Partidos políticos, ¿vehículos o lastre de la democracia mexicana?

La democracia mexicana hoy en día se basa más en el juego de los partidos políticos que en la participación ciudadana. Aunque es una realidad que está cambiando tanto para los partidos políticos como por la ventana que se ha abierto para la ciudadanía que, sobre todo, por la actuación de los partidos en este sexenio y gracias a la irrupción de las redes que posibilitan otro tipo de comunicación.

El siglo XX mexicano se caracterizó, a nivel político, por el dominio del partido único, que cambió de nombre tres veces hasta llamarse, como hasta hoy, Partido Revolucionario Institucional. Fue el vehículo para canalizar las aspiraciones variopintas de los participantes en la Revolución y asegurar la que fue denominada como la “dictadura perfecta” por Mario Vargas Llosa.

El Partido Acción Nacional (PAN) surgió y pervivió por muchos años más como una pieza testimonial frente al PRI que como una opción y fue finalmente el vehículo que llevó a México a la ansiada transición democrática que inicia con un Legislativo más representativo y la primera presidencia con otro sello en 70 años.

El Partido de la Revolución Democrática comenzó su andadura como escisión del PRI para luego convertirse en el vehículo del cual saltaría el actual titular del Ejecutivo y crear Morena, dejando a este vehículo apenas con un motorcito y medio volante.

Por supuesto, ha habido y hay otros partidos menores, “la chiquillada” como los denominó Diego Fernández de Cevallos. Cada uno ha sido un vehículo de intereses más o menos minoritarios, y en caso del Partido Verde, un verdadero ejemplo del partido como negocio, otra forma de usar el vehículo.

Al actual titular del Ejecutivo se le pueden señalar mil errores, fallas e ineptitudes, pero su obra maestra es Morena. Porque justamente, y hoy a raíz de todas las revelaciones sobre su ilegal y “efectivo” financiamiento queda a la vista que fue el partido hecho a la medida para llevar al poder a un solo hombre y a sus comparsas.

Alguno dirá que el tercer partido fue el vencido, dado que militó tanto en el PRI (12 años) como en el PRD (23 años), y que fueron esos años en el tejido partidista lo que le permitió entender y jugar a su favor lo que está a la vista de todos: sin partido político no hay acceso al poder real en México.

Y no se trata sólo de traer a colación el fracaso de las candidaturas independientes o las dificultades para la creación de nuevos partidos que sobrevivan. Está a la vista porque los partidos políticos “clásicos” en la institución más ciudadana de esta nación, como es el Instituto Nacional Electoral, dejaron escondida la llave para ser imprescindibles. Ya que en la misma ley se establece como uno de los fines del INE “preservar el fortalecimiento del régimen de partidos políticos” (enunciado incluso antes que “asegurar a los ciudadanos el ejercicio de los derechos político-electorales y vigilar el cumplimiento de sus obligaciones”). Paradójicamente, siendo el INE un órgano autónomo tan eficiente, en eso tampoco se ha quedado corto.

No es de extrañar, que el mismo INE en el Informe: País 2020 el curso de la democracia en México presentado el viernes 14 de octubre a la opinión pública se lea:

Tal como lo advierte el grupo de investigadoras e investigadores, la baja calidad de la representación política es quizá la mayor debilidad de la democracia mexicana.

La ciudadanía no se siente representada por las personas e instituciones que forman la columna vertebral de una democracia representativa: los partidos políticos, el Congreso y las y los legisladores que desde el Poder Legislativo están obligados a expresar, en toda su pluralidad, la voluntad popular que les ha dado voto y mandato.

Se puede suponer que el informe fue redactado incluso antes del último golpe que específicamente el PRI y algunos legisladores de otros partidos dieron a la amplia y sonada petición ciudadana (de los inconformes con el actuar de Morena y del Ejecutivo) de rechazar cualquier reforma a la Constitución Política.

Ante el rechazo e indignación de muchos, el PRI ha buscado dar una serie de explicaciones de política local y de necesidades específicas que aun concediendo que fueran justificables, en la opinión pública no tuvieron ninguna resonancia y exacerbaron la frustración de comprobar que los representantes electos no fueron capaces de responder a la ciudadanía que los puso ahí y se inclinaron a la disciplina partidista (o cedieron a la extorsión por su pasado). En gran medida se han convertido en un lastre de la democracia porque no fomentan la ciudadanía, sólo la usan para llegar.

Por ello, hay tanta indignación. A dos años de las próximas elecciones, inclusive si el INE permanece sin modificación alguna y tan operativo como hasta hoy, la única posibilidad de terminar con el reinado absolutista de Morena será a través de otros partidos políticos: en coalición o con uno que postule a quien tenga más oportunidad.

Con todo, los próximos dos años serán un ejercicio que puede dar grandes frutos si convocatorias como la de UNIDOS (heredera de Sí x México que dio lugar a la Alianza Va por México) se consolidan como canales alterno para fomentar el ejercicio de la participación ciudadana y, eventualmente, sean el nuevo que impulse una democracia más cercana, más propia y por encima de los partidos políticos.

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