Candidato de hierro, Presidente de paja

“…pueden faltarme al respeto, humillarme, y pues tengo que cuidar la autoridad”. Éstas son palabras del presidente López Obrador para argumentar por qué no asiste al Senado a la entrega de la Medalla Belisario Domínguez. “Tengo que cuidar la investidura presidencial”, dijo el hombre célebre como Presidente por cuidar la investidura al bajarse del coche para saludar a la mamá del Chapo; el que insulta a diestra y siniestra desde Palacio, el que ha convertido la Presidencia en una carpa de circo, en un sketch con música en vivo.

Resulta curiosa esta actitud del presidente López Obrador. Habla de que sus adversarios “están muy enojados” y que lo pueden insultar. Siente miedo de que lo puedan agredir y humillar. Agredir quizá, pero humillarlo solamente que él se sienta humillable… y lo es. Su gobierno ha sido una serie de desatinos francamente escandalosos envueltos en odio con brochazos de ideología barata. Claro que es humillable alguien así, alguien que destrozó el sistema de salud, que no ha podido hacer nada más que destruir las instituciones del gobierno federal, alguien cuyo gobierno destila corrupción como en Segalmex; alguien cuyas decisiones han terminado por poner al Ejército mexicano en escándalos políticos de corrupción, de negocios y frivolidad. Alguien que encabeza un gobierno así, por supuesto que puede ser humillado, no hay institución que lo proteja de eso.

Nadie puede negar la fortaleza de López Obrador como candidato. Se le puede adjudicar a su necedad, claro, pero no era lo único que lo caracterizaba. Las campañas que hizo, lo que resistió de abandonos, de mofa pública, de crítica mediática, no fue cualquier cosa. Lo penoso es que parece que ya nada más ganó para ejercer la venganza a través del insulto y la amenaza, y ahora es un hombre que se ha arrinconado en su Palacio –como sucede con los dictadores en decadencia–, acompañado de unos cuantos que aprovechan sus delirios y amparado en una palabrería supuestamente justiciera y reivindicadora que simplemente delata la perdida de rumbo del personaje.

Sus actos como presidente han tendido más a sembrar el miedo en un inicio, después ha configurado una anarquía que va de la ineptitud a la indolencia; en su gobierno “bienestar” es una marca, no algo que disfrute la ciudadanía; ha terminado con cualquier avance significativo en cualquier materia en las últimas cuatro décadas, así sea en energía o en derechos humanos. Con él, en efecto, no hay medias tintas, o se está con él o se está en contra. Y estar con él es compartir la destrucción y el autoritarismo. Porque si algo ha regresado de la mano de Andrés Manuel López Obrador es la política de caverna, el insulto y la calumnia como eje de la conversación pública que sostiene el gobierno con sus gobernados.

Como ya queda poco más de un año de gobierno, el Presidente parece sentirse apabullado por una realidad que lo rebasa: los norteamericanos están hartos de sus berrinches retóricos y su pavor al crimen; la ciudadanía ya sale a las calles a protestar, la SCJN–con excepción de su lacayo y la plagiadora y una cortesana– le frena sus proyectos demenciales y, como respuesta, sus desplantes son cada vez más grotescos y él solito humilla a la Presidencia en el ejercicio de sus monólogos matutinos. Por eso tiene miedo de que “lo humillen”.

Su biografía bien podría resumirse de esta manera: un candidato de hierro, un Presidente de paja.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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