La deteriorada comunicación presidencial

Ante las contradicciones y mensajes cruzados que ha caracterizado al gobierno que está por iniciar, es importante que López Obrador cuente con un muy buen director de comunicación social.



Los presidentes cometen el error de nombrar su director de comunicación social a alguien de su confianza o algún recomendado, sin importar si está preparado o tiene siquiera noción de ello.

De la Madrid fue excepción: puso en el cargo a un experimentado periodista, publirrelacionista y publicista, que conocía el oficio al dedillo, y lo demostró al crearle una imagen positiva, muy distante de la objetiva de medroso, titubeante e influenciable.

De otro modo habría cargado con aquella monstruosa devaluación de más del 1000%, que dejó en la ruina a muchas familias y negocios.

Salinas de Gortari era su propio autopromotor; Otto Granados ocupó el puesto como preámbulo para la gubernatura de Aguascalientes y contó con el auxilio del experimentado comunicador Miguel López Azuara.
Además siempre ha tenido el respaldo de su exjefe CSG, y fue dos veces embajador en Chile y sub y secretario de la SEP en este sexenio.

Zedillo designó a Carlos Salomón, ignaro para la encomienda, pero farolón: cuando empezaban a usarse los celulares, tenía un auxiliar que le cargaba varios de ellos a todos lados, y cuando vio que iba a ser despedido se le adelantó al presidente y le pidió dirigir la Lotería Nacional, donde redondeó considerable fortuna para su retiro como gran hombre de negocios.

Le siguió Guillermo Lerdo de Tejada, que pasó sin pena ni gloria, pues ni noción tenía del puesto.

Con Echeverría se creyó que Fausto Zapata lo sacaría adelante. Hay que abonar al potosino que puso a operar las modernas salas de prensa y manejó los medios pagando con agregar a las notas los culebrones de los discursos del jefe, interminables, costosísimos e imposibles de leer.

Error craso, no se distinguió lo elemental: el medio del mensaje, se creyó que la sola publicación de los bodrios del jefe difundiría sus ideas y promovería su imagen.

Fox ni idea tuvo de eso: al principio dejó a Marta manejarle prensa, y al casarse con él, ella puso a gente desconocedora total del tema, como a Rodolfo “el Negro” Elizondo, político panista que fue diputado, senador, candidato a gobernador de Durango y secretario de Turismo.

Vicente recurrió después a Rubén Aguilar, famoso porque se dedicó a interpretar lo que su jefe “quiso decir”.
El comunicador debe tomar en cuenta, aparte del medio y el mensaje, las percepciones, antecedentes y personalidad de su promovido y la mejor forma para alcanzar su meta.

En las percepciones se aplica el método de Goebels, el publicista de Hitler: una mentira que se repite mil veces, se convierte en verdad: las percepciones repetidas configuran una fama, y ni qué decir que los antecedentes influyen decisivamente en la imagen que la gente se forja de un funcionario y de su personalidad.

Esto no es simple teoría, pues la realidad lo ha plasmado con objetividad ineludible.

Aunque dicen que política y mentira corren por rieles paralelos, un estadista no ha de incurrir en la segunda, al menos con frecuencia, porque si el pueblo lo “cacha”, le aplicará ese sambenito y difícilmente escapará de él.

Además, el presidente debe esforzarse por marcar la agenda y lanzar siempre mensajes claros que se conviertan en ideas fijas para la acción de los gobernados. Como el encabezado de la nota periodística compendian el mensaje que pretende darse para inculcarlo firmemente al pueblo.

Esto lleva al buen estadista a no hablar sólo por hablar, porque quien mucho dice fácilmente desbarra, aparte de que el prometer no empobrece y la gente no quiere un hablantín, sino un guía hacia metas ciertas y beneficiosas para todos.

Ruíz Cortines, un presidente de muy poco hablar, fijó bien aquella idea fuerza de “la marcha al mar”, aunque no resultó muy efectiva porque no fue bien llevada a la práctica, y la condena que lanzó al dispendio y rapiña de su antecesor y su grupo, que reafirmó con su conducta.

López Obrador tiene muy presente que su pregonada “austeridad republicana” fue contradicha por la boda “fifí” de César Yáñez, su colaborador de hace 20 años; y no debe olvidar que acabar con la inseguridad pública, la corrupción e impunidad, las grandes lacras que le hereda Peña Nieto, fueron las promesas sobresalientes de su campaña.

Con no cumplirlas no sólo defraudará a los 33 millones de votos que obtuvo, sino a todos los mexicanos que hemos puesto la esperanza en él, fracasará su prometida IV Transformación y pasará al montón de los desechos de la Historia Patria.

El aeropuerto de la capital será otra piedra de toque: Amlo prometió imparcialidad para resolver el problema con una compulsa popular, que se efectuará en 538 municipios no escogidos al azar, sino exprofeso. Esto y que en cada uno habrá sólo dos urnas se prestará al acarreo consabido de votantes; lo que tira al piso la tal imparcialidad.

Ni él mismo ni Jiménez Espriú, ni José María Riobóo ni tres de sus futuros secretarios de despacho la cumplen, pues hablan en todos lados contra continuar el NAIM en Texcoco y organizan mesas de análisis en ese sentido.

Es más, Jiménez Espriú fue desmentido por Melvin Cintron, director de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), quien le aclaró que ésta no tiene ningún estudio que reconozca que es viable la base militar de Santa Lucía.

Precisó más bien Cintron que un estudio de la OACI de 2013 indicó que “Texcoco es la mejor opción”.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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