia, sus logros, su impacto, los desafíos éticos que desató, y finalmente cómo influyó en los desarrollos posteriores de la genética.

Para aterrizar el tema, vale el testimonio de la bióloga mexicana María Fernanda López (29), quien trabaja hoy en genética biomédica:

“Cuando leí en la universidad que en 1993 ya se manipulaban embriones humanos, me impactó reconocer que lo que parecía futurista estaba más cerca de lo que imaginamos. Pero también entendí que la ciencia sin valores puede perder su camino”.

Este relato humano nos recuerda que la ciencia no es ajena a nuestras vidas, y que los avances técnicos deben conjugarse siempre con el bien común, la legalidad y el respeto a la vida.

Para entender el impacto de lo que ocurrió en 1993, es necesario remontarnos a los fundamentos de la genética y la clonación, y a los avances previos que llevaron al experimento de la GWU.

El estudio de la herencia comenzó ya en el siglo XIX con los experimentos de Gregor Mendel sobre plantas de guisante, donde se demostró que la herencia se transmite en “unidades” independientes. Con el descubrimiento de la estructura del ADN y el desarrollo del genoma humano, la genética se convirtió en una de las grandes fronteras de la biomedicina.

Desde la década de 1970 y 1980 la ingeniería genética comenzó a permitir la manipulación de genes, clonación de animales, creación de organismos transgénicos y técnicas de duplicación de células. Por ejemplo, se utilizó “splitting” (división de embriones) en animales para producir “gemelos” artificialmente idénticos. La clonación de especies animales ya era un tema técnico más o menos dominado, aunque con muchas limitaciones. 

Ya en 1990 se lanzó el proyecto internacional Human Genome Project para mapear el genoma humano, lo que generó expectativas enormes en medicina. En este contexto, la idea de clonar células humanas —o al menos duplicar embriones humanos— dejó de ser pura ciencia ficción.

Se entiende entonces que cuando en 1993 la GWU presentó su trabajo sobre embriones humanos, lo hizo en un momento en que la genética estaba preparada para un salto hacia la medicina personalizada, pero también cuando las instituciones regulatorias —y el debate público— aún estaban rezagados respecto a la velocidad del avance técnico. Como resumió un reportaje del Washington Post: “This is not the real thing; this is a small scientific study.” 

El logro de 1993 por la GWU

En octubre de 1993 se informó que un equipo de la GWU había logrado lo que se describió como la clonación (o más correctamente “duplicación”) de células humanas provenientes de embriones en una fase muy temprana. 

El experimento, liderado por el doctor Jerry L. Hall y el doctor Robert J. Stillman en el centro de medicina reproductiva de la GWU, tomó 17 embriones humanos, cada uno con sólo unas pocas células, que presentaban anomalías genéticas (por ejemplo, habrían sido fecundados por más de un espermatozoide, lo que los hacía inviables). 

Estos embriones fueron divididos, célula por célula (o blastómera por blastómera), usando una técnica del tipo “splitting” (división artificial de embriones) — proceso ya conocido en laboratorios de animales. Se separaron las células, se colocaron en cápsulas artificiales y en un medio de cultivo especial, y algunas de esas células lograron dividirse hasta aproximadamente 32 células, equivalente a un desarrollo de seis días. 

– Se utilizó una cubierta gelatinosa artificial que reemplazaba la zona pelúcida del embrión, desarrollada por Hall.
– Las células seleccionadas eran totipotenciales (capaces de dividirse y dar origen a todos los tipos celulares) dado que provenían de embriones muy tempranos (dos-célula o cuatro-célula). Se constató que cuanto más temprano se hiciera la división, mejores resultados se obtenían.
– Los investigadores enfatizaron que no implantaron esos embriones en útero alguno, ni pretendían crear un ser humano completo, sino que se trataba de un estudio seminal y limitado. “Nobody has ever been able to culture even normal cells beyond six days,” señaló Stillman. 

Aunque limitado, el experimento tiene varias dimensiones de trascendencia:

  • Demostró que células humanas provenientes de embriones podían dividirse tras manipulación experimental, lo que en su momento era apenas un “paso pequeño” pero significativo. 
  • Abrió la posibilidad de considerar terapias que pudieran multiplicar embriones viables o células tempranas para fines reproductivos o médicos (aunque esto luego se vio muy limitado).
  • En un plano más amplio, puso de relieve que la clonación humana, incluso en su forma más reducida, ya no era solo una idea de ciencia ficción: el debate público tenía que ponerse a la altura. Tal como señaló un editorial, la “histeria” fue resultado de que la sociedad no había tenido antes la oportunidad de poner ese trabajo “sobre la mesa”. 

Desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia y los valores humanos, hay que destacar que este tipo de investigación, aunque con buenas intenciones médicas, plantea preguntas profundas sobre la dignidad de la persona, el comienzo de la vida, y cómo la ciencia debe respetar la legalidad y la ética. Por ejemplo, un análisis académico lo resume así:

“The blastomere separation … at George Washington University in 1993 initiated a third era of religious discussion.” 

Impacto y aplicaciones

El experimento de 1993 puede considerarse una especie de “primer escalón” hacia muchas de las aplicaciones genéticas que hoy empiezan a transformar la medicina. Aquí revisamos sus impactos y los caminos que abrió.

  • El desarrollo y refinamiento de técnicas de manipulación embrionaria y celular contribuyeron al entendimiento de cómo las células tempranas pueden dividirse y diferenciarse, lo que es clave en terapias de regeneración.
  • A mediano y largo plazo, esto alimentó el campo de la terapia génica, donde introducir o corregir genes mutados se volvió una esperanza real para enfermedades genéticas. Por ejemplo, estudios señalan que desde los años 90 hasta hoy se han realizado miles de ensayos clínicos de terapia génica. 
  • También fortaleció la medicina personalizada: conociendo el genoma humano, la idea de detección temprana, corrección o incluso prevención de enfermedades genéticas dejó de ser solo conceptual. 

Gracias a estos avances, se vislumbra la posibilidad de tratar enfermedades que antes eran incurables: por ejemplo, deficiencias enzimáticas, hemoglobinopatías, trastornos del desarrollo. Un ejemplo citado es cuando, ya en los años 90, un niño con inmunodeficiencia grave (ADA-SCID) fue objeto de la primera terapia génica humana reconocida. 

Para una generación joven de mexicanos y latinoamericanos, esto significa que investigaciones que empezaron con experimentos muy básicos pueden acabar —o ya están— generando terapias que cambien vidas en contextos vulnerables, lo cual conecta directamente con valores de justicia, dignidad humana y salud como bien común.

Cualquier avance que toque el origen de la vida, las células embrionarias y la manipulación genética, desencadena preguntas éticas que no pueden ignorarse. La experiencia de 1993 lo dejó claro.

Aunque lo realizado por la GWU fue una división embrionaria y no la clonación completa de un ser humano (como muchos titulares lo exageraron), el hecho de manipular embriones humanos fue suficiente para generar alarma. Las críticas señalaban que la ciencia caminaba más rápido que la reflexión ética, y que existía un vacío regulatorio. Un artículo de 1993 tituló: “The ethics of cloning: who decides?” 

Algunas de las preocupaciones concretas fueron:

  • ¿Quién decide qué embrión se manipula o descarta?
  • ¿Se respeta el valor intrínseco de cada ser humano, incluso en etapa embrionaria?
  • ¿Podría este tipo de técnica convertirse en reproducción de “diseño” o clonación de personas como mercancías? Ejemplo: “Some speculated that parents could … save the other identical twins for their child to use later as a source of organ or tissue transplants.” 
  • ¿Las instituciones tenían revisión ética adecuada? En el caso de la GWU, se descubrió luego que los investigadores no contaron con la aprobación previa del comité de revisión de la universidad. 

Desde la perspectiva del humanismo trascendente, se insiste en que la investigación científica debe estar al servicio de la persona, respetar la vida humana desde su concepción, promover el bien común y sostener la dignidad de cada persona. Estudios cristianos advierten que “any time an additional human being is reproduced, regardless of the method, the result is a human being”. 

Este tipo de reflexiones permiten entender por qué el valor del “avance” debe medirse también por su ética y su utilidad real al bien común, no solo por su novedad tecnológica.

Desarrollo posterior

Desde 1993 hasta hoy, el campo creció, se profesionalizó la regulación, aparecieron nuevas tecnologías y los debates éticos se ampliaron.

Cómo influyó el descubrimiento en investigaciones posteriores

  • La clonación animal (como la famosa oveja Dolly en 1996) y los avances en manipulación de células madre fueron posibles gracias al camino abierto por los experimentos embrionarios humanos y animales. 
  • Las técnicas de “twinning” o división embrionaria terminaron por considerarse menos relevantes frente a herramientas más potentes, como la transferencia nuclear o la edición genética.
  • En los años posteriores, se multiplicaron los estudios de terapia génica: el resumen histórico indica que «desde los primeros ensayos en humanos en 1990, ya en la década de 1990-2000 se habían generado más de mil ensayos clínicos». 

Progresos en terapia génica y medicina personalizada

  • El estudio “Evolution of Gene Therapy” señala que hoy en día se emplean vectores virales, terapias celulares, edición genética (como CRISPR‐Cas9) y enfoques personalizados. 
  • También hay un mayor control regulatorio, mejores protocolos éticos, y una conciencia creciente de que la innovación debe ir acompañada de responsabilidad.
  • Para México y América Latina, estos avances implican la posibilidad de que enfermedades genéticas, poco atendidas hasta ahora, puedan recibir tratamientos en un contexto más equitativo, siempre que se garantice acceso, regulación y solidaridad.

El experimento de 1993 en la GWU puede parecer modesto si lo comparamos con los desarrollos de edición genética del siglo XXI, pero actúa como un punto de inflexión. Nos recuerda que el camino entre “jugar con células” y “transformar la medicina” está pavimentado de decisiones, valores, ciencia y ética.

Para la generación de jóvenes mexicanos —Millennials y Centennials— el mensaje es claro: sí, la ciencia nos ofrece herramientas poderosas para mejorar la salud, la vida y la dignidad humana; pero también nos exige que participemos, que nos informemos, que exijamos transparencia, legalidad, y que los avances estén al servicio de todos, especialmente de los más vulnerables.

Se trata de mirar el futuro sin temor, pero con responsabilidad. Como señalaba un experto en bioética en 1993: “The hysteria … is a beautiful case study of what happens when we don’t go through the public exercise of putting this kind of research on the table, working out the issues, having the debate and educating the country.” 

Y en efecto: el bien común, la dignidad humana, la legalidad y la solidaridad —valores fundamentales de la doctrina social de la Iglesia— deben estar en el centro de la ciencia que queremos. Porque en la ciencia de la vida humana, no todo lo que se puede hacer es lo que se debe hacer.

Invito al lector a reflexionar: hoy tenemos los conocimientos, los instrumentos y la capacidad de influir. En ese sentido —como dice nuestra campaña— #YoSiInfluyo. Debemos contribuir desde nuestra mirada, exigir que la genética y la medicina estén al servicio de la persona, de México y de un mundo más justo.

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