El triunfo de un mexicano, cualquiera que sea su actividad, dentro o fuera del país, es el triunfo de todos, que amerita reconocimiento a su esfuerzo y dedicación.
El presidente de México decidió endurecer la narrativa de linchamiento y violencia contra el bloque opositor que no votó a favor de su reforma eléctrica.
El presidente sólo se presta a conversar con los que acatan sus órdenes, los que no argumentan, los que sólo obedecen, los que le juran lealtad ciega para ser purificados.
Andrés Manuel le ha apostado a la división entre los suyos, los buenos, y los otros, los golpistas, porque quien no ofrece lealtad ciega, es un conspirador.
Mientras Andrés Manuel vive en el país de las maravillas, millones de mexicanos estamos sin salud, sin seguridad, sin empleo, con la gasolina más cara.
Un partido que permite el diálogo entre cúpulas sólo debilita la práctica parlamentaria, que aún con sus deficiencias, es la representación de los ciudadanos.
Hoy estamos en las manos de incondicionales, leales a sus órdenes y dichos del presidente, que en personas comprometidas verdaderamente con las causas ciudadanas.