Todos esperábamos, claro, una guerra de lodo, una guerra sucia en estas elecciones de 2018. Esta guerra de etiquetas que está ocurriendo es algo diverso. Una guerra orientada, no únicamente a la ciudadanía sino principalmente a la clase política, al así llamado “círculo rojo”.
Esta última semana estamos teniendo la guerra destinada a demostrar que el candidato de Morena no es liberal. Otras semanas fueron destinadas a demostrar que algunos no son suficientemente izquierdistas. O que son, en el fondo de su corazón, profundamente conservadores. Artículos, mensajes, y toda clase de argumentos se han dedicado a esa labor. Es entendible, en cierto modo. Nada puede enojar tanto a un izquierdista que llamarlo derechista. O a un liberal, calificarlo de conservador o clerical. Al grueso de la ciudadanía, me parece, no podría importarle menos esos adjetivos. Debe ser complicado para la izquierda Morenista ponerse a defender el liberalismo de AMLO, después de décadas de decir que no hay cosa peor en este mundo que ser neoliberal. Pero eso es exactamente lo que está pasando.
Detrás de esta pelea está la convicción de que, desde que los liberales ganaron las guerras civiles del siglo XIX, toda la población está convencida de que solo el liberalismo vale. Y que amamos a los liberales y a su anticlericalismo. Lo han repetido tantas veces que ya se lo creen. Por ello creen que decirles antiliberales a los candidatos de Morena les va a hacer perder las próximas elecciones. No se dan cuenta de que ni siquiera en el siglo XIX su corriente fue compartida por toda la población. Y que, en el siglo XXI, en medio de nuestro analfabetismo cívico y político, la mayoría de la ciudadanía no sabe que propone el liberalismo o neoliberalismo. O los neoconservadores. Ni le importa.
Algo parecido ocurre con la izquierda. Académicos y comunicadores formados en el análisis marxista de la sociedad, se han creído su dogma de que solo la izquierda busca el bien de las mayorías. De modo que, cuando algún miembro de la izquierda busca su propio bienestar a costa de los demás, es que no puede ser izquierdista. O que, si alguno se sacrifica por la mayoría, es porque debe ser izquierdista.
La verdad, estos ideólogos de la política, deberían tratar de explicar en términos entendibles que es lo que proponen al electorado. En los poco más de 4 meses que quedan de campaña, no hay manera de explicar a la mayoría de la población cuales son sus principios políticos. Si es que tienen alguno más allá del deseo de triunfar en la próxima contienda. Y, a lo mejor, no vale la pena el esfuerzo. Las ideologías políticas están en bancarrota. Hay que volver a principios sanos de filosofía política. Recuperar el papel de la razón en las campañas políticas. Conceptos para el siglo XXI, no refritos de ideologías de los siglos XVIII y XIX. Claro, el tiempo no es suficiente. Habrá que dedicar un largo tiempo a desarrollar nuevos conceptos, romper con las falacias tantas veces repetidas y buscar en nuestro sentido común ciudadano la guía para actuar en las próximas elecciones, olvidándonos de esas caducas etiquetas.
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