Sentido comun

El populismo, esa cosa tan rara

No es simple decir que cosa es el populismo. Se ha vuelto una “etiqueta” que se puede aplicar al gusto de cada uno, del modo que más le convenga. Lo único que queda claro para todos es que es una manera de descalificar cualquier propuesta política. Por esa razón, en la mayoría de los casos, los populistas niegan que lo son. Dado que no hay un grupo que se declare a sí mismo como populista, no hay definiciones claras de qué cosa es y hasta donde alcanza el populismo.


 


A la larga nos puede ocurrir lo que ocurrió en los cincuentas y sesentas del siglo pasado, cuando a cualquiera que se opusiera al régimen del PRI, se le decía comunista, aunque lo único que estaba pidiendo era lo que se considera un derecho constitucional.

Muchos, por ejemplo Wikipedia, señalan populismo en propuestas que solo se pueden responder con sí o no, cuando están contra las elites o se favorece a las clases más débiles, cuando predomina lo emotivo sobre lo racional, movilización de grupos sociales, liderazgos carismáticos, oportunismo, ofertas económicas no sustentadas, entre otras. Si lo definimos así, no hay quien se salve: todas las corrientes políticas son, al menos en parte, populistas. Casi es una descripción de la mercadotecnia política. De modo que todos los políticos, todos, en algo son populistas.

Para mí en lo personal, y bien puedo equivocarme, una propuesta es populista cuando ofrece cambios que no costarán tiempo, dinero o esfuerzo. Por ejemplo: Dar un salario a los desempleados sin que eso le cueste al contribuyente, de un modo directo o indirecto. Subir los precios a los productores agrícolas sin que suban los precios al consumidor ni haya aumentos de impuestos. Pagar una renta básica sin que aumenten los impuestos. La prueba de fuego para esas propuestas siempre es la misma: ¿De donde saldrá el dinero para financiarla? Y la respuesta estándar siempre es igual: “Con que no haya corrupción, habrá dinero suficiente”. Suena bien, porque es muy difícil de encontrar quien no crea que hay corrupción, pero también es muy difícil decir de que tamaño es la corrupción. Se dan números al aire: 10% del PIB, por ejemplo. El número queda a la imaginación del ciudadano al que quieren convencer. No hay una base sólida para estimarlo.

Pero supongamos que la misma propuesta se hiciera de otro modo. Si dijéramos, por ejemplo, que para pagar una renta básica no solo se eliminaría la corrupción tradicional, sino también las evasiones de impuestos personales y empresariales, que son otro modo de corrupción, que se eliminen deducibles de los impuestos y que se pagaran tasas de impuestos como las que pagan los países europeos. Seguramente no habría tanto entusiasmo por esas ofertas. Y si agregamos que eliminar la corrupción no ocurre por mandato, sino que requerirá de algunas décadas, el ofrecimiento político ya no sería populista, pero sería inútil para movilizar el voto.

¿Cómo eliminar el populismo? Es mucho pedir a un breve artículo. Pero sospecho que un ingrediente fundamental es una dosis muy importante de sentido común. Que desgraciadamente es el menos común de los sentidos. Por lo menos en las ofertas electorales. 

 

 

@yoinfluyo

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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