Borrón y cuenta nueva

Callar o ceder no es respuesta de un pueblo honesto. Es necesario el compromiso de cada uno para procurar la sólida mejora de nuestro país.


Política en México


Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, muchas veces oí a mis padres decirnos “borrón y cuenta nueva”. Generalmente esto ocurría cuando, arrepentidos de algo que habíamos hecho mal, lo confesábamos asegurando que no volvería a suceder, y que no castigaran a quien habíamos culpado para librarnos del castigo que nos correspondía.

En ese contexto, borrón y cuenta nueva, era un modo de hacernos ver que, papá y mamá encontraban honestidad y propósito de enmienda, y aceptaban nuestro modo de reconocer que habíamos actuado mal y la promesa de no repetirlo más. Esto nos daba mucha paz y aumentaba la seguridad de tener unos padres comprensivos, cariñosos y que confiaban en nuestra palabra.

Últimamente, ante algunas respuestas del presidente, sobre hechos con alto impacto nocivo para el país, me ha venido a la mente, pero de manera incómoda, el borrón y cuenta nueva. Porque para aplicar esta frase, el culpable tiene que aceptar su mal proceder, darlo a conocer, prometer no reincidir y aceptar los medios que le ofrezcan para repararse y reparar el daño cometido.

El perdón a un culpable requiere pruebas palpables del deseo de cambiar. Pero la sola disposición no basta, porque el mal cometido siempre deja una inclinación que facilita la reincidencia. A ese culpable hay que fortalecerlo una y mil veces, hasta que su deseo pase de la intención al vigor personal para actuar bien, rumbo que se había debilitado.

Por lo tanto, quien ostenta cualquier nivel de autoridad, tiene el deber de actuar honestamente. La honestidad es una manera de vivir la justicia. En cualquier grupo humano se anhela conscientemente o inconscientemente la justicia. Todos hemos de ser justos, pero quien dirige tiene mucha más obligación de practicarla y también lograr que los subalternos la vivan.

Ostentan la autoridad: el presidente en su país; el director general en una empresa y los directores de sección; el director de una escuela y los maestros en el aula; los padres de familia; el líder de un proyecto… Todos, de algún modo, según el papel que corresponda, tenemos una autoridad a quien seguir y otra para ejercer. En todo caso es imprescindible la justicia.

Quien está al frente de un país o de una parte, tiene el deber moral de poner todos los medios a su alcance para conseguir un ambiente seguro. En general, se espera contar con un ambiente sano: con estímulos que fomenten la cordialidad, el altruismo, la sensibilidad para detectar necesidades y colaborar según la propia capacidad y recursos.

Un ambiente sano es aquel donde hay estímulos positivos para sacar los mejores sentimientos de las personas. Entre otros muchos está el impedir el uso de drogas o pornografía, procurar entornos de trabajo sanos, prever recursos al alcance de todos para satisfacer las necesidades de salud o de descanso. Organizar sistemas de seguridad que impidan a unos ciudadanos aprovecharse de otros, o de inducirlos al mal.

Si una persona que ha hecho alguna fechoría regresa a un entorno sano, es más fácil que corrija el rumbo de su vida. Además, a esas personas hay que aplicarles la sanción correspondiente y cuidar que durante el proceso de reinserción a la vida honesta tengan compañeros que les fortalezcan con el buen ejemplo y los buenos consejos. No hay peor dirigente que aquel que evade la responsabilidad y “deja pasar”.

Algunas personas han delinquido porque no saben ejercer un trabajo digno, ellos necesitan aprender un oficio y un sitio donde ejecutarlo. Así tendrán la seguridad de poderse mantener con una actividad noble y útil. Entonces, se les abrirán horizontes, y obtendrán el prestigio de haber pasado por una situación crítica y haberla superado. En esos casos tiene mucho más peso cualquier consejo que den. Estas personas pasan a ser ciudadanos expertos en la ayuda a los demás.

Lo mismo que se hace para regenerar a las personas hay que hacerlo con las instituciones. En éstas es necesaria la reingeniería para eliminar los puntos de ineficiencia y sustituirlos por procesos sin peligro. Tampoco basta con modificar las técnicas o los procesos, también a las personas hay que saberlas colocar y moverlas a superarse por medio de evaluaciones que ellas mismas procuren.

Con la seguridad de estos principios y el debido protagonismo de los ciudadanos en un sistema democrático, es necesario revisar algunos planteamientos presentados por el mandatario, y que requieren reorientación.

Cuando en un mitin se perdona a alguien, siempre hay algún ingenuo que piensa que aquello fue espontáneo y muestra el buen corazón del mandatario. Detrás de un hecho así hay dos graves errores, el primero es consumar un arreglo previo y ocultar un compromiso turbio. El segundo es cometer una injusticia porque a esa persona se le perdona su falta sin mérito ni promesa de rectificar. La ley pierde su fuerza y eso es muy grave. En estos casos no aplica el borrón y cuenta nueva.

El hecho de eliminar instituciones como el Cuerpo de policía, o la Marina Nacional, juzgando a todos de corruptos, es un agravio a aquellos que se han mantenido fieles a sus principios. Es gravísimo hacer que paguen justos por pecadores. Y se acumulan las injusticias al ofrecer una nueva institución –la Guardia Nacional– como el modo de regenerarse y acabar con la corrupción. Y, las prestaciones acumuladas ¿dónde quedan? Y, los hábitos malos ¿cómo los corregirán?

Si la refinería de Dos Bocas en Tabasco es el modo como piensan resolver el desorden de Pemex, también resulta un plan desfasado que evade el auténtico problema que se debe resolver dentro de la misma institución. Algo parecido sucedió con el aeropuerto de Texcoco que simplemente se clausuró, cuando se debió revisar para corregir los puntos de corrupción y aprovechar lo que se llevaba construido.

Pensar que solamente lo que hace el actual gobierno resultará libre de polvo y paja, es una utopía. El proyecto de Santa Lucía está lleno de problemas que se agravarán si se lleva a cabo, y no habrá más remedio que estar apagando infiernitos.

Callar o ceder no es respuesta de un pueblo honesto. Es necesario el compromiso de cada uno para procurar la sólida mejora de nuestro país.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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