Del autoritarismo al totalitarismo

José López Portillo fue quien, con su frivolidad, su pésima administración de la abundancia y la estatización de la banca, logró, sin quererlo, que la sociedad despertara y se iniciara el proceso de la alternancia democrática.



Conforme van sucediendo las cosas en el presente sexenio, el consenso de los analistas políticos coincide en que ya estamos en medio de un autoritarismo político que se basa en la mentira y en la arbitrariedad, negando la realidad con otros datos y violando la ley con cinismo y “decretos” a modo para ubicarse en el escenario en donde los ciudadanos somos los obligados a someternos a las leyes y la autoridad se ubica por encima de las mismas.

Los venezolanos, víctimas del chavismo, nos hicieron el favor de advertirnos la peligrosidad de quienes se ubican a la sombra del socialismo del siglo veintiuno, llegan al poder con ofertas democráticas, denunciando la corrupción y ofreciendo espejitos a los pobres de una supuesta redención. Fue un intento vano, pues muchos mexicanos, no sólo pobres, sino de clases medias, ignorantes y profesionales, intelectuales y críticos de lo que pasaba en el país con el “nuevo PRI”, no quisieron atender y dieron su voto por quien tenía el perfil sobre el que se nos advertía. Hoy estamos pagando las consecuencias y muchos emigran a la fila de los arrepentidos.

Muchos pensaron que las instituciones del país eran suficientemente sólidas como para resistir un vendaval, pero olvidaron que el Estado Mexicano, con sus aciertos y errores, tiene pies de barro. Hubo ingenuos en el pasado que creyeron que muchas decisiones políticas, incluidas reformas constitucionales, eran irreversibles. La realidad los ha desmentido una y otra vez.

También existen humildes ciudadanos que por ignorancia, paciencia o irresponsabilidad son indiferentes ante las decisiones y acciones gubernamentales que no los afectan directamente, pero dañan al país. Es hasta cuando les aprieta el zapato, cuando reaccionan. Así ha ocurrido en el pasado y parece que es el destino que nos espera.

En mi libro Así Derrotó la Sociedad al PRI (Disponible en Amazon), relato el proceso de deterioro de lo que ya era un sistema autoritario, con características de dictablanda, a partir de la llegada de Luis Echeverría al poder. Y no es que él fuera innovador respecto del autoritarismo, sino que con él empezó a desbordarse en una diarrea legislativa incontenible con una mayoría prácticamente absoluta en el Congreso y un Poder Judicial obsecuente. Fue así como se radicalizó el sistema e inició el golpeteo “tercermundista” hacia toda la sociedad. Fue entonces cuando algunos sectores de la sociedad empezaron a despertar de su letargo y organizarse. Aquel sexenio inició las crisis recurrentes que todavía estamos pagando.

Pero fue José López Portillo quien, con su frivolidad, su pésima administración de la abundancia y la estatización de la banca, logró, sin quererlo, que la sociedad despertara y se iniciara el proceso de la alternancia democrática. Fue así como el PRI perdió, primero, la mayoría en la Cámara de Diputados en 1997, y la Presidencia en el año 2000.

Como estrenamos democracia que nos llevó a la alternancia, los primeros tanteos resultaron limitados, tanto por la subsistencia de la cultura del sometimiento al pasado, como por las críticas corrosivas de la prensa, la oposición del Congreso y, lo peor, por el adormecimiento de los ciudadanos que, críticos del presidencialismo, esperaban todo del Presidente, mientras ellos se olvidaban que el cambio era producto de su acción y no podían detenerse, por con la parcial alternancia que se vivía, la transición democrática no había terminado.

La consecuencia fue que la recién inaugurada democracia dio tumbos en la elección de 2006, y dio sus primeros pasos de regresión en el 2012, entregando nuevamente la presidencia al PRI dizque renovado, pero con la corrupción de siempre revitalizada. Éste fue el aire que impulsó la elección de un populista que pese a su pasado anarquizante ofrecía el oro y el modo para renovar el país. Se le firmó una carta en blanco y él la está escribiendo como se le pega la gana, con mentiras, atacando a diestra y siniestra y demoliendo o desprestigiando instituciones que, se suponía, podrían contener la destrucción del país como está ocurriendo.

No hay suficiente espacio para enumerar todo lo que está ocurriendo y suponemos ya conocido. Simplemente enunciar la destrucción del sistema de salud, el incremento de la inseguridad, la militarización, la agresión a las instituciones de educación superior, el ataque sistemático a los organismos autónomos (particularmente al INE), el menosprecio a las leyes que le estorban y hasta las puñaladas en la espalda a sus colaboradores como Arturo Herrera y Santiago Nieto, por mencionar unos ejemplos.

Nuevamente, como el pasado, el Congreso está sumiso, y si afortunadamente ya se impidió que el Ejecutivo tenga mayoría calificada para cambiar la Constitución, nada garantiza que haya legisladores que emigren si les llegan al precio. Y de la Suprema Corte, ni se diga, pues aunque en algunas decisiones presidenciales aprobadas por el Congreso las ha echado abajo, en otros temas se ha alineado a la ideología gubernamental.

Y es en torno a la ideología donde se cierne la mayor amenaza. El paquetazo de reformas constitucionales que se ha presentado al Congreso es una bola corriente que entre propuestas positivas esconde la intención de instaurar un totalitarismo ideológico que ya se ha empezado a operar en el sistema educativo básico, llamado ideología de género, y que pretende criminalizar a quienes no nos sometamos a este propósito. ¿Será esto lo suficientemente fuerte para que la sociedad despierte?

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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