Cuando un secreto cuesta la vida

Una de las normas más estrictas impuestas por la Iglesia Católica es el secreto de confesión.

Imaginemos que tan estricta es dicha norma que el sacerdote que revele lo que ha escuchado en confesión incurre automáticamente en la pena de excomunión.

Es así como la Iglesia vela por la buena fama a que todos –incluso el más despreciable de los malvados- tenemos derecho. 

Por mantenerse fieles al secreto de confesión, se han dado casos de sacerdotes heroicos que han preferido la muerte antes que violarlo.

Tal sería el caso de San Juan Nepomuceno, confesor de la esposa del rey Wenceslao de Bohemia (Checoeslovaquia) quien –primero ante los ruegos y luego ante las amenazas – prefirió el martirio antes que contarle a un marido celoso lo que había escuchado en confesión.

San Juan Nepomuceno fue arrojado al río Moldava desde el Puente Carlos. Era el año 1393.

Una pequeña placa dorada señala el lugar exacto del martirio.

Sus reliquias se conservan en la catedral de San Vito de la ciudad de Praga.

Su fiesta se celebra el 16 de mayo y es considerado como el patrono a quien debemos encomendarnos para proteger nuestra buena fama. 

Es de tal importancia e incluso dramatismo el tema del secreto de confesión que el mismo ha servido de argumento a películas que han tenido un gran éxito.

Como sería el caso de “Mi secreto me condena” rodada en 1953, dirigida por Alfred Hitchcock y que tuvo como protagonistas principales a Montgomery Clift y Anne Baxter. 

La historia se desarrolla en la ciudad de Quebec (Canadá) y trata del caso de un sacerdote que escucha en confesión a su sacristán quien le confiesa que acaba de matar a otra persona.

El argumento se complica de tal modo que todos los indicios acusan al cura, quien es detenido y sometido a juicio.

Un juicio que, en el caso de que el sacerdote sea declarado culpable, éste acabará sus días en la horca.

Quienes tienen afición por las películas de misterio y suspense saben muy bien que Alfred Hitchcock, director de dicha película, es conocido como “el mago del suspenso”.

Y es que también aquí, en “Mi secreto me condena” Hitchcock mantiene en vilo a los espectadores hasta el final.

¿Revelará el sacerdote el nombre del asesino sabiendo que solamente así logrará salvar la vida? ¿Preferirá guardar el secreto aun a sabiendas de que pagará por un crimen que no cometió?

Si acaso revela el secreto, el cura salvará su vida pero será causa de que infinidad de católicos pierdan la confianza en el sigilo sacramental; asimismo su indiscreción causará un daño irreparable a la buena reputación sacerdotal.

Por otra parte, si el cura guarda silencio y es ahorcado, también la buena fama de la profesión sacerdotal se vería afectada puesto que mucha gente pensaría que los curas son capaces de cometer los peores crímenes.

¿Qué hará el sacerdote? ¿Qué final le dará Hitchcock a su película?

No hay duda de que Alfred Hitchcock jamás despreció la oportunidad de mantener intrigados a sus espectadores.

Al final se da un desenlace inesperado pero apegado a la realidad que solamente la maestría de un gran productor cinematográfico podía hacer posible.

Vale la pena, si se presenta la oportunidad, de ver la película que es también conocida con el título de “Yo confieso”

Antes de concluir, unas palabras sobre este gran productor nacido en Londres en 1899 y fallecido en 1980.

Alfred Hitchcock era católico. Fue educado por los religiosos de la Compañía de Jesús, aprendiendo de ellos como darle un sentido práctico a su vida y –lo más importante- que al estar el hombre dominado por la concupiscencia nadie debe extrañarse de que el hombre sea capaz de todo: Tanto de realizar las acciones más sublimes como de cometer los actos más reprobables.

Eso explica el inesperado final, pero totalmente apegado a la realidad, que Hitchcock le dio al argumento de la película que hoy comentamos.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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