Dos años, dos

El estilo de campaña es el estilo de gobierno y no lo piensa cambiar. Pero los desilusionados están junto al presidente, son muchos quienes lo apoyaron y votaron por él.



El presidente López Obrador cumple esta semana dos años en el poder. Para muchos se han sentido como diez años de demolición, pleito inacabable y un descenso a la podredumbre política. Por supuesto que no quiero decir que viviéramos en el nirvana de la moralidad, la capacidad de gestión y la alegría colectiva. Muy lejos estábamos de eso cuando este presidente ganó las elecciones. Sin embargo, muy poco se puede hablar de avances en casi ningún rubro.

Se entiende que el recién llegado quisiera hacer cambios significativos, darle al mandato popular un destino distinto al que el panismo no supo trazar cuando ganó las elecciones en el inicio del siglo. Dar una opción de gobierno diferente, con objetivos diferentes y, claro, gente diferente fue parte del discurso de la victoria y los alcances de esta en los meses previos a tomar el puesto.

A dos años, no hay nada que no sea pedazos, en eso radica la diferencia. La capacidad destructora del presidente y su equipo no tienen límite. Han acabado con lo que servía, con lo poco que funcionaba bien. Incapaces de diseñar políticas públicas funcionales, se dedican a correr gente, cerrar oficinas y echarle la culpa al pasado.

Las soluciones que han encontrado consisten en tratar de desaparecer los problemas no hablando de ellos o peor aún, en lugar de curar la enfermedad, deciden matar al enfermo.

Abundan en los medios de comunicación ese tipo de figuras: no arreglan la mano, amputan el brazo; para operar no usan el bisturí, sino el machete; si hay dos corruptos en un edificio, dinamitan el edificio para desaparecer a los corruptos, o si a alguien le duele la cabeza, lo decapitan.

En fin, que el resultado de este par de años es desalentador hasta para el propio presidente. Claro, en esto se puede decir que el presidente tiene una alta aceptación entre la ciudadanía. Y es cierto, el presidente es muy popular –es una de las razones por las que aplastó en las elecciones–, pero eso no significa que las cosas vayan bien y el presidente lo sabe. La popularidad no basta, si de populares se trata ahí están: Cantinflas, Juan Gabriel, José José que después de muertos siguen en el gusto de la gente. No es el caso.

Claro que a mí no me decepciona el gobierno de López Obrador en estos dos años. La verdad es que no esperaba mucho, aunque tampoco imaginé que la debacle fuera de este tamaño y a esta velocidad. De alguna manera se esperaba algo de sensatez en la vida pública, pero no es así y tampoco debe sorprender.

El estilo de campaña es el estilo de gobierno y no lo piensa cambiar. Pero los desilusionados están junto a él, son muchos de los que lo apoyaron y votaron por él, varios de sus compañeros. Es el caso de Muñoz Ledo que fue quien le puso la banda presidencial el día del comienzo de la debacle nacional. En una entrevista publicada el día de ayer en El Universal, el diputado morenista dice que Morena es el ejemplo de “la corrupción y la podredumbre”; que el juicio a los expresidentes es “circo romano” y que “el país no se ha democratizado”. Hay un renacimiento del dedazo, con más gasto y más excesos de lo que se hizo en el pasado”. Si eso opinan los de casa, ya podemos imaginar qué opinan los de la tienda de enfrente.

A dos años, el desgaste presidencial es innegable, luce cansado y angustiado, los resultados son nulos, el ambiente es ríspido y violento, la inseguridad campea, la crisis económica ha sacado sus garras y la devaluación de la política es pavorosa, la frivolidad, la improvisación y la ocurrencia dominan el discurso público. Es el resultado de dos años.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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