La educación universitaria

La inversión en educación es el mejor modo de perseguir la paz. Y proponer objetivos adecuados es el modo de involucrar a todos.



“La universidad es el lugar donde la mente se abre a los horizontes del saber, de la vida, del mundo y de la historia”, palabras recientes del papa Francisco.

Quienes tienen la suerte de estar en una universidad o haberse preparado en alguna, tienen el deber moral de llevar a los demás los beneficios de esos universos del saber y de la vida.

Quienes estudian o trabajan en alguna universidad han de llevar al mundo los beneficios de los saberes teóricos y prácticos. En las teorías hacer lucir la verdad, en las tecnologías lucir los distintos aspectos del bien. Las universidades tienen la grave obligación de elevar el nivel de vida; de dar a conocer los avances adecuándose a los públicos. También recordar la historia, para aprender, replicar lo mejor y para evitar los desaciertos. Todo ello para el beneficio del mundo y de las personas.

Cada universitario es una promesa, se forma para desempeñar la profesión para la cual tiene aptitudes. Se espera de cada uno respuestas para elevar la sociedad. Esa persona con su preparación tiene una obligación con la sociedad. Ha recibido gratuitamente para beneficio de quienes le rodean, incluyéndose.

Por tratarse del nivel superior, la cercanía del alumno con sus profesores ha de ser notoria. Los alumnos aportan su vigor, maleabilidad y creatividad, pero con la apertura a la experiencia y a la profundidad de los conocimientos de sus maestros. El binomio es que en ese crecimiento del propio alumno debe madurar no solo el terreno intelectual, sino también el moral. El resultado será el buen uso de la libertad y la recta participación en la vida social.

Los docentes de la universidad han de tener en cuenta el planteamiento de San John Henry Newman sobre la huella de la universidad en los jóvenes, para facilitar esas aptitudes: “Forma un hábito mental que dura toda la vida, cuyos atributos son la libertad, la equidad, la calma, la moderación y la sabiduría”.

Los profesores en la universidad con el ejemplo de sus buenas relaciones con los directivos y con los profesores, con la apertura para el trabajo interdisciplinario y el aprendizaje que da el aceptar otros puntos de vista forman en los alumnos la capacidad de incluir a personas de diferente nivel social y educación, con quienes convivirán.

En todos los ámbitos sufrimos la imposición de diversas ideologías que nos sacan de la realidad, nos desorientan y lo peor es que nos alejan de la verdad. Las consecuencias son nefastas. Por eso, de las universidades se esperan argumentos accesibles que ofrezcan a las personas explicaciones que les salven de caer en esos errores. Los directivos y los profesores han de asumir esa tarea con carácter prioritario.

Las ideologías con sus planteamientos sustituyen la verdad. Por tanto, la universidad ha de estar atenta a dichos planteamientos, asumirlos en cualquier universidad, socava la finalidad de la enseñanza universitaria. Abrir la puerta a esos errores destruye esa institución. Pero si se estudian podrán decir dónde está el error e incluir argumentos para contrarrestar.

Cuando las crisis se afrontan y se ubican, provocan algo bueno. Desarrollan la capacidad de comprender por qué otras personas piensan así y desarrolla la habilidad argumentativa para mostrar el error. De ese modo la crisis facilita el bien, fomenta el estudio y el desarrollo de la capacidad de discernir.

Conviene advertir que la educación integral se ha ampliado, ya no solamente armoniza las actividades de cada persona, también toma en cuenta las relaciones con los demás y el cuidado del entorno.

La facilidad para realizar estudios en otros países abre el horizonte a los alumnos y a los docentes. Ese tipo de movilizaciones fomenta los intercambios que enriquecen los contenidos y promueven la investigación. Así la ciencia aumenta la posibilidad de dar respuestas a nuevos interrogantes y es más fácil detectar el potencial de los jóvenes y promoverlos, ofreciendo becas a quienes lo requieran, para impedir que trunquen sus estudios por falta de recursos económicos.

Ahora, más que nunca, es preciso perseguir ideales para minimizar los efectos del confinamiento de la pandemia que asoló al mundo. También para reducir los males que nos afectan, como los efectos de la explotación irracional de los recursos naturales, o el deterioro de las personas que se han dejado seducir por los vicios, o la exclusión injustificada de personas capaces de trabajar, y otras injusticias que provocan graves crisis.

Hace falta un esfuerzo certero y adecuado para eliminar los estados de desánimo, de desconcierto, de pérdida de confianza, o incluso de apatía y acostumbramiento. Aparecerán nuevas crisis y los aprendizajes adquiridos nos han de llevar a seguir adelante, con metas por alcanzar, aunque las crisis continúen.

La educación es una fuente de esperanza, pero la educación universitaria tiene que dar respuestas lo antes posible. Su papel es insustituible y urgente. No puede retrasarse. La inversión en educación es el mejor modo de perseguir la paz. Y proponer objetivos adecuados es el modo de involucrar a todos.

Esos objetivos que tienen fuerza para comprometernos son: la vida, la bondad y la fraternidad. La vida porque es el tesoro base para todo lo demás. El bien porque garantiza la paz y la seguridad. La fraternidad ofrece la ayuda debida a todos y ese tender la mano sin excluir a nadie también garantiza la paz.

No lo olvidemos: vida, bien y fraternidad.

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