No necesita ser infalible para que lo ame.

Este fin de semana tuve la oportunidad de leer varios documentos, uno de ellos, la ahora tan sonada “Corrección Filial acerca de las herejías propagadas” realizada por 79 académicos y clérigos.


Amor de padre


Estoy un poco apesadumbrado… los terremotos en mi querido país y estos otros terremotos que generan fisuras y grietas a la unidad de la Iglesia me han calado. Y puesto que ya en distintos artículos he expresado mi sentir sobre Amoris Laetitia y sobre nuestro Papa, ahora me acercaré al tema desde otro flanco, que no es ni el atrincheramiento moralista ni el permisivismo pastoralista (sobra decir que la verdadera Moral no es rigorista, y que una bella Pastoral, no es permisiva). 

Me voy a acercar desde una experiencia radical y universal de todos nosotros: “ser hijos”. No todos tenemos la fortuna de ser esposos, o padres, o tíos, o abuelos o primos… pero hay una relación humana que, como auténtico trascendental, sí tenemos en común: la filiación. Desde mi experiencia de hijo quiero hacer las siguientes preguntas a todos cuantos dirigen hoy sus voces contra Pedro, con la esperanza que Dios, que es nuestro Padre Común, nos haga perseverar en el afecto, adhesión y amor a Francisco. 

1. ¿Qué significa el adjetivo “filial”, anexado a una corrección que acusa abiertamente al Papa Francisco de propagar herejías ya en sus palabras, ya en sus obras ya en sus omisiones? ¿La filiación es una experiencia radical o es un ejercicio retórico?

2. ¿Es una actitud de un hijo que ama, incluso cuando se diese el caso de corregir a su papá, el de hacerlo poniendo en duda que es su auténtico padre? ¿Si mi padre no piensa lo que yo pienso, le pido una prueba de ADN para comprobar si es mi verdadero padre? 

3. ¿Es lo más natural en un hijo el que, tras no comprender plenamente algo que le ha confiado su padre, diga que las palabras de su padre no están “protegidas por la garantía de la verdad”? ¿No es más razonable poner en duda nuestra incapacidad de recibir el don de su enseñanza?

4. ¿Cuándo un hijo no está de acuerdo con su papá, acaso le dice que, sabiendo que no es nadie para administrarle un justo castigo, al menos quiere expresar su discrepancia para “proteger” al resto de sus hermanos? ¿A quién de nosotros le nace castigar a su padre?

5. ¿Si creo que mi papá ha “sido designado por la divina providencia” para dirigir mi vida, educarme, alimentarme y cuidarme, es consistente con esta creencia el no fiarme de mi padre en aquello que es nuevo, desconocido y hasta difícil de comprender? ¿El no amar a mi papá implica una desconfianza a la providencia divina?

6. ¿Cuándo un papá enseña algo nuevo a sus hijos, acaso ellos le dicen que su facultad de enseñar “no le ha sido confiada para que pudiera imponer doctrinas extrañas”? ¿El amor es una doctrina extraña? ¿Para quién lo es? 

7. ¿Un hijo que recibe una larga carta de su padre, le responde a vuelta de correo que el ejercicio de su “oficio” paternal está abriendo “un camino para la herejía y el cisma”? ¿De veras así obran los hijos al recibir una carta de su papá?

8. ¿Un hijo que escribe a su papá una carta, le hace saber que como “súbdito” suyo no es nadie para “amenazarlo”? ¿Un hijo es súbdito? Además, ¿un buen hijo, aun teniendo los medios, para qué querría amenazar a su padre?

9. ¿Si un papá no quiere responder a un reclamo de algunos de sus hijos, la actitud normal de los demás hijos es creer que sus hermanos tienen razón y que el padre es mentiroso o torpe, o no más bien se fían de que incluso el silencio paternal es comprensivo y sabio? ¿El silencio de los padres también nos educa?

10. ¿Si tengo algún hermano que le ha ido muy mal en la vida, y mi papá lo quiere invitar a casa para estar todos en familia y expresarle nuestro amor, es lo normal en mí como hijo decirle a mi padre que sus acciones e invitaciones están causando confusión en toda la familia? ¿Quién es el que está confundido: mi padre o yo?

Tengo que decir que no tengo los estudios ni formación necesaria en teología, derecho canónico y otras disciplinas para contestar muchas de las afirmaciones que los 79 firmantes de la “Corrección” redactan contra el Papa acusándolo de propagar herejías. Pero sí tengo una experiencia bella en mi vida: me tocó un gran padre, a quien quiero entrañablemente, que me enseñó y sigue enseñando muchas cosas. Mi papá ya es un hombre con canas, que camina lento y habla pausado. Muchas de mis torpezas de juventud contaron con la paciencia y comprensión de mi papá; su amor era expresado de múltiples maneras, con palabras, obras y silencios… Hoy comprendo que no siempre lo comprendí, y hoy comprendo que cuando llegábamos a diferir, él tenía razón y yo no, aunque en el momento lo veía yo todo al revés. 

Mi papá nunca me trató como súbdito, sino como hijo. Sus brazos me rodeaban de abrazos, sus brazos me sostenían cuando me enseñaron a caminar. Me enseñó el sendero de la justicia y la rectitud, del perdón a todos, incluso a aquellos que habían sido malos conmigo. No he sido el mejor aprendiz de mi padre, pero sé que tuve la suerte de tener un gran maestro. Me tocó la profunda y extraordinaria experiencia de tener un padre misericordioso. Tal vez por eso comprendo el mensaje del Papa Francisco, porque ese magisterio lo recibí en casa.  

Yo también he discrepado en algunos puntos con el Papa Francisco y con mi papá, y eso es normal, y hasta sano. El punto no es saber si respecto a “X” o “Y” tal o cual Papa se expresó mejor que Francisco: no señores, no nos engañemos. Yo también tuve tíos que en tal cosa fueron más afortunados, expertos o claros que mi padre; eso no quita que a mi padre le debo la vida, que a mi padre le estoy profundamente agradecido, que oro por mi padre, que me fío de él, que recurro a él en mi duda y dificultad, que lo amo profundamente. No necesita ser infalible para que lo ame.

Ya es hora de poner en claro que Francisco es Papa, es decir, “papá”. El término griego πάππας (“páppas”, que significa “papá”) -usado en los primeros siglos para designar a obispos y patriarcas y posteriormente sólo para referirse al obispo de Roma-, hoy más que nunca debe ser reivindicado en su acepción familiar. Porque en la raíz de este apelativo al Sucesor de Pedro hay el mismo afecto que expresa un niño cuando llama a su padre así: “papá, papito”. 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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