Un caminar hacia lo trascendente

Las peregrinaciones representan la búsqueda y el encuentro de la criatura con su origen, con el lugar en donde encontrará su centro, con el locutorio adecuado a la comunicación trascendente.



El hombre siempre ha sentido una necesidad de búsqueda constante, de recorrer grandes extensiones con la esperanza de un bien mayor para él y los suyos. Así es nuestra vida, un continuo caminar en busca de la paz final; acto exclusivamente humano que encuentra su simbolismo en las peregrinaciones.

La historia de las peregrinaciones quizá tenga su origen en el nacimiento de las primeras civilizaciones. Pueblos enteros que debían su subsistencia a la caza y agricultura, ofrecían ofrendas y sacrificios a sus deidades para que el fruto de los árboles y abundancia de animales no terminara. Elaboraban altares y guiados por sus sacerdotes encaminaban sus pasos al hogar de los dioses para agradecer la cosecha, para solicitar que ésta continuara.

Otro gran ejemplo histórico de las peregrinaciones lo encontramos en el pueblo judío durante su salida de Egipto, fueron 40 años de atravesar el desierto bajo la guía de Moisés en búsqueda de la tierra prometida.

Con el tiempo, el profundo sentimiento de devoción de la gente le imprimió a las peregrinaciones un carácter netamente religioso, el cual impulsaba a los fieles a realizar largos y fatigosos recorridos hacia los santuarios más famosos. Y se fue diversificando a través de todas las religiones.

Es la búsqueda y el encuentro de la criatura con su origen, con el lugar en donde encontrará su centro, con el locutorio adecuado a la comunicación trascendente.

Las peregrinaciones las vamos encontrando a lo largo de todo el mundo: ciudadanos griegos que encaminan sus pasos hacia el Oráculo de Delfos para encontrar respuesta a sus interrogantes; los ejércitos cristianos que se dirigían a Tierra Santa para defenderla de los moros; los caminos de toda la cristiandad hacia Roma originaron las romerías que concentraban al creyente ante la basílica de San Pedro; el camino de Santiago Apóstol bendecido por la Virgen del Pilar es la Vía Apia de la espiritualidad andariega española y europea. El peregrino se lanza a los caminos de la caridad sin más equipaje que el sayal, el báculo y la confianza en el Dios que no deja morir de hambre a las aves del campo.

En el México precolombino también existían ya las expresiones del hombre que peregrina; los antiguos pobladores del Anáhuac realizaban largos recorridos para visitar los templos de Tlaloc. Tezcatlipoca, y quizá el de los más concurridos, el de la Tonantzin, allá en la zona del Tepeyac.

Con la llegada de los españoles a nuestro continente, muchos de estos centros ceremoniales prehispánicos fueron sustituidos por templos y santuarios católicos. La profunda espiritualidad del pueblo azteca permitió que este cambio fuera más sencillo.

Pero el acontecimiento del 12 de diciembre de 1531 sentó un precedente nunca igualado; las apariciones de la Virgen de Guadalupe representaron la fusión de dos pueblos completamente distintos como el español y el azteca; algunos historiadores como Carlos Alvear Acevedo señalan esta fecha como el verdadero nacimiento del pueblo mexicano.

De ahí el cariño verdaderamente filial con que millones de mexicanos realizan su peregrinar a la zona norte de la Ciudad de México, al Tepeyac. Lugar de peregrinación que se ha vuelto universal, llegando a ser la Basílica de Guadalupe el santuario mariano más visitado a nivel mundial.

Gente de todos los rincones del mundo que vienen a visitar a la Virgen, algunos por devoción o para agradecer algún favor especial, otros simplemente por curiosidad.

Uno de los aspectos más ricos de la devoción guadalupana está en la expresión del folklore mediante las danzas y la presencia del vestido en sus mejores manifestaciones étnicas. También son dignas de señalar las peregrinaciones de los concheros, los pajareros, los payasos, de los pirotécnicos… todas ellas peregrinaciones muy vistosas que son muestra de la riqueza cultural que tiene nuestro país.

Y a pesar de ser ya casi 500 años del acontecimiento guadalupano, el pueblo de México continúa con este peregrinar continuo al santuario del Tepeyac, peregrinar de un pueblo que necesita creer, que necesita tener fe y que ante la imagen milagrosa parece decir: “Aquí estoy, te agradezco, te amo”.

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