Pablo el caminante eterno, capítulo LVII. Al fin en Roma

Pablo llegó a Roma después de un largo camino, una ciudad muy distinta a la que él esperaba; pero esto impidió su principal propósito.


Pablo ha llegado a Roma


Poco a poco se acercaba Pablo a la gran ciudad, fuera de la zona donde destacaban sus palacios y sus grandes construcciones como los templos y el circo, Roma no era tan bella como la imaginamos, había una gran cantidad de casa bajas que se apilaban en desorden, era una ciudad mal oliente y sucia en ese tiempo.

Pero ya desde la Vía Apia se encontró Pablo con muchos cristianos deseosos de conocerlo, y darles una gran bienvenida pese a sus condiciones de prisionero, pues aún con a las dificultades de la comunicación en ese tiempo la predicación y los viajes del apóstol eran bastante conocidos entre la comunidad. Además, la Carta que les había enviado en el año 57 o 58 constituía un notable motivo de gratitud.

Pablo llegó al campamento donde sería entregados los prisioneros para su custodia, el centurión Julio habló con el noble Burro, así se llamaba el jefe de la policía imperial, general, estadista y juez, que escuchó con atención lo que le decía el centurión Julio, y su impresión fue tan favorable que concedió a Pablo la gracia de permanecer en Roma bajo un régimen que podríamos decir fue de prisión domiciliaria, lo que le permitiría tener condiciones algo favorables para continuar desde ahí con su predicación. Pero no pensemos que todo era comodidad, pues el apóstol tenía que estar siempre vigilado y acompañado por un soldado, que en general eran extranjeros rudos y brutales, sin ninguna educación, y por la noche tenía que ser encadenado a una pared al menos de una de sus muñecas, así que esto era muy incómodo y le causaba sufrimiento.

Vivir en los barrios comerciales era muy desagradable, por sus angostas calles caminaba la gente y también los carros que transportaban las mercancías, que desde muy temprano y hasta el anochecer producía ruidos al pasar las ruedas entre los empedrados de la calle, el aire se sentía pesado a agobiante en las épocas de calor. El Tíber por ser un río sagrado no podía ser controlado y provocaba inundaciones, cuyas consecuencias eran epidemias que atacaban a la población. Durante el día desfilaban músico sirios y sacerdotes de Isis y Cibeles con cantos y música estruendosa que hacían un ruido insoportable.

Parece que por ese tiempo no se encontraba Pedro en Roma, pero sí su discípulo Marcos, que pudo conversar grandemente con Pablo y con Lucas, y darle valiosas informaciones a este último que seguramente utilizaría después para la redacción de su Evangelio.

Lucas debe haber sido el primer médico cristiano de la historia, sin embargo esto no le daba ninguna ventaja en esa sociedad, pues para los romanos de su época los médicos eran considerados peores que los hechiceros, así que bajo esa condición Lucas no debe haber sido muy bien visto en la ciudad, y debe haber pasado también malos tiempos, pero el bien que hacía Pablo a la comunidad seguramente imprimió en él una huella permanente en su alma, que lo inspiró para dejarnos tan bellos testimonios en su Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles.

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