Dime a quién defiendes y te diré a qué aspiras

Las voces de los mexicanos, católicos o no, sí deben alzarse fuertes y claras para condenar las agresiones, exigir justicia porque es necesaria la solidaridad con los que sufren.



En 2006, volvió al poder en Nicaragua, Daniel Ortega y su partido el Frente Sandinista de Liberación Nacional. En ese año su triunfo fue por la vía democrática, sin embargo, de 1979 a 1990 estuvo involucrado y encabezó la llamada Revolución Sandinista. Desde 2006, luego de 16 años en la oposición, ha ganado las elecciones cada cinco años. Desde las elecciones de 2016, la vicepresidencia la ocupa su esposa Rosario Murillo (se casó con ella por la Iglesia luego de 25 años de convivencia).

En la última elección, la de 2021, no sólo volvieron a ganar Daniel Ortega y Rosario Murillo, sino que su partido ocupa 75 de las 92 curules en la Cámara de Diputados. Se trató de una elección que ha sido cuestionada fuertemente. Se puso en duda su legitimidad, sobre todo porque en 2018, se acentuó la represión contra diversos grupos sociales al extenderse protestas en todo el país por la modificación a las Leyes del Seguro Social. La represión contra los jóvenes alcanzó relevancia cuando ese año se supo de los ataques a un puñado de ellos refugiados en una iglesia En estos años, el encarcelamiento de opositores se ha vuelto cotidiano.

Desde el mismo 2018, varios miembros destacados de la Iglesia han sido señalados por Ortega como “opositores” y “golpistas” especialmente por exigir justicia para los más de trescientos muertos durante las protestas. En 2020, hubo un incendio que acabó con la imagen de la Sangre de Cristo la cual era venerada desde 1636. El gobierno señaló que había sido un accidente, pero en la opinión popular prevalece la creencia de que fue el gobierno sandinista fue responsable.

La Iglesia nicaragüense tiene una amplia trayectoria de crítica a los abusos del poder y los atropellos de los derechos humanos, aunque también fue una de las iglesias donde la opción preferencial por los pobres fue llevada a extremos de unirse sacerdotes a los guerrilleros del Frente Sandinista e incluso, fue célebre el caso de Ernesto Cardenal, sacerdote que tuvo un cargo político durante los años de la revolución. Sin embargo, también se denunciaron los abusos a los derechos humanos por parte de Daniel Ortega y sus afines, aunque algunas de esas figuras posteriormente asumieron posturas controversiales. En pocas palabras, la relación de la Iglesia nicaragüense con el poder ha sido más compleja e intensa que en otros países.

Estas últimas semanas la situación ha escalado, especialmente alentada por las palabras agresivas de la vicepresidente en su papel de vocera del régimen. Se ha ordenado la expulsión de varias órdenes religiosas, se han dado ataques paramilitares a templos, se han cerrado medios de comunicación católicos, hay una vigilancia permanente de la policía a las iglesias y se ha prohibido el culto y las procesiones. Además, ha habido agresiones físicas, amenazas de muerte y detenciones de laicos y sacerdotes. El más sonado ha sido el caso de monseñor Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa y ocho de sus cercanos colaboradores quienes desde el 4 de agosto estuvieron cercados en su domicilio y desde el viernes 19 ha sido detenidos de forma ilegal. El 21 de agosto el papa Francisco llamó al diálogo entre las partes.

Desde antes que se consumara la detención del obispo Álvarez, la Organización de Estados Americanos (OEA) ha había condenado el hostigamiento a la Iglesia Católica, mediante una resolución apoyada 27 países, con un voto en contra (San Vicente y las Granadinas) y cuatro abstenciones de Bolivia, El Salvador, Honduras y México.

Esta abstención de parte de nuestro país tiene como antecedente más cercano la negativa el titular de Ejecutivo a asistir a la Cumbre de las Américas, porque no habían sido invitados Nicaragua, Venezuela y Cuba. No se les invitó para no validar los regímenes antidemocráticos y represores que hay en estos países y que el titular del Ejecutivo sigue defendiendo contra viento y marea.

En este marco, el conocido dicho “Dime con quién andas y te diré quién eres” resuena mostrando con claridad que el uso de la fuerza pública para reprimir a los opositores no le repele al titular del Ejecutivo y que quizá estaría dispuesto a la supresión violenta de las libertades si eso conviniera a sus intereses.

Es cierto que México hoy no parecería estar cerca de ese escenario de enfrentamiento directo con la Iglesia o de supresión frontal de las libertades, pero sí se enfrentan tensiones y ataques a sacerdotes en diversos puntos del país. Las agresiones hasta hoy vienen especialmente de los grupos del crimen organizado, especialmente contra sacerdotes y periodistas, y han crecido exponencialmente durante este sexenio a la par que se ha extendido la impunidad. Y la Iglesia mexicana, en concreto, desde junio de esta año ha alzado la voz con claridad condenando ese clima regresivo en la impartición de justicia y ha iniciado diversas jornadas para señalar y proponer soluciones.

Tanto por esas tensiones con la Iglesia mexicana como por su conocida testarudez es poco probable que el titular del Ejecutivo modifique su actitud y decida retirar su apoyo al gobierno represor de Daniel Ortega. Sin embargo, las voces de los mexicanos, católicos o no, sí deben alzarse fuertes y claras para condenar las agresiones, exigir justicia porque es necesaria la solidaridad con los que sufren, pero también para advertir a nuestro propio gobierno que somos un pueblo que no tolera la supresión de las libertades y el atropello a los derechos humanos, básicamente como reza otro refrán popular: ¿Me entiendes, Méndez?, ¿o te explico, Federico?

 

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