Ante la elección estadounidense

Hace ocho años, los portales de apuestas daban por descontado el triunfo de Hillary Clinton frente a Donald Trump, hoy la balanza de las apuestas se inclina por este último. Los portales de apuestas no son encuestas; pero salvo excepciones como 2016, suelen tener un mejor termómetro respecto a los resultados. Lo cierto que es que hasta este momento los especialistas coinciden en que la moneda está en el aire, pues sí bien cuando hace unos meses Kamala Harris sustituyó al actual presidente en la candidatura tomando la ventaja, ésta se ha ido diluyendo y el apoyo a Trump sigue firme. Esta elección, aunque sólo depende de los estadounidenses, el resultado tiene repercusiones en todo el mundo y, particularmente, para México incluso más que para Canadá.

Este escenario plantea a los mexicanos la disyuntiva retórica de quién nos conviene más o en términos más realistas quién nos afectaría menos. Es que si en otras elecciones alguna de las dos opciones era más claramente favorable a México, en ésta ambos candidatos se han referido a revisar los términos de la relación porque ver focos rojos en tráfico de drogas y migración y si no rojos, sí ámbar en temas como el Tratado de Libre Comercio. Es verdad que Trump se ha referido con mayor ímpetu a terminar el Tratado o por lo menos usar los mecanismos vigentes para poner mayores aranceles, sin embargo, Harris también lo ha puesto en la mesa. No se puede olvidar que, a diferencia del primer tratado de libre comercio, en el actual, por presiones de Trump pero con el aval del gobierno de López, se incluyó una severa cláusula de revisión (que incluso puede llevar a la cancelación del mismo) que se hará efectiva en 2026. 

A esos grandes temas se deben sumar otros no tan evidentes o destacados como es el permisivo acercamiento de México con China que le ha permitido posicionarse en diversos puntos del país y con frecuencia hacer trampas con el Tratado de Libre Comercio. Además de la ambigua posición de México ante la invasión rusa a Ucrania y el apoyo a regímenes como el de Nicaragua, Cuba y Venezuela. 

Es innegable que la tensión con Estados Unidos se debe en gran medida a las acciones del gobierno pasado y el incipiente de Sheinbaum no parece apartarse de ese camino en lo sustancial. Sí debe reconocerse que se puso un alto al derecho de picaporte que detentó el embajador Ken Salazar (que le permitía un acceso directo y abierto a López como no tuvo igual ningún otro embajador con presidente mexicano) lo que supone una vuelta a los canales diplomáticos a través de la Cancillería. Sin embargo, en lo importante es que no han detenido los temas controversiales y potencialmente conflictivos como el caso de prohibir la presencia del maíz transgénico a nivel constitucional o el acusar que la violencia desatada en Sinaloa se debe a que Estados Unidos “agitó el avispero” al operar la detención del Mayo Zambada sin “siquiera avisar”. O insistir en la desaparición de los órganos autónomos, algunos de los cuales son indispensables para la operación del T-MEC, entre otros muchos temas y posturas.

Por otro lado, es necesario reconocer que entre ciertos sectores de la población existe la tendencia a pensar que nuestra vecindad con los Estados Unidos puede actuar como una barrera de contención contra acciones internas de corte represivo o de ideología más revolucionaria/marxista porque no les convendría tener ese tipo de vecino. Es innegable que Estados Unidos preferirá siempre gobiernos en México que vayan en sintonía con sus intereses; pero la defensa de esos intereses siempre será su principal objetivo y si un gobierno populista e incluso autoritario con la población (sí es posible ese esquema por más paradójico que le pueda resultar a algunos) no le afecta de manera directa no le estorbará como actuar en su contra. En otras palabras, su “tipo de vecino” no pasa por la defensa de los mexicanos, su libertad, su economía o sus derechos si no interfieren con la libertad, economía y derechos de sus ciudadanos. 

En ese marco, es difícil “elegir” cuál de las dos opciones sería más favorable para los mexicanos y a nuestro futuro como nación porque podríamos esperar ciertas diferencias en los modos o en la intensidad de las acciones; pero tengamos la certeza de que ninguna de las dos resultará en una solución para los crecientes problemas de inestabilidad jurídica, extensión de la violencia y la inseguridad, ralentización de la economía, atraso en la salud y la educación, etc. El impulso para incidir en que el gobierno actual tome medidas urgentes, certezas y activas para atajar la creciente descomposición que se vislumbra tendrá que salir de los mexicanos, y quizá, coyunturalmente la política estadounidense nos facilite con algún tipo de presión; pero no podemos ni debemos contar con ello. Entre más pronto lo entendamos, menos tiempo perderemos.

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