Dama de la sacristía

Dama de la Sacristía Elena: centenaria alegría al servicio de Cristo y la Iglesia

¡En las Damas de la Sacristía Dios nos ha hecho un regalo maravilloso!. Fundadas en nuestra parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres, con ocasión de nuestras fiestas patronales de 2013, y a instancias de nuestro Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, constituyen hoy por hoy uno de los grupos más consolidados y serviciales de nuestra Iglesia periférica.



Son niñas, adolescentes, mujeres adultas, mayores y ancianas, que con absoluta generosidad y desinterés se encargan de confeccionar, mantener, cuidar, lavar y reparar los ornamentos y todos los objetos vinculados al culto. Como trabajan y mucho no necesitan reuniones de planificación; simplemente hacen todo, lo mejor posible, para la gloria de Dios y su propia santificación. Son, ciertamente, almas muy piadosas que, tanto en la parroquia como en otros puntos del país, nos dan una mano extraordinaria en la evangelización.

La decana de todas ellas, una extraordinaria caricia de Dios para nosotros, es Elena Zuberbühler viuda de Hueyo. Nacida el 16 de febrero de 1918 es la menor de diez hijos; frutos del matrimonio de Adolfo Conrado Zuberbühler y Celina Pirovano de Zuberbühler. Los hijos fueron cinco varones y cinco mujeres. Una fue Sor Celina, monja benedictina; que recibió su hábito en San Pablo, Brasil, con el vestido de novia que le prestara ella.

En su historia familiar figuran nombres destacados de la ciencia, y las instituciones políticas y económicas argentinas. Desciende y tiene como parientes, entre otros, a Martín de Álzaga, Udaondo, Anchorena, Cantilo y Ayerza. Su suegro, Alberto Hueyo, fue ministro de Hacienda del presidente Agustín P. Justo. Se casó con Jorge, quien fue Ministro de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires; y con quien –como lo remarca- estuvofelizmente casada cuarenta y cinco años, entre 1940 y 1985.

No tuvieron hijos carnales pero sí un montón de hijos espirituales. Se destacan, entre ellos, sus sobrinos, sobrinos nietos y numerosos familiares a los que se prodigó con íntegra disponibilidad.

Criada en un hogar profundamente católico, vivió su niñez en una casa del barrio de Palermo; que hospedaba a unas 40 personas, entre la familia y el personal doméstico. Iban a Misa a un convento de religiosas que atendían un pensionado; en donde hoy está la parroquia San Ildefonso. Y, cuando estaban en el campo, protagonizaban intensas misiones con sacerdotes jesuitas.

Dueño de una piedad de tiempo completo en ese hogar se vivía espontáneamente un catolicismo militante, lleno de buenas obras. Por caso, su madre preparaba ajuares para la maternidad del hospital; y uno de sus hermanos, Jorge, que sufrió un gravísimo accidente, fue un claro ejemplo de fortaleza cristiana, y se empeñó en la fabricación de rosarios para las misiones. Ella, por su parte, tejió mucho a mano y a máquina para ayudar a los más necesitados.

Fue tesorera y luego presidenta nacional de la Acción Católica; y trabajó junto a Mons. Antonio Aguirre, en San Isidro, donde conoció a varios sacerdotes y obispos. Publicó, asimismo, entre otros trabajos, Una Monarquía Milenaria (cortas y amenas biografías de los reyes de Inglaterra); e Iglesia Milenaria, historia de los papas desde San Pedro hasta San Juan Pablo II. Su última obra, a pedido de sus sobrinos, para conservar debidamente documentada la historia de sus raíces, fue Anécdotas familia Zuberbühler – Pirovano

Al momento de elegir, junto a su marido, un departamento adonde mudarse solo puso una condición: que fuera vecino a una iglesia. Pudo elegir, también, el piso; y optó por el tercero, en honor de la Santísima Trinidad. Su marido hacía bromas diciendo que solo faltaba colocar un tobogán, para que pudiera llegar más rápidamente al templo…

La conocí hace un par de años, en el atardecer de su vida; o, mejor dicho, en el casi comienzo de su amanecer a la vida eterna. Me contactó con ella un hermano sacerdote; a quien le pedí ayuda para obtener fondos, recursos y cualquier tipo de colaboración para equipar nuestros humildes templos barriales.

Junto a su sobrina Martha había organizado el Taller de Costura San José; para confeccionar ornamentos y rosarios para capillas pobres. Y, muy pronto, con una generosidad admirable me proveyó de lo necesario. Su amor a la Iglesia y, particularmente, a los sacerdotes la llevó a realizar, otro tanto, con distintos presbíteros del interior y exterior de Argentina. ¡Hasta en África hay ya casullas bordadas por ella…!.

Cada vez que la visito –no con la frecuencia que quisiera, por mis distintos apostolados- me regala su abundante, agradecida y permanente sonrisa… Es un alma noble, un alma grande, que está dispuesta a todo lo que Jesús le pide. En la práctica vive como laica consagrada; pues va a dos y hasta tres misas por día, reza el Breviario, y realiza como le permite su físico diferentes obras de misericordia, corporales y espirituales. No deja de decir que está preparada para irse con Dios cuando Él la llame. “Si todavía me quiere aquí, en la Tierra –subraya- es porque desea que siga trabajando”.

De los recursos materiales que tuviera en otros tiempos hoy queda solo una pequeña parte. “Mi campo se ha trasformado en un pantano, y rinde poco y nada –dice sin tono de queja- El Señor, de cualquier modo, me da los recursos necesarios para poder seguir con el taller. La obra es de Él; y Él sabe cómo continuarla”. Su desprendimiento la ha llevado, también, a regalar todos los cuadros, adornos, y muebles de su casa; solo se ha quedado con lo estrictamente necesario para sus quehaceres cotidianos.

Con esa delicadeza propia de las damas bien damas –que tanto echamos de menos hoy, ante el degradante, totalitario y extendido feminismo de matriz marxista- es dueña absoluta de un pudor y una sobriedad dignos de imitación. Elige, claro está, las palabras justas; y con filial y, al mismo tiempo, maternal respeto me vive pidiendo que descanse, y que cuide mi salud. Y yo le hago caso como puedo…

Tiene, asimismo, palabras de recomendación para la hora de su partida: “Quisiera rogarles a quienes hubieran pensado en pagar un aviso fúnebre o comprar flores, que utilicen ese dinero para hacer rezar Misas por las Benditas Almas del Purgatorio. Y que en mi muerte, en lugar de lágrimas, haya sonrisas de amor, cantando con alegría a la Santísima Virgen María, para que me lleve con Ella al Cielo”.

¡Que el Señor se lo conceda! Y que su ejemplo sirva para que no pocos católicos, que nada hacen, y todo lo critican, se dispongan a librar el buen combate (2 Tm 4, 7)…! ¡Gracias, muchísimas gracias, mi querida Dama de la Sacristía, Elena…! ¡Ya llega la Recompensa! ¡Que ella la encuentre, como de costumbre, con las manos ocupadas! Como decía Don Bosco, tendrá todo el Cielo para descansar…

 

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