Un gobierno que roba la historia

El gobierno actual contamina con una visión maniquea, divisionista e ideologizada los próximos aniversarios.



Todos los gobernantes, en mayor o en menor medida, hacen uso de la historia como parte de su narrativa; sin embargo, algunos lo hacen de manera abusiva, pues la tergiversan para justificar propuestas y proyectos en los que anteponen sus intereses a los del bien común de la sociedad.

El gobierno actual ha hecho de la tergiversación de la historia uno de sus pilares desde el primer momento. Desde el inicio se sobredimensionó un periodo de seis años con fechas claras de inicio y finalización llamándolo la Cuarta Transformación. Se insiste en que se está haciendo historia, sin esperar el necesario juicio posterior que es el que determina si se ha ganado o no sitio en la Historia con mayúscula. Cabe recordarles que no todos esos sitios son necesariamente honrosos.

Pero la tergiversación de la historia no es sólo presuponer el futuro juicio favorable, sino reinterpretar los hechos pasados presentándolos parcialmente o mintiendo descaradamente. En el gobierno actual se han hecho expertos en esas reinterpretaciones ideológicas. Se parte de la idealización de los pueblos originarios haciéndolos la fuente prístina de la sabiduría del “pueblo bueno” de hoy es depositario, el cual “bendice” constantemente las acciones de este gobernante.

Para su suerte, en el sexenio se conmemoran dos eventos fundamentales en la conformación de nuestra nación. El primero es el aniversario de los 500 años de la Caída de México-Tenochtitlan (13 de agosto de 1521) y el otro es el Bicentenario de la Consumación de la Independencia (27 de agosto de 1821).

Sin embargo, no era suficiente con esos dos, pues celebrar la “caída” mostraría como derrotado al “pueblo bueno”. Así que por decreto presidencial se adelantó dos años la conmemoración del 700 aniversario de la Fundación de México-Tenochtitlan, y se “conmemoró” hace unos meses. Con ese mismo afán, el gobierno de la ciudad decidió que la avenida Puente Alvarado ahora sería “avenida México-Tenochtitlan”; se alargó el nombre a la estación del Metro a “Zócalo-Tenochtitlan” y se gasta dinero que falta en otros rubros en una recreación del Templo Mayor, símbolo ambiguo de la grandeza y de la crueldad de los mexicas.

Estas acciones no sólo son fútiles, sino que excluyen a todos los demás pueblos indígenas que habían dejado su huella siglos antes, los que habitaban este territorio en 1521, e incluso los que hoy son herederos de aquellos. Es un reduccionismo de la variada herencia indígena en manos de los que se autoproclaman sus defensores.

De esta manera, también han perdido la oportunidad de revalorar el papel fundamental que los pueblos que apoyaron a Cortés, sin restarle méritos a éste, jugaron hace siglos. Aquel lejano día de 1521, es un hecho que la mayoría de los que festejaron esa caída de Tenochtitlan hablaban náhuatl y no español. Sí, ese día marcó el inicio del crisol, como lo llama Krauze, en el que por los siguientes tres siglos se irá conformando la identidad mexicana, y que a la luz del aniversario de la Consumación de la Independencia también debería ser revisitado.

Esa es la verdadera oportunidad que los aniversarios ofrecen a los países, abrirse al conocimiento de los hechos, de los hechos tal cual ocurrieron sin buscar juzgarlos ni para condenarnos o justificarlos desde la distancia de los siglos. Se trata de conocerlos con mayor precisión para reconocer su repercusión en la conformación de su identidad, tanto en lo que ha abonado a un mayor crecimiento como en lo que se haya transformado en un lastre.

Esa oportunidad de oro para el país la está robando el gobierno actual al contaminar con una visión maniquea, divisionista e ideologizada estos aniversarios.

Ante esta situación, sólo queda que los ciudadanos hagamos la tarea, como en tantos temas en este sexenio, echándonos la mano entre nosotros apoyados en los intelectuales y escritores que sí hacen gala de rigor académico y amor a la verdad. Quizá, al final, resulte mejor hacerlo así pues si logramos hacerlo bien, esta reflexión será más profunda, más fecunda y, sobre todo, más conciliadora. Así tendremos una mejor base para ver el pasado y construir el futuro.

 

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