En ruta a la plenitud

 Tienes razón. La esencia de la maternidad es inmutable aunque el modo de ejercerla cambie con el tiempo.


Maternidad y entrega


Tú elegiste trabajar por completo en el hogar, y no por eso vales menos. Las circunstancias fueron otras; las mujeres de tu época casi no accedían a la universidad, porque su destino matrimonial hacía su preparación académica aparentemente innecesaria. Como si los conocimientos no fueran indispensables para el crecimiento humano, para la expansión del espíritu, para el mejor ejercicio de la libertad, que es masculina y femenina.

Sin embargo, la vida cobró sentido en la entrega voluntaria, a veces salpicada de impaciencia, de frustración y de cansancio, pero siempre encauzada al crecimiento del amor que no se aprende en las aulas ni se compra en una tienda. Tienes una familia que creció con tus caricias, con tus detalles, que se independizó al amparo de tu autoridad ejercida en el servicio. Hoy, otras respiraciones nutren el mundo gracias a tu generosidad multiplicada.

El tiempo no es la medida exacta de nuestros deseos. Cuando los niños son pequeños sentimos que la vida de éxito se fuga en los instantes que parecen perdidos. Pero las huellas que se fijaron a la tierra andada se grabaron entre risas y llantos, entre logros y desesperanzas. ¿Qué sientes al volver la mirada? ¿Se perdió tu vida en la maternidad? Quizá sólo se hizo distinta a eso que en nuestros días se conoce como realización, ese triunfo sin planes, sin metas, sin raíces.

¿Sabes? Nadie se atreve a decir en voz alta que ese remedo de plenitud muchas veces está aderezado de soledad nocturna; de muebles sin historia; de palabras que se pudren adentro porque los interlocutores son fantasmas mudos.

Tienes razón. La esencia de la maternidad es inmutable, aunque la manera de ejercerla cambie con las circunstancias.

Nadie puede decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, como tampoco que lo nuevo es el regalo excelso que la humanidad esperaba. Somos los mismos hombres precarios, potenciales, inacabados, abrazados a la familia y urgidos del amor incondicional que nos revela a cada momento nuestro valor y que nos descubre lo que necesitamos para llegar a ser lo que la vocación nos grita.

Las mujeres de este siglo también lloran, también se frustran, también ríen, también añoran. Tienes razón: poseemos el privilegio del conocimiento intelectual, del ejercicio profesional, de un trato más justo en el ámbito público y, quizá, un apoyo conyugal parcial, que día a día debemos hacer más responsable, especialmente en la educación de los hijos.

Pero también hacemos frente a retos muy difíciles. ¿Te has fijado cuántas mujeres asumen su maternidad solas? ¿Has visto cuántos matrimonios no duran ni cinco años? ¿Has sufrido acaso la crítica de quienes te consideran irresponsable por traer más hijos a mundo, a este mundo sufriente que se duele ante todo de lo económico, porque le han hecho creer que el dinero lo es y lo puede todo?

La maternidad es una vocación descalificada, vituperada por la humanidad. Ya somos muchos; los hijos son una carga, un impedimento de realización, cuestan muy caros. Y sin embargo vienen a la vida fuera del matrimonio, auspiciados por momentos de placer.

Después, la madre se queda sola; con un embarazo a cuestas en el mejor de los casos. Y ese asesinato llamado aborto se pone a su servicio con menos riesgos y más cinismo que antes, incluso con leyes de su parte. Como si la aprobación por escrito de una mayoría borrara su aberrante realidad de crimen cobarde.

Hoy, cualquiera dice muchas palabras; da muchos consejos para que se hagan realidad en otros. El mundo, ente amorfo, cobra así apariencia humana y se vuelve más importante que los hombres.

Y con sus títulos colgados en la pared, con dinero en la bolsa, con el reconocimiento público en la mirada, muchas mujeres modernas están, sin embargo, solas. Les hicieron creer que la familia no es indispensable.

Es cierto que somos privilegiadas, porque el conocimiento nos hace mejores personas, nos capacita para educar, para servir. Hoy podemos hablar con nuestros hijos de temas que fueron tabúes para tus padres. Pero tenemos mucho que aprenderte a ti, que sin una profesión universitaria te entregaste voluntariamente a dar la vida en todas sus dimensiones.

Todo lo material puede acabarse, pero tú estás llena de la satisfacción que no se compra. Tu vida ya trascendió. Tu misión ya perpetuó a los hombres. Las arrugas de tu rostro y el cansancio de tus pies ya tienen nombre. Muchos nombres. Estás tan acompañada en tu soledad de anciana…

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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