En Paraguay religiosas trabajan donde no hay sacerdotes

Este reportaje fue realizado por Jacques Berset en el marco de una visita de proyectos realizada del 18 de noviembre al 5 de diciembre de 2016 por la fundación pontificia internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN o, según el acrónimo internacional, ACN, Aid to the Church in Need) en favor de la Iglesia Católica paraguaya.

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¡Tupãsy! ¿Tupãsy? ¡Aquí llega la Madre de Jesús! Así, en guaraní, fueron recibidas por primera vez las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima. En los pueblos aislados del departamento paraguayo de Canindeyú, en la frontera con los estados brasileños de Mato Grosso y Paraná, los lugareños no habían visto antes nunca a religiosas con velo.

La llegada de las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima, venidas de Perú en las postrimerías del siglo XX, supuso una auténtica sensación en las comunidades rurales pertenecientes a la parroquia de la Virgen del Carmelo de Villa Ygatimy, una aldea ubicada a cinco horas por carretera y al noreste de Asunción, la capital de Paraguay. Esta parroquia de 20,000 feligreses cuenta con cerca de un centenar de “capillas”, que es como llaman a las comunidades dispersas de la Diócesis de Ciudad del Este, una diócesis que abarca un territorio equivalente al de Bélgica.

Los creyentes, ávidos de sacramentos

“Hay tres sacerdotes en Curuguaty, a 45 kilómetros de aquí, que atienden a 92 ‘capillas’ y que acuden a ellas de cuando en cuando. Son los que visitan las comunidades de creyentes que no disponen de carreteras asfaltadas y a las que se accede por caminos de tierra que se vuelven rápidamente intransitables cuando llueve. La comunidad de creyentes de Katueté está a 160 kilómetros… y el sacerdote acude tres o cuatro veces por año. En el transcurso de una semana visita las ‘capillas’, celebra la Misa y escucha la confesión, en ocasiones, durante un día entero. Los fieles esperan su turno pacientemente, durante horas, para recibir los sacramentos”, explica la Madre María Luján, una religiosa originaria de Argentina.

Sus hermanas peruanas, encargadas de animar la pastoral en las comunidades rurales sin sacerdote, celebran bodas, bautizos y funerales, organizan la Liturgia de la palabra y administran la Eucaristía a los enfermos. Este es el carisma de las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima: ir a donde no hay sacerdotes y acudir a lugares adonde estos no han acudido en meses o incluso años. “Nuestras hermanas viven y trabajan en los lugares más remotos de Iberoamérica y se ocupan de aquellos de los que se ignora hasta la dirección postal: los pobres y los olvidados de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay o Perú”, precisa la Madre María Luján.

Cuatro años esperando la llegada de un sacerdote

“Para buscar las hostias consagradas recorremos 45 kilómetros y vamos al otro lado de la frontera, a la localidad brasileña de Paranhos, ubicada en el estado de Mato Grosso do Sul”, prosigue la Madre María Luján, mientras nos trasladamos a la ‘capilla’ de San Antonio, a 12 kilómetros del centro urbano más cercano, en compañía del P. Ernesto Zacarías, el Ecónomo de la diócesis. Zarandeados por los caminos de tierra llenos de surcos, finalmente llegamos a esta comunidad de 34 casas que albergan a unos 210 creyentes.

Los feligreses llevan ya más de una hora esperándonos pacientemente entre cánticos en español y guaraní, en medio del calor húmedo y asfixiante de diciembre, que se corresponde con el final de la primavera en el Hemisferio Sur. Reunidos en el pequeño edificio de ladrillo que han construido en minga (colectivamente) manifiestan su alegría a la llegada del sacerdote: es el primero que llega en cuatro años y que hace un alto en este lugar perdido y de difícil acceso. “Le llevan a las personas enfermas y, si estas no pueden desplazarse, él acude a sus casas para administrarles el sacramento de la unción de los enfermos. Lo “secuestramos” para las confesiones, que duran horas… el sacerdote termina exhausto”, bromea la Madre Lorena, la religiosa peruana encargada de esta comunidad de fieles. Originaria de Cajamarca, una aldea ubicada en el altiplano del norte de Perú, lleva trabajando en Ygatimy desde hace tres años.

La llegada de las religiosas ha transformado a la comunidad

Los habitantes de los pueblos aprecian la presencia de las religiosas peruanas. “Dicen que están tan contentos de que Dios venga a visitarlos y que se desplace para ver a la gente sencilla. Son muy pobres, ¡pero tienen tanta sed de espiritualidad!”.

En estos pueblos, donde la naturaleza mezcla tan bien el verde de los árboles con el color rojo-ocre de la tierra, los lugareños viven de la agricultura, la ganadería, la producción de quesos y la recogida de fruta. Por desgracia, según aseguran los creyentes después de la Misa, los jóvenes se van a estudiar a la ciudad y así conocen la vida urbana con toda su tecnología moderna y sus tentaciones, tras lo cual ya no quieren regresar a estas aldeas aisladas y a la vida sencilla y ruda.

Desde la llegada de las religiosas en 1999, la Madre Lorena constata que la comunidad se ha transformado: “Percibimos una conversión espiritual… Antes la gente participaba poco en la vida parroquial, y la iglesia estaba sucia y poco cuidada. Los retiros espirituales han ocasionado un gran cambio: ahora hay mucha más solidaridad, menos alcoholismo y drogas, y más atención a los enfermos”.

Proseguimos nuestro periplo durante unos cincuenta kilómetros por una carretera de tierra y polvo y llegamos a la parroquia de la Virgen de Fátima, ubicada en Ypehu, en la cordillera de Amambay, a un tiro de piedra de la ciudad brasileña de Paranhos. Allí nos da la bienvenida la Madre Beatriz, Superiora de la pequeña comunidad local de la Misioneras de Jesús Verbo y Víctima.

Sectas evangélicas provenientes de Brasil

Desde su convento, las cuatro religiosas peruanas garantizan la pastoral en trece ‘capillas’. La más alejada se encuentra a 41 kilómetros de distancia, pero ellas las visitan por carreteras accidentadas que ponen fuertemente a prueba su vehículo todoterreno, que ya está bastante usado. A estos lugares el sacerdote acude cuatro veces al año desde Brasil. Para las confirmaciones, un delegado del Obispo de Ciudad del Este está presente durante la Semana Santa.

En Ypehu, lo que más inquieta a la Madre Beatriz es la presencia de sectas evangélicas procedentes de Brasil: a poca distancia se vislumbran los templos de las Asambleas de Dios, de Elohim e incluso de ‘Dios es Amor’, la secta pentecostal del pastor David Miranda. “Elohim se dirige a la gente pobre entre la que distribuye comida y ofrece cursos. La gente acude a esta secta sobre todo por el beneficio, porque el pastor la obliga a participar en el culto, pero luego acuden a nuestra Liturgia el domingo. La gente quiere bautizar a sus hijos en la Iglesia Católica, porque estas personas tienen una fe profunda y profesan un gran amor a la Virgen de Caacupé”, explica la misionera peruana.

“Antes acudían entre cinco y diez personas a la Misa, pero desde que están aquí las religiosas, la Iglesia siempre está llena”, confirma un creyente que nos encontramos en el jardín de la iglesia. En cuanto a las misioneras –la Madre Beatriz y las Hermanas Adriana, Edith y Felicia–, estas aseguran que si un sacerdote se instalara de forma permanente en esta parroquia (antes dirigida por los Padres del Verbo Divino), ellas abandonarían rápidamente el lugar para trasladarse a un lugar sin sacerdote, pues “¡ese es nuestro carisma!”.

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Más de 400 Misioneras de Jesús Verbo y Víctima trabajan en las 38 estaciones misioneras implantadas en lugares aislados y de difícil acceso de diferentes países iberoamericanos. Las religiosas los llaman patmos, por el nombre de la isla griega donde el apóstol San Juan vivió en el exilio. Partiendo de estas estaciones, las religiosas deben a menudo desplazarse en coche durante horas por caminos de tierra, o incluso caminar durante días a pie, en mula o en barco para visitar un pueblo abandonado o un pequeño caserío con unas pocas familias. Se dice que ahí donde termina una carretera asfaltada es donde comienza la labor de estas misioneras con un carisma tan especial. 

ACN ayuda anualmente a las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima con proyectos de transporte, formación y ayuda existencial en Perú y Bolivia.

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