Perder como estrategia

El incentivo de perder en la política mexicana es muy grande. En muchos casos hay más incentivos para perder que para ganar. En el PAN, por ejemplo, ya lo he comentado en este espacio en otras ocasiones, de unos años a la fecha parece que los dirigentes se acomodan mucho mejor si pierden. Y, claro, ganar el gobierno trae muchas cosas, puestos y demás, pero también una enorme responsabilidad que acaba por desgastar a la institución y al gobernador o presidente. Ese fue el resultado de las gestiones de Fox y Calderón para el partido. Una relación tensa entre Ejecutivo y partido, que terminó por crear bandos enemigos que terminaron por dinamitar su propio partido. Sin embargo, la derrota le permite administrar posiciones –mientras la derrota sea por menos puntos mejor, pues más puestos– sin cargar con el fardo de ser gobierno. ¿Para qué buscar crecer si chiquitos y en la oscuridad se está mejor?

En las contiendas internas por determinado puesto –gobernador, presidente, alcalde– siempre hay un par que la juegan a perder de manera clara. Saben que no tienen posibilidad, pero se meten a la competencia para que les toque un premio de consolación. Porque, en la política mexicana, perder es importantísimo; es lo que da más ganancias. Es una visión torcida de la camaradería, del reconocimiento al adversario, una falsa noción de la nobleza. Se trata, más bien, de una trampa para el ganador. Una forma de impedirle hacer sus nombramientos, un sometimiento a una convivencia forzosa que no hay manera de que salga bien. De hecho, el proceso diseñado por López Obrador tiene mucho de eso: amarrar a la ganadora para que no nombre coordinador de diputados ni de senadores; que, sin importar el nivel de preferencias –vergonzosos como en los casos de Velasco y Monreal–, ya tienen un premio de antemano y con presentarse a levantar la mano ganadora obtienen paso para alguna cuota de poder. La política mexicana ha creado verdaderos profesionales de la derrota que son mucho más vigentes que quienes los derrotaron.

Todos estamos muy contentos por el hecho objetivo de que tendremos presidenta –ya sean Xóchitl o Claudia– y de que tendremos una contienda electoral de mujeres, algo inédito en nuestra historia. Pero bueno, las señoras ya ganaron su candidatura y ¿qué hacen de inmediato los partidos? Les imponen coordinador de campaña. Hombres, por supuesto.

Santiago Creel ha perdido todas y cada una de las veces que se ha presentado a algún tipo de urna. Hace unas semanas perdió y quedó en tercer lugar frente a Xóchitl y Beatriz. Ahora va a coordinar los trabajos de la estrategia para el triunfo. Ridículo.

El caso de Claudia es peor. Le pusieron de coordinador de campaña a Adán Augusto López, que, a pesar de haber gastado, según los expertos, lo mismo que ella, cayó estrepitosamente del tercer al cuarto lugar en la contienda. La campaña de don Adán estuvo llena de pleitos, despropósitos y escándalos. Su premio: coordinar la campaña de la ganadora para alzarse victoriosa. De risa loca.

Quizá una de las cosas que primero deberían mostrar las candidatas respecto de su independencia como mujeres es dejar atrás este tipo de maquinaciones partidistas.

Nota: la semana pasada publiqué en esta columna que una de mis hijas fue objeto de exclusión en un torneo de futbol patrocinado por CI Banco en la Universidad Anáhuac del Sur “porque es niña”. Cada empresa sabe por qué y a quién patrocina; nosotros pensamos que es importante denunciar lo inadmisible. Hay que librar las pequeñas batallas para que nuestra sociedad camine hacia la justicia. Si nuestra cultura de silencio no hubiera existido hace décadas, se hubiera detenido a tiempo el sociópata depravado que fue Marcial Maciel. Por otro lado, agradecemos la enorme cantidad de gestos solidarios que tuvimos de múltiples personas e instituciones, así como los testimonios de que la exclusión está por todas partes en pleno siglo 21.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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