La muerte del populismo

Un cambio de gobierno, una vuelta al antipopulismo no resuelve la situación que le dio origen. Y cuando surja otro líder, el populismo resurgirá.


Falsa desaparición


Una parte de Occidente y algunos de Oriente respiraron aliviados. “Perdió Trump”. “Es el principio del fin del populismo”. “Volverán los buenos tiempos”. La prensa, buena parte de la clase política y de la población de Estados Unidos no podían, no pueden ocultar su alegría, el alivio con estas noticias. El conteo de los votos electorales era seguido con ansia: 210, 230, 270, ¡306! “Biden sacará a Trump de la Casa Blanca”. “El fin del populismo en Estados Unidos y, muy pronto, del mundo”.

¿No será que habrán exagerado la muerte del populismo? Por lo pronto, lo que hay son proyecciones de los resultados. Más o menos científicas, más o menos basadas en los deseos de una parte importante de los votantes. Y, por supuesto, los deseos de las grandes cadenas informativas que vieron reducida su influencia en la administración de Trump. Las mismas que han perdido ingresos y están luchando por sus vidas, frente a la competencia de una enorme cantidad y variedad de competidores. Cadenas que están buscando cómo sostener el “rating” que es lo que les permite tener ingresos. Ante una competencia que no es sólo por la audiencia, sino también por los presupuestos de mercadotecnia y promoción, que ahora se reparten entre otros tipos de medios.

Pero eso no es todo. Una falla fundamental en estos análisis es suponer que los populismos son obras de individuos. Suponer que su populismo depende de Trump, de Erdogan en Turquía, de Putin en Rusia, de La Pen en Francia o de Boris Johnson en el Reino Unido. O de Bolsonaro, Kirchner, Evo Morales, AMLO en Latinoamérica, de Modi en la India y otros más. No, el populismo no depende de ellos. Creerlo así es un grave error.

Sí, esos personajes y otros muchos lograron unificar a grandes grupos de votantes, ganaron sus mentes y sus corazones. Pero no necesariamente son ellos los que crean esas tendencias. Ellos sólo aprovechan situaciones reales, descontentos muy extendidos y que no han sido atendidos. Si alguno de ellos: Trump, por ejemplo, deja de gobernar, no por eso se acaba el populismo en los EE. UU. Porque las causas siguen ahí. Un cambio de gobierno, una vuelta al antipopulismo no resuelve la situación que le dio origen. Y cuando surja otro líder, el populismo resurgirá.

De poco sirve demostrar que el populista está equivocado, que no es honesto, que es tonto. Mucho menos tratar de convencer a millones de votantes de que se equivocaron en sus votos, o que son incapaces, analfabetas, poco educados o simplemente imbéciles. Porque, aún si se convencieran, eso no les resuelve sus problemas que son muy reales. Podrán cambiar de opinión temporalmente, pero sus agravios siguen ahí, sin resolverse. Hay que profundizar en los daños que ha recibido la población que vota por los populistas. Y una vez entendido el tema, proponer soluciones reales al electorado. Atacar al líder populista, me temo, sirve de poco.

Un pensador francés, Christophe Guilluy, en un ensayo titulado “Sobre las ruinas de la clase media” y un libro, entre otros, titulado “No Society: el fin de la clase media occidental”, hace un análisis interesante. Habla de lo que llama las clases medias populares: obreros calificados, artesanos, empleados de nivel medio bajo, trabajadores independientes, jubilados y otros más. Categorías que claramente estaban en la clase media y que cada vez tienen menores posibilidades de mejora económica, se ven orillados a la informalidad. Sin dejar de ser de clase media, cada vez tienen menores ingresos y menos oportunidades de mejorar. Y el tema no es diferente en América Latina: con características diferentes, pero se sigue hablando como en los ochentas del siglo XX, de los “nuevos pobres”.

¿Será esta toda la historia? Probablemente no. Pero esto nos muestra que sí se requiere mayor reflexión, mayor entendimiento del fenómeno populista. Hay que reconocer que no basta con atacar a tal o cual líder. Hay que resolver las causas de fondo: los motivos que hacen que millones de ciudadanos en muchos países no vean otra salida que seguir al populismo. Ciudadanos a los que la globalización, la revolución del conocimiento y otros muchos avances modernos no les han beneficiado ni es previsible que les beneficiarán.

No basta con ser antipopulista. Las formaciones de oposición no funcionarán si siguen instaladas en el anti-Trump, anti-Bolsonaro, anti-Evo… el anti-AMLO. Mientras no diseñen nuevas soluciones, viables, sistémicas y de largo plazo, sus triunfos serán efímeros. Porque sólo se basarán en el miedo, en la vergüenza, en la falta de opciones. Y así no terminará el populismo.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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