Incendios en Australia

Los incendios contribuyen de manera importante al ya de por sí grave problema del calentamiento global.


Bosques quemados


Es deplorable, además de alarmante, lo que pasa en estos días en los bosques de Australia, donde los incendios han acabado con la vida de millones de animales, al punto de que el peligro de extinción de los koalas es ya inminente.

Deplorable, desde varios puntos de vista y no sólo porque el fuego ha consumido ya más de 5 millones de hectáreas y por las vidas animales segadas, sino también por la miseria humana que los incendios han sacado a flote en todo el mundo.

Obviamente, nadie aplaudirá los decesos de animales. Tampoco se trata de que impere la indiferencia. Lo deseable, sin embargo, es que se dimensione ese problema, porque gracias a las corrientes en boga y a las tendencias sociales de la actualidad, parece que el asunto tiene a magnificarse.

Así, se plasman en los medios lamentos de todo tipo y demandas de acción inmediata, lo mismo que acciones como la donación de un millón de dólares anunciada por Elton John en favor de los animales australianos; pero poco se dice de las víctimas humanas.

Ello parece ser uno de los productos lógicos de la confusión ideológica que impera en nuestro mundo, donde, por ejemplo, la “ideología de género” se contrapone a la evidencia de que los humanos nacemos sexuados, más allá de lo que, después, cada quien decida hacer con su sexualidad.

Confusión que se manifiesta también en la protección exagerada de las mascotas, a las que se cuida como bebés, mientras crece la corriente en favor del asesinato de niños no nacidos y en las calles millones de menores de edad y ancianos mueren desamparados, ante la indiferencia de los demás.

Alarmante, también, desde distintas ópticas. En primer lugar, porque la destrucción de bosques es, en efecto, destrucción de vida: humana, animal y vegetal. Pero, además, porque los incendios contribuyen de manera importante al ya de por sí grave problema del calentamiento global.

Ante estos fenómenos naturales, ningún país está suficientemente preparado, ni en materia tecnológica ni en términos de educación ambiental.

Y, aunque se trate en este caso de Australia, que tan ajena nos es en la mente y tan lejana en el mapa, es preciso aprender de los hechos. No en vano, desde tiempos remotos Terencio estableció: como hombre que soy, nada de lo humano me es ajeno.

Vale la pena reflexionar en ello y estar lo más prevenidos posible ante los embates, tanto de la naturaleza como de la perversión ideológica.

 

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