Confianza y respeto en familia

La comunicación en la casa es abierta, bilateral. Los padres aprenden a hablar y a escuchar, a buscar respuestas, a evitar juicios precipitados, a dialogar.


Respeto y comunicación 


La consecuencia natural de la vida en familia es desarrollarse como persona. En esta sociedad se tienen todos los elementos para este tipo de mejora, con la condición de que todos los miembros de la familia sepan custodiar y aplicar esos elementos, y disfrutar sus beneficios.

Uno de esos elementos es las relaciones entre las personas que conviven en cada hogar. Son relaciones llenas de espontaneidad y desinterés, de contar con el apoyo sin ningún preámbulo y de no cuestionar el esfuerzo que ocasionen. Es un acostumbramiento bueno, es la confianza.

La palabra confianza encierra un rico modo de ver a los otros, porque manifiesta fe o capacidad de fiarse. Desde la confianza, la vinculación es yo con los otros sin temor. Hay una dependencia sana que permite contar con los demás para la toma de decisiones porque se desea producir el bien de todos. El trato confiado logra darse tiempo para compartir momentos de calidad juntos.

La confianza en la familia debe enlazarse con el respeto, por lo tanto, no estamos entendiendo por confianza a ese trato que descuida los detalles de educación hasta llegar a olvidarse de los mínimos detalles de atención a los miembros de la familia, con el desafortunado comentario de “al fin ya saben cómo soy”. Estos comentarios encierran un mal entendido modo de convivir.

La comunicación en la casa es abierta, bilateral. Los padres aprenden a hablar y a escuchar, a buscar respuestas, a evitar juicios precipitados, a dialogar. Según los temperamentos pueden organizarse momentos para dialogar, otras veces no será necesario porque surgen espontáneamente. Siempre con apertura, sin pugnas e incomprensiones. Estos diálogos dan la oportunidad para aumentar la confianza.

Una comunicación así propicia a una familia funcional, porque de sus intercambios abiertos salen principios rectores para la conducta y se impulsa la libertad de actuación de todos pero especialmente de los hijos. En estos diálogos no se evaden los temas conflictivos, sino que se enfrentan y se resuelven, desde lo emocional hasta lo intelectual, desde las dudas hasta la elección de una carrera profesional. Los padres no cohíben sino que incitan y guían

La actitud respetuosa de unos con otros, adultos y jóvenes, garantiza el avance como persona. Entonces realmente se vive bien con personas distintas sin querer uniformarlas, atendiendo a sus conversaciones o a sus silencios, acompañándoles con cercanía o a distancia –según sea el caso–, pero siempre con afecto y comprensión.

Es de desear que el respeto esté cimentado en cierto grado de admiración que se gana con un trato apropiado, esto significa que nadie se salga de su lugar. Por ejemplo, la escucha atenta del hijo a sus padres cuando recibe una advertencia, y aumenta la admiración si el hijo hace lo que le señalan. Es admirable el modo de proceder de los padres cuando se sobreponen al disgusto legítimo y reprenden sin humillar. Más admiración despiertan si acompañan con cariño a los hijos a realizar la actividad como les han aconsejado. En el fondo lucen las virtudes: obediencia, paciencia, fortaleza y amor; sobre todo sabiduría.

De este modo se define claramente el tipo de educación familiar, que no consiste en presentar gran cantidad de datos, sino dar forma al modo de proceder. Es ser testigo de los primeros pasos de la gran variedad de actividades que se pueden realizar. Esto va delineando en cada persona unos rasgos peculiares de la personalidad. Abarca todo: la sensibilidad, la inteligencia, el corazón, la decisión de ejecutar lo mejor…

Así el todo de la persona avanza, crece y se realiza por medio de la educación familiar. Ésta no se circunscribe al interior de los muros de la casa, también atiende a las influencias externas como los contenidos de los recursos tecnológicos, los anuncios en las calles, lo que oyen y ven en los sitios que frecuentan, las amistades, y especialmente lo que aprenden en la escuela. Todo este acervo forja los ciudadanos, según sean ellos así será el país.

El cariño o el afecto son sentimientos que, en los casos de relaciones más estrechas, se pueden y se deben sumar, pero siempre desde el respeto mutuo.

El respeto es la base de cualquier relación seria y estable. El respeto debe existir entre los esposos, entre los hijos, entre padres e hijos, con los inferiores y los superiores, dentro y fuera de la casa.

Más adelante, cuando el niño vea en sus profesores la semejanza de la autoridad que él respeta en su casa, o al salir a la calle y esperar a que un agente de tráfico le dé el paso, entenderá que existe el respeto debido a las autoridades públicas. Por lo tanto, es en la familia donde inician y se desarrollan las nociones de respeto.

Toda persona merece respeto. La medida de este respeto no es igual para todos. Uno es el respeto que un estudiante a sus compañeros de estudios, otro es el respeto que él mismo le debe a su profesor, y otro es el respeto que le debe a quien sustenta algún tipo de legítima autoridad. Mínimamente una muestra de respeto consiste en escuchar las opiniones ajenas aunque no se compartan.

Santo Tomás de Aquino enseña que Dios, al crearnos, nos dio a todos la misma naturaleza humana, pero no nos hizo a todos iguales. Cada quién tiene características y dotes específicos. Así todos nos complementamos y nos beneficiamos con las aportaciones de los demás, de las que carecemos. Por esta razón nadie sobra. También es por esto que en toda sociedad bien constituida hay distintas ocupaciones y diferentes jerarquías. Y para que exista armonía y concordia, debe darse la base del respeto mutuo.

Desarrollarse como persona es respetarse y respetar a los demás.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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