“Una guerra sin cuartel”. Tercera parte

El alzamiento cristero comienza en 1926, con todas las circunstancias en su contra. A la falta de experiencia en el combate, se sumaba la escasez de las provisiones necesarias para la guerra, en especial; armas y municiones.



Como vimos en la entrega pasada, el gobierno masónico de Elías Calles decretó la obediencia total de la iglesia mexicana al estado; por lo que, el 31 de julio de 1926, se suspende el culto público en todos los templos, sumiendo al país en la más profunda desolación.

El pueblo que, había tratado de lograr la libertad religiosa mediante: cartas, protestas, manifestaciones, firmas y hasta un fuerte boicot económico; agotaba todos los medios a su alcance sin conseguir la más mínima concesión del perverso gobierno, decidido a arrasar a la iglesia de suelo mexicano.

Ante esto, una parte del pueblo, el más fiel y devoto supo que, al ser agotadas todos los medios; sólo les quedaba el ejercicio de su legítimo derecho de oponerse, por medio de las armas, a los designios de quienes con tanta crueldad perseguían a Cristo y a Su iglesia. Nacía el movimiento cristero formado en su mayoría por el pueblo llano, a quienes el amor y la fidelidad a Cristo y a Su iglesia los convertiría en soldados que al grito de; “Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de Guadalupe”, harían temblar al anticlerical estado mexicano.

El alzamiento cristero comienza en 1926, con todas las circunstancias en su contra. A la falta de experiencia en el combate, se sumaba la escasez de las provisiones necesarias para la guerra, en especial; armas y municiones. Por lo que en junio de 1927 se forma la primera unidad de las brigadas femeninas de Santa Juana de Arco, cuyo objetivo era conseguir dinero, alimentos, municiones e información para los combatientes; además de buscarles refugio y proporcionar servicios médicos a los heridos. Se calcula que, para marzo de 1928, las brigadas contaban con aproximadamente 10,000 militantes dispuestas a jugarse la vida ya que, el castigo para estas heroínas era la tortura primero y la muerte después.

En Julio de 1927, los cristeros, que ya sumaban algunas victorias, convencieron al general Enrique Gorostieta de tomar el mando militar del movimiento. Gracias al arrojo, genio militar y lealtad a la causa de este general, los cristeros logran unificarse en un solo ejército que, reorganizado y entrenado, pondría en serios aprietos al mismo ejército federal.

A principios de 1928 el ejército cristero contaba ya con 25 mil activos distribuidos en los estados de: Sinaloa, Nayarit, Michoacán, Guanajuato, Aguascalientes, México, Zacatecas, Puebla, Oaxaca, Morelos y Veracruz. Mención especial merece el estado de Jalisco por el apoyo y la fidelidad de la mayoría de su pueblo a la causa cristera, en el cual, incluso 800 maestros renunciaron a sus plazas a fin de no servir al gobierno.

En Julio de 1928, José de León Toral dispara contra el presidente electo, Álvaro Obregón, en el Restaurante “La Bombilla”, en la Ciudad de México. Con la muerte de Obregón, aumentan las fricciones entre las fracciones políticas de Obregón y Calles, por lo que éste último, propone a un hombre neutral, Emilio Portes Gil, como nuevo presidente.

Con Calles aún en el poder, el gobierno había llegado a la conclusión de que, no les sería posible derrocar al ejército cristero que continuamente sumaba, tanto adeptos como victorias.

Ante esta situación, el gobierno de Estados Unidos que, por cierto, había proporcionado armas y aviones a Calles para derrocar a los católicos, presiona al nuevo gobierno de Portes Gil para que llegue a un acuerdo con los católicos a fin de acabar con el levantamiento.

Para ello, el gobierno sienta a la mesa de negociación por parte de la iglesia, a los clérigos y laicos que, acomodados y acomodaticios, se habían desligado por completo del movimiento cristero desde el inicio y eran, además, favorables a lograr un acuerdo con el gobierno. En cambio, impide la participación de cualquier representante cercano o afín al movimiento cristero ya que estos que veían su triunfo cerca; desconfiaban, con razón, del gobierno. Además, aumentando el escarnio, el gobierno nombra mediador al recién llegado embajador estadounidense Dwight Morrow, masón y amigo personal de Calles.

Las constantes victorias de los combatientes mantenían en vilo al gobierno que apremiaba con la firma de los llamados arreglos. Sin embargo, el gobierno sabía bien que, los cristeros estaban dispuestos a luchar hasta derogar las leyes anticlericales y que; mientras contaran con el general Gorostieta, la aceptación de los arreglos, por parte de los cristeros, era improbable. El valiente y leal general se había expresado abiertamente contrario a tales arreglos: “Adelante y con la Cruz; hay que terminar como hombres lo que como hombres hemos emprendido. No hay que desanimarnos por nada y por nadie. Ustedes estén seguros de que yo llegaré hasta el fin en su compañía y de que no los he de conducir sino a donde sea digno. Dios me ha iluminado para ir sorteando toda suerte de dificultades y ahora que se vislumbra el éxito no me ha de abandonar. Cuando menos así le ruego diariamente en mis oraciones”.

Convenientemente para la masonería, el 2 de junio de 1929, el general fue asesinado en una emboscada preparada a traición, por un infiltrado del gobierno, en la Hacienda del Valle. Tras la muerte del general, se impuso, a los vencedores, unos humillantes “arreglos” que fueron firmados, apenas unos días después, dejando prácticamente sin garantías a la iglesia. El ejército cristero quedaba disuelto y las múltiples leyes anticlericales siguieron vigentes, comprometiéndose el ladino gobierno, solamente a no aplicarlas.

El clero ordenó a los cristeros, que en ese entonces ya sumaban 50,000, solamente contando a los combatientes, abandonar la lucha y entregar las armas a un gobierno que, no contento con forzar la rendición de los vencedores, los persiguió posteriormente para asesinarlos a traición; al grado que se cree que, después de los arreglos hubo más muertes de los cristeros, que en el tiempo que duró la guerra.

Los siguientes gobiernos mantendrían, con diferentes métodos y estrategias; el mismo objetivo, eliminar el cristianismo tan arraigado en el alma mexicana. Como expresó el presidente Portes Gil en el gran banquete que los masones organizaron en su honor seis días después de firmados los “arreglos”: “Mientras el clero fue rebelde tuvo el gobierno de la república el deber de combatirlo. Sin embargo, la lucha es eterna. La lucha, contra la iglesia católica, se inició hace veinte siglos”.

Como en esa época, ha sido la tibieza, apatía y conformismo, de la mayoría de nosotros; la que ha facilitado a los diferentes gobiernos, la descristianización de nuestras sociedades.

Como escribió proféticamente Anacleto Gonzáles Flores, mártir de la persecución de religiosa: “Les hemos dejado a ellos la escuela, la prensa, el libro, la cátedra en todos los establecimientos de enseñanza, les hemos dejado todas las rutas de la vida pública y no han encontrado una oposición seria y fuerte por los caminos por donde han llevado la bandera de la guerra contra Dios”.
“Y si la guerra contra Dios se ha enconado furiosamente en la calle y en todas las vías públicas, y si las paredes de nuestras iglesias han tenido que sufrir duros golpes, ha sido fundamentalmente porque la acción de los católicos se ha limitado a hacerse sentir dentro de los templos y las casas. Y urge que, en lo sucesivo, el católico rectifique radicalmente su vida en este punto y tenga entendido que hay que ser soldados de Dios en todas partes: iglesias, escuelas, hogar; pero sobre todo allí donde se libran las ardientes batallas contra el mal”.

Desafortunadamente, después de décadas de arrinconar nuestra religiosidad a la iglesia y el hogar, vemos hoy los resultados en la falta de una verdadera piedad en muchas de nuestras casas. Olvidamos que la fe cuando se niega o se esconde, en nombre de una religiosidad privada, pasa irremediablemente a ser una fe mermada, diluida y hasta distorsionada.

Que la fe, sencilla y humilde, que llevo al heroísmo a aquellos hombres, mujeres e incluso niños; que dieron su vida durante la etapa más cruenta de la persecución religiosa en México, nos sirva de ejemplo y guía para que, con creatividad, valentía y audacia trabajemos para instaurar todas las cosas en Cristo y así poder exclamar, como los cristeros: “Que nuestro último grito en la tierra y nuestro primer cántico en el cielo sea: ¡Viva Cristo Rey!”.

Te puede interesar: “Una guerra sin cuartel”. Segunda parte

* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

@yoinfluyo 

redaccion@yoinfluyo.com 

Compartir

Lo más visto

También te puede interesar

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.

Newsletter

Suscríbase a nuestra newsletter para recibir nuestras novedades.