El duelo en familia

Cada persona vive su duelo por la muerte de un ser querido de manera distinta. Son emociones, pensamientos y expresiones tan diferentes que requieren ser aceptadas, respetadas y nunca juzgadas o censuradas.



Tarde o temprano la vida familiar se ve desafiada por la muerte de un ser querido. Una madre que muere repentinamente, el abuelo tras una larga enfermedad, el hijo o sobrino en un accidente, alguien cercana víctima de la pandemia de COVID.

Por supuesto que estas separaciones duelen, ya que hay amor de por medio. Pero cuando este dolor se prolonga demasiado, y la vida de alguno o algunos miembros de la familia no ha retomado su curso, se necesita entonces mucha comprensión, cercanía y acompañamiento.

Cada quien vive su duelo por la muerte de un ser querido de manera distinta. Seguramente has estado en un velorio y observas a quien parece que lo asimila pronto, otros que todavía no lo pueden creer, alguno que se siente desamparado o con rabia; quien piensa que el familiar ya necesitaba descanso, y así cada uno con su propia reacción.

Son emociones, pensamientos y expresiones tan diferentes que requieren ser aceptadas incondicionalmente, respetadas y nunca juzgadas o censuradas. Vivir el propio duelo y respetar el proceso de duelo de los demás.

El primer paso es lograr aceptar la realidad de la pérdida. Sobre todo, en muertes repentinas o inesperadas, superar la negación puede llevar un tiempo: hay que repasar los hechos, confirmar los acontecimientos, aceptar la muerte como tal y la separación que se está viviendo.

Aceptar que ya no está con nosotros, podemos extrañar su voz, sus palabras, sus acciones, pero aceptar que no sucederán más.

Es importante poder expresar libremente los sentimientos: el dolor compartido duele menos. Poder decir que nos sentimos tristes, enojados, desamparados, ayuda a liberar nuestro corazón.

El siguiente paso es el de adaptarse al ambiente en el que aquel familiar difunto ya no está. Ir poco a poco desmontando los lugares y las cosas, sin dejar pasar demasiado tiempo. Hacer la paz con los espacios que la otra persona ya no ocupa y asumir en la familia las tareas que hacía el difunto.

Permitirse invertir energía emotiva en otras relaciones, recrear el vínculo con el difunto, convivir con otras personas cercanas a ti, sonreírles y amarlas. Un grave error es el aislamiento.

Y si eres creyente, tener la seguridad de que la muerte es como cruzar un puente, el cual al llegar a la otra orilla nos permite seguir adelante. Existe la vida eterna.

¿Y qué pasa si en la familia hay niños? Ellos también necesitan vivir su proceso de acuerdo a su edad, su entender y su sentir. A veces se piensa que ellos no entienden o que es mejor evitarles el sufrimiento.

Tanto en niños como en adultos el primer paso es la verdad. Y aunque no se les diga de golpe, es irlos preparando, escucharlos y dejar que expresen sus sentimientos, responder sus preguntas y cuando se nos acaben las respuestas, decir honestamente: no sé qué decirte, no tengo una respuesta para eso.

Siempre estar allí, abrazar, recordar que ahí estamos para ellos, que está bien llorar, y que todo esto ayuda a que la familia se mantenga unida y se apoye. Recuerda: el dolor compartido duele menos.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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