Sobre el genio y la locura

“El hombre con sentido común y con sentido práctico, probo trabajador, buen ciudadano y buen esposo, no fue jamás un gran poeta”.



Estos días no tendremos gran cosa que comentar de la vida nacional, salvo que se dé algo muy relevante. Aunque estamos en una situación verdaderamente extraordinaria, no dejan de ser estos días de algo similar al descanso y el relajamiento. Por supuesto que estando encerrados y acongojados por la situación de alarma que vivimos, no es sencillo encontrar la paz y tranquilidad que supuestamente debe predominar en esta época, pero algo de provecho podemos hacer si nos acercamos algunas lecturas. Pongo aquí algunos subrayados de El genio y la locura, de Phillippe Brenot (Ed. Sinequanon), un libro sorprendente sobre aquéllos que tienen el don y, en algunos casos, la maldición de la genialidad.

“…en la vida de los grandes creadores y los personajes excepcionales se da con gran frecuencia la pérdida temprana de un ser cercano: del padre, de la madre, de un hermano o hermana, de un hijo o una hija. Debido al trabajo psicológico interior que exige, la pérdida temprana es quizás uno de los motores de la excepcionalidad”.

“El padre de Newton murió a consecuencia de una enfermedad antes incluso de que naciera su hijo, al igual que el de Sartre, Mauriac o Camus, cuando éstos tenían un año. Hoderlin sólo tenía dos años cuando se produjo la muerte de su padre y nueve cuando murió su padrastro. Byron, tres. George Sand, cuatro. Nietzsche tenía cinco años cuando su padre fue víctima de la demencia y le sobrevino la muerte, y siete cuando murió su hermano pequeño. A los seis años, Baudelaire perdió a su padre, y un año más tarde, en 1828, ‘perdió’ a su madre al casarse ésta con Aupick. Billón también perdió a su padre de muy pequeño. Cocteau solamente tenía nueve años cuando el suyo se suicidó. Hay innumerables ejemplos: en las mismas circunstancias, De Quincey y Tolstoy tenían ocho y nueve años, respectivamente; Maupassant, diez; Conrad, doce”.

“Así, el creador, el inventor, el profeta, el conquistador o el ser genial, paradójicamente y en multitud de casos, es desgraciado y con frecuencia se siente decepcionado de la imagen que se había formado de sí mismo. Este golpe a la integridad, esta pérdida de la ilusión de omnipotencia, en cierto modo la problemática de una infancia prolongada, constituye una herida del narcisismo y en bastantes ocasiones el verdadero motor de la obra. Se puede establecer una relación entre esto y los daños o defectos físicos y los complejos de inferioridad: la minusvalía de Byron, Scott o Tolouse–Lautrec; la salud frágil de Proust o de Chopin; la escasa altura de Platón, Aristóteles, Epicuro, Montaigne, Mozart, Spinoza, Balzac, Napoleón, Talleyrand; la delicada salud de Newton, Descartes, Voltaire, Pascal… todas heridas permanentes del amor propio que hacen necesario realizar grandes cosas para superar la imagen negativa de uno mismo y la reacción depresiva que ello lleva aparejado”.

“El escritor Henry James, que sufrió una depresión recurrente, tenía dos hermanos maniaco-depresivos y varios familiares con depresiones. El padre de Robert Schumann padecía de una enfermedad maniaco-depresiva, su hermana Emilie y su tío se suicidaron y uno de sus hijos pasó 30 años internado. También se puede evocar la grave herencia familiar de la madre de Byron, las múltiples enfermedades maniaco-depresivas y depresiones en su ascendencia; al parecer, el padre de Byron se suicidó, y su hija, una notable matemática, tuvo episodios delirantes. Cabe citar también al filósofo Ludwig Wittgenstein, que vivió sumido en la depresión y la tentación del suicidio entre las fases creadoras de su intensa obra. Su hermano mayor, músico prodigio, se suicidó en 1902; el tercero, homosexual, se envenenó en 1903, y el siguiente se suicidó tras la derrota de 1918”.

La proximidad natural de los accesos de genio y los accesos de locura no le pasa inadvertida a Marcel Réja, quien subraya esta evidencia: “El hombre con sentido común y con sentido práctico, probo trabajador, buen ciudadano y buen esposo, no fue jamás un gran poeta”.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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