Caminante eterno Pablo

El caminante eterno. Capítulo X. Pedro y Pablo en Jerusalén

Habían pasado casi tres años desde que Jesús se había aparecido a Saulo, este había tomado un buen tiempo en el desierto para la meditación y para preparase para su futura misión, después había estado un tiempo predicando en Damasco hasta que se vio obligado a huir, era pues el tiempo de ir a ver a los apóstoles, a aquellos que Jesús había elegido y con los que había convivido durante tres años.



Podemos imaginarnos la diferente actitud de este Pablo comparado con el Saulo que recorrió este camino tres años antes lleno de odio contra con los cristianos, este nuevo Pablo caminaba ahora pensando en que tendría que hacer muchas preguntas a estos hombres sobre sus recuerdos vivos de la persona de Jesús, de sus enseñanzas, de sus disputas con las autoridades, y de tantos pasajes de la vida que seguramente él no conocía.

Pese al tiempo transcurrido y al cambio de vida y de pensamiento de Pablo quedaba todavía en la memoria de la gente de Jerusalén el recuerdo de ese Saulo aprobando la muerte del inocente de Esteban, así que al llegar encontró resistencia para ser introducido en la comunidad, sin embargo, se topó con Bernabé, que dice la tradición era uno de los seguidores de Jesús, aunque no haya sido de los doce elegidos. Era de carácter afable y alegre, así que acogió a Pablo, seguramente lo hospedó y fue él quien lo llevó a la presencia de los apóstoles. Ahí Saulo les contó la gran historia de su conversión e inició la integración de su predicación en la Iglesia.

En ese entonces se encontraban Pedro, Santiago, Juan y Felipe en Jerusalén, así como algunos otros discípulos como Silas y Marcos que estarían muy ligados después a Pablo. No podemos imaginar a dos hombres más diferentes que Pedro y Pablo, uno era un pescador sencillo, noble amable e ingenuo aunque siempre con mucha iniciativa, y el otro hombre de ciudad, de estudios, de trato con las autoridades y de una energía que lo llevó hasta la violencia, sin embargo, ahí estaban ahora por primera vez juntos los dos hombres que serían considerados como las columnas de la Iglesia de Cristo.

Durante quince días estuvo Pablo visitando a Pedro y a los otros apóstoles, seguramente conversando mucho sobre los detalles de la vida de Jesús, la manera en que los había llamado, la fuerza de su palabra para que ninguno titubeara en abandonar sus actividades para seguirlo, de la impresión que se iba formando en sus almas conforme lo escuchaban y aprendían nuevas maneras de ver la vida, y seguramente de cómo influyeron los milagros para que fueran viendo en Jesús mucho más que un líder o un mesías al mismo hijo de Dios.

Pablo habrá escuchado extasiado la narración de Jesús caminando sobre las aguas, mientras que Pedro se hundía en ellas por su falta de fe, y también sobre el discurso de las bienaventuranzas y después la multiplicación de los panes, y las bodas Caná donde se cambió el agua en vino, y como Jesús no solamente curaba enfermos, sino que inclusive resucitaba a los muertos.

Seguramente Pablo hablaría de que se sentía indigno de estar ahí por haber perseguido a Jesús, pero Pedro le habría hecho sentir menos mal al contarle como lo había negado tres veces y después había huido. Fueron días inolvidables que abrirían el camino para la consolidación de la Iglesia y la trasformación del mundo

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