La familia es la primera comunidad de vida

México no ha cambiado en su esencia, sino que sigue conservando sus convicciones multiseculares.



Este mes de marzo está dedicado a la familia. “El hombre –escribe el especialista Ángel Rodríguez Luño- no nace con la capacidad de valerse por sí mismo para obtener el fin de su vida, sino que necesita del continuo cuidado y la formación de sus padres. El papel insustituible que la sociedad familiar desempeña en la formación del ser humano es lo que constituye, en última instancia, como el marco imprescindible de la procreación. (…) La familia, en definitiva, es por naturaleza la primera comunidad de vida, de educación y de perfeccionamiento humano”.

Es bien sabido que los fines de la familia son: la procreación, la formación moral y humana de los hijos, junto con la plenitud y felicidad que los cónyuges consiguen mediante el mutuo amor y ayuda. Cada hijo es un fruto viviente de ese amor entre los esposos.

Me encontré con un luminoso e inspirador texto de la insigne figura pública, intelectual y humanista de Don Carlos Abascal Carranza, quién escribe: “La familia es el centro de formación de la persona humana, por excelencia. (…) Psicológicamente la comunidad familiar provee al individuo el enriquecimiento afectivo y la seguridad personal necesarios para afrontar las tensiones y retos de su entorno. (…)

La familia constituye una comunidad de amor y de solidaridad insustituible para la enseñanza, para la transmisión de valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos esenciales para el desarrollo y el bienestar de sus propios miembros y de la sociedad”.

Cómo se nota en el itinerario biográfico de cada persona la formación humana y los valores trascendentes que recibió de sus padres: en rasgos del carácter, en sus convicciones, en el modo de comportarse, ¡hasta en el modo de expresarse!

Mi madre solía decirme: “Caminas y hablas igual que tu abuelo”. O bien: “Eres idéntico a tu tío Fernando hasta en el modo de reírte”. Y eso siempre me causaba sorpresa porque no era consciente de la fuerza que tiene la influencia genética.

Es indescriptible el gozo que una madre experimenta cuando observa el gran parecido que tiene su hija con ella. O el padre con su hijo. Y los abuelos suelen presumir a su nieta o nieto con sus familiares y amistades.

Es enorme el cariño cuando la madre le da el alimento a su criatura; cuando lo baña, lo perfuma y lo peina. Lo mismo se podría decir del padre cuando coopera en estos menesteres y ayuda al niño dar sus primeros pasos, a pronunciar sus primeras palabras. Así, los dos están muy pendientes de su bebé. No hay gozo comparable a éste.

Como sostiene el escritor inglés Gilbert K. Chesterton: “Aristóteles afirma que el ser humano es naturalmente más conyugal que civil. En primer lugar, porque la sociedad civil presupone las sociedades domésticas. En segundo lugar, porque la generación y crianza de los hijos son más necesarias para la vida humana que los bienes proporcionados por la sociedad”.

En la familia (hombre-mujer-hijos) se juega el futuro de la humanidad. Por ello es importante no cansarnos de fomentar la cultura de la vida. Aunque se aprueben leyes criminales que busquen “legitimar” el asesinato masivo de los bebés en el seno de sus madres o de los ancianos (eutanasia) a quienes se les considera una carga para la sociedad en esa terrible cultura de la muerte. Hemos de difundir a nuestro alrededor que la vida humana es el principal y prioritario derecho del ser humano por encima de cualquier otro derecho desde su concepción hasta su muerte natural.

Por otra parte, me sorprende cómo en prácticamente todos los países de América Latina se promueven los “Movimientos por la Vida Humana”. Y es que en los pueblos de Latinoamérica amamos apasionadamente la vida humana.

Ese amor a la vida y a la familia tiene numerosas manifestaciones. Cito un ejemplo, en la Ciudad de México me agrada observar los domingos a familias enteras que van de paseo a jugar y a convivir todo el día en la Primera Sección del Bosque de Chapultepec. De la estación “Chapultepec” del Metro salen oleadas de familias dispuestas a pasar el día en este bosque.

Suelen ir los padres, tíos, hijos, sobrinos, nietos y, por supuesto, los abuelitos. Nunca falta un nieto que carga con una silla porque la abuelita no puede estar mucho tiempo de pie. Ahí ríen, conversan animadamente, los niños juegan al futbolito, los mayores reman en las lanchas. Luego, comen sus tortas y pasan momentos divertidos. Bajo el árbol la abuelita rememora cuando era niña y venía también con sus padres a Chapultepec y se organiza una entretenida tertulia.

Al ver esto, siempre pienso en la solidez de la familia mexicana y los valores que tiene y ha mantenido nuestro querido pueblo durante siglos. Suelo recordar en esos agradables encuentros a Don Antonio García Cubas con su maravilloso libro: “México de mis Recuerdos” en el que recoge y describe los grandes valores de nuestra nación y su legado religioso, También rememora los juegos infantiles y divertidas anécdotas que proceden desde el siglo XVIII, XIX y XX.

México no ha cambiado en su esencia, sino que sigue conservando sus convicciones multiseculares, por mucho que diversos gobernantes hayan pretendido atacar o disolver sus valores. ¿Por qué? Porque la familia es la célula y estructura fundamental de toda sociedad. Por lo tanto, debe fortalecerse, enriquecerse, cuidarse con esmero cada día, de tal manera que se pueda construir un cimiento firme y estable que sirva de ejemplo positivo y en el que se puedan apoyar las generaciones futuras.

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