Familia, solo hay una

Desde hace décadas hemos, poco a poco al principio y rápidamente después, experimentado una violenta transformación en el mismo núcleo de la sociedad, la familia. Dicha institución, formada por padre, madre e hijos; ha sido desfigurada perversamente mediante el paulatino reconocimiento de tantos tipos de “familia”, que el modelo auténtico, está ya lejos de ser la norma. En los Estados Unidos, según un informe reciente del Centro de Investigaciones Pew, aproximadamente sólo el 46% de los niños viven con ambos padres unidos en matrimonio. El 34% de estos viven con lo que se conoce como madre o padre soltero, el 15% habita con uno de los padres unido a una nueva pareja, la cual en ocasiones tiene hijos de una relación anterior y el 5% vive con padres que cohabitan.

La generalizada aceptación de la anticoncepción, los divorcios, la cohabitación y los hijos nacidos fuera del matrimonio, ha tenido como resultado, tanto la disminución de los casamientos y el aumento de los divorcios como la disminución de la natalidad y el aumento de los niños nacidos fuera del matrimonio; al grado, que hoy en día, el 41% de los bebés que nacen, son hijos de padres que no están casados.

Dentro de esta estadística, se incluye una tendencia que va en aumento, la llamada “copaternidad” como le llaman a la relación de dos adultos que al objeto de tener un “hijo biológico” se unen, no en santo matrimonio, sino mediante un acuerdo legal, en el cual se establece fría y calculadamente los deberes y derechos de cada uno con respecto al hijo que tendrán, bien sea de manera natural o a través de la reproducción asistida.

Este aberrante modelo de paternidad, al deslindarse no sólo del sagrado vínculo matrimonial sino hasta de la “relación de pareja”; es tan amplio como los intereses, deseos y caprichos de los “padres” involucrados. Así, los adultos que se unen a fin de tener un hijo en común pueden; compartir o no el domicilio, ser solteros o divorciados; comenzar una relación sentimental con otra persona; cohabitar con su pareja de turno o estar casados con una persona que no desea tener un hijo; ya que, a lo único a lo que se obligan las partes, es a compartir la crianza de su hijo biológico de acuerdo con las reglas que ellos mismos hayan estipulado.

Es tal la disfunción de este tipo de relaciones que los casos en los cuales hay más de dos adultos involucrados en la crianza del niño, es cada vez más común, en especial en las relaciones homosexuales que es en donde se origina esta tendencia, ahora también en boga entre los heterosexuales. Y aun cuando actualmente, las leyes en la mayoría de los países sólo otorgan la custodia oficial del niño a dos adultos, en los Países Bajos se está considerando una nueva ley que legalice la custodia oficial del niño hasta para cuatro adultos llamados copadres. Y como en la actualidad, la emisión de las leyes, lejos de proteger lo que es justo, atienden oscuros intereses amparados en “la voluntad del pueblo”; podemos prever que estos abominables casos se legalicen y se promuevan en otros países, respaldados por unos “derechos humanos” que premian el egoísmo, el vicio y hasta el crimen a la vez que castigan y dañan a los más vulnerables e inocentes.

“Casualmente”, esta aberrante innovación, ha sido promovida desde hace ya varios años a través de películas y series, en las cuales se romantiza la situación en la cual dos o más adultos deciden tener un bebé mientras siguen siendo “amigos”; y como muchas otras repudiables conductas han pasado, de la pantalla, a la vida real. Para colmo, han surgido agencias que tienen como objetivo relacionar a potenciales futuros padres, los cuales en ocasiones acceden a tener un hijo juntos sin tener siquiera una “relación de amistad” y muchas veces, sin llegar a tener intimidad física ya que, si se cuenta con los medios económicos necesarios, la reproducción por métodos artificiales es una de las opciones preferidas, por este tipo de parejas.

Si la anticoncepción eliminó a los bebés de la relación íntima, lo nuevo es eliminar todo contacto físico en la procreación de bebés, acercándonos con ello a esa peligrosa distopia en la cual el hombre recurre al sexo para el placer y utiliza, para la procreación, las técnicas artificiales.

Esta y todas las disparatadas modalidades de las llamadas “nuevas familias” tienen un mismo origen, el deseo egoísta de unos adultos que, en su afán por tener todo sin renunciar a nada, son capaces de invertir la ley natural disponiendo, para ello, hasta de los hijos; sin reflexionar en las penurias psicológicas y espirituales a las cuales los exponen, al privarlos de la relación amorosa de los padres unidos en santo matrimonio. No es casual el aumento de las enfermedades mentales entre los jóvenes que en ocasiones terminan, desafortunadamente, en suicidio; primera causa de muerte entre los adolescentes de varios lugares ricos, mas moralmente pobres, de occidente.

Un occidente en donde los jóvenes y aun los adultos rehúyen el compromiso, pues sumidos en una terrible desesperanza, han dejado de creer en el amor auténtico, ese que se sostiene gracias a la férrea voluntad de amar, independientemente de las difíciles circunstancias, haciendo posible ese, cada vez más raro, matrimonio para toda la vida. Al grado que, ante el aumento de separaciones y divorcios son varios los que optan por compartir la custodia de un hijo a través de un vínculo basado en un contrato, antes que con una pareja que presagian, puede acabar siendo el peor enemigo.

En nombre del amor y la libertad rechazamos la ley de Dios y Su protección divina y rehuimos el fin primario del matrimonio, separando la relación íntima de la procreación. Con ello, y casi sin darnos cuenta, redefinimos el matrimonio, separamos el sexo de la unión conyugal y dimos lugar a decenas de “tipos de familias” las cuales arbitrariamente ya son reconocidas legalmente, en varios lugares. Olvidamos que, como nos advirtiese Chesterton: “En el momento en el que la sexualidad deja de ser un siervo, se convierte en un tirano.”

Y es que si algo escasea en nuestra sociedad hipersexualizada, es precisamente el amor. Ese acto de la voluntad que buscando el bien de la persona amada, se da sin medida, sin buscar nada a cambio; y cuya perfección, recibe el nombre de caridad, virtud que abre las puertas del cielo.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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